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Juan 10:11-39

Juan 10:11-39 NVI

»Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado no es el pastor, y a él no le pertenecen las ovejas. Cuando ve que el lobo se acerca, abandona las ovejas y huye; entonces el lobo ataca al rebaño y lo dispersa. Y ese hombre huye porque es un asalariado, no le importan las ovejas. »Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce y yo lo conozco, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil y también a ellas debo traerlas. Así ellas escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla y tengo también autoridad para volver a recibirla. Este es el mandamiento que recibí de mi Padre». De nuevo las palabras de Jesús fueron motivo de disensión entre los judíos. Muchos de ellos decían: «Está endemoniado y loco de remate. ¿Para qué hacerle caso?». Pero otros opinaban: «Estas palabras no son de un endemoniado. ¿Puede acaso un demonio abrirles los ojos a los ciegos?». Por esos días se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús andaba en el Templo por el Pórtico de Salomón. Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: —¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza. Jesús respondió: —Ya se lo he dicho a ustedes y no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que me acreditan, pero ustedes no creen porque no son de mi rebaño. Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El Padre y yo somos uno. Una vez más los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús les dijo: —Yo les he mostrado muchas buenas obras que proceden del Padre. ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear? Ellos respondieron: —No te apedreamos por ninguna de ellas, sino por blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces pasar por Dios. —¿Y acaso —respondió Jesús— no está escrito en su Ley: “Yo les he dicho: ‘Ustedes son dioses’ ”? Si Dios llamó “dioses” a aquellos para quienes vino la palabra (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿por qué acusan de blasfemia a quien el Padre santificó para sí y envió al mundo? ¿Tan solo porque dijo: “Yo soy el Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero aunque no me crean a mí, si las hago, crean a mis obras, para que sepan y entiendan que el Padre está en mí y que yo estoy en el Padre. Nuevamente intentaron arrestarlo, pero él se les escapó de las manos.

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