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Juan 7:25-39

Juan 7:25-39 NVI

Algunos de los que vivían en Jerusalén comentaban: «¿No es este al que quieren matar? Ahí está, hablando abiertamente y nadie le dice nada. ¿Será que las autoridades se han convencido de que es el Cristo? Nosotros sabemos de dónde viene este hombre, pero cuando venga el Cristo nadie sabrá su procedencia». Por eso Jesús, que seguía enseñando en el Templo, exclamó: —¡Conque ustedes me conocen y saben de dónde vengo! No he venido por mi propia cuenta, sino que me envió uno que es digno de confianza. Ustedes no lo conocen, pero yo sí lo conozco porque vengo de parte suya y él mismo me ha enviado. Entonces quisieron arrestarlo, pero nadie le echó mano porque aún no había llegado su hora. Con todo, muchos de entre la multitud creyeron en él y decían: «Cuando venga el Cristo, ¿acaso va a hacer más señales que este hombre?». Los fariseos oyeron a la multitud que murmuraba estas cosas acerca de él y, junto con los jefes de los sacerdotes, mandaron unos guardias del Templo para arrestarlo. —Voy a estar con ustedes un poco más de tiempo —afirmó Jesús—, y luego volveré al que me envió. Me buscarán, pero no me encontrarán, porque adonde yo estaré ustedes no pueden ir. «¿Y este a dónde piensa irse que no podamos encontrarlo? —comentaban entre sí los judíos—. ¿Será que piensa ir a nuestra gente dispersa entre las naciones para enseñar a los que no son judíos? ¿Qué quiso decir con eso de que “me buscarán, pero no me encontrarán” y “adonde yo estaré ustedes no pueden ir”?». En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó: —¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva. Con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él. Hasta ese momento el Espíritu no había sido dado, porque Jesús no había sido glorificado todavía.