Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego, diciéndole: —Ve y lávate en el estanque de Siloé (que significa “Enviado”). El ciego fue y se lavó, entonces al volver ya veía. Sus vecinos y los que lo habían visto pedir limosna decían: «¿No es este el que se sienta a mendigar?». Unos aseguraban: «Sí, es él». Otros decían: «No es él, sino que se le parece». Pero él insistía: «Soy yo». —¿Cómo entonces se te han abierto los ojos? —le preguntaron. Y él respondió: —Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de barro, me lo untó en los ojos y me dijo: “Ve y lávate en Siloé”. Así que fui, me lavé y entonces pude ver. —¿Y dónde está ese hombre? —le preguntaron. —No lo sé —respondió.
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