»Nadie enciende una lámpara para después cubrirla con una vasija o ponerla debajo de la cama, sino para ponerla en un candelero, a fin de que los que entren tengan luz. Porque no hay nada escondido que no llegue a descubrirse ni nada oculto que no llegue a conocerse públicamente. Por lo tanto, pongan mucha atención. Al que tiene se le dará más; al que no tiene hasta lo que cree tener se le quitará».
La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero, como había mucha gente, no lograban acercársele.
—Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte —le avisaron.
Pero él contestó:
—Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica.
Un día subió Jesús con sus discípulos a una barca.
—Crucemos al otro lado del lago —dijo.
Así que partieron, y mientras navegaban, él se durmió. Entonces se desató una tormenta sobre el lago, de modo que la barca comenzó a inundarse y corrían gran peligro.
Los discípulos fueron a despertarlo.
—¡Maestro, Maestro, nos vamos a ahogar! —gritaron.
Él se levantó y reprendió al viento y a las olas; la tormenta se apaciguó y todo quedó tranquilo.
—¿Dónde está la fe de ustedes? —preguntó a sus discípulos.
Con temor y asombro ellos se decían unos a otros: «¿Quién es este que manda aun a los vientos y al agua, y le obedecen?».
Navegaron hasta la región de los gerasenos, que está al otro lado del lago, frente a Galilea. Al desembarcar Jesús, un endemoniado que venía del pueblo salió a su encuentro. Hacía mucho tiempo que este hombre no se vestía; tampoco vivía en una casa, sino en los sepulcros. Cuando vio a Jesús, dio un grito y se arrojó a sus pies. Entonces exclamó con fuerza:
—¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te ruego que no me atormentes!
Es que Jesús había ordenado al espíritu maligno que saliera del hombre. Se había apoderado de él muchas veces y, aunque le sujetaban los pies y las manos con cadenas y lo mantenían bajo custodia, rompía las cadenas y el demonio lo arrastraba a lugares solitarios.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Jesús.
—Legión —respondió, ya que habían entrado en él muchos demonios.
Y estos suplicaban a Jesús que no los mandara al abismo. En una colina estaba alimentándose una manada de muchos cerdos. Entonces los demonios rogaron a Jesús que los dejara entrar en ellos. Así que él les dio permiso. Cuando los demonios salieron del hombre, entraron en los cerdos; entonces la manada se precipitó al lago por el despeñadero y se ahogó.
Al ver lo sucedido, los que cuidaban los cerdos huyeron y avisaron en el pueblo y por los campos, por lo que la gente salió a ver lo que había pasado. Llegaron adonde estaba Jesús y encontraron, sentado a sus pies, al hombre de quien habían salido los demonios. Cuando lo vieron vestido y en su sano juicio, tuvieron miedo. Los que habían presenciado estas cosas contaron a la gente cómo el endemoniado había sido sanado.