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Lucas 13:18-35

Lucas 13:18-35 NVI

—¿A qué se parece el reino de Dios? —continuó Jesús—. ¿Con qué voy a compararlo? Se parece a una semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerto. Creció hasta convertirse en un árbol y las aves anidaron en sus ramas. Volvió a decir: —¿Con qué voy a comparar el reino de Dios? Es como la levadura que una mujer tomó y mezcló con tres medidas de harina, hasta que hizo crecer toda la masa. Continuando su viaje a Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba. —Señor, ¿son pocos los que van a salvarse? —le preguntó uno. —Esfuércense por entrar por la puerta estrecha —contestó—, porque les digo que muchos tratarán de entrar y no podrán. Tan pronto como el dueño de la casa se haya levantado a cerrar la puerta, ustedes desde afuera se pondrán a golpear la puerta, diciendo: “¡Señor, ábrenos!”. Pero él les contestará: “No sé de dónde son ustedes”. Entonces dirán: “Comimos y bebimos contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas”. Pero él les contestará: “Les repito que no sé de dónde son ustedes. ¡Apártense de mí, todos ustedes hacedores de injusticia!”. »Allí habrá llanto y crujir de dientes cuando vean en el reino de Dios a Abraham, Isaac, Jacob y a todos los profetas, mientras a ustedes los echan fuera. Habrá quienes lleguen del oriente y del occidente, del norte y del sur, y participarán en el banquete en el reino de Dios. En efecto, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos. En ese momento se acercaron a Jesús unos fariseos y dijeron: —Sal de aquí y vete a otro lugar, porque Herodes quiere matarte. Él contestó: —Vayan y díganle a ese zorro: “Mira, hoy y mañana seguiré expulsando demonios y sanando a la gente. Al tercer día terminaré lo que debo hacer”. Pero tengo que seguir adelante hoy, mañana y pasado mañana, porque no puede ser que muera un profeta fuera de Jerusalén. »¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste! Pues bien, la casa de ustedes va a quedar abandonada. Y les advierto que ya no volverán a verme hasta que digan: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”.