El rey Sedequías mandó que trajeran a Jeremías al palacio y allí le preguntó en secreto: —¿Has recibido alguna palabra del SEÑOR? —Sí —respondió Jeremías—, usted será entregado en manos del rey de Babilonia. A su vez, Jeremías preguntó al rey Sedequías: —¿Qué crimen he cometido contra usted, o contra sus ministros o este pueblo, para que me hayan encarcelado? ¿Dónde están sus profetas, los que profetizaban que el rey de Babilonia no los atacaría ni a ustedes ni a este país? Pero ahora, ruego a mi señor el rey que me preste atención. Le pido que no me mande de vuelta a la casa del cronista Jonatán, no sea que yo muera allí. Entonces el rey Sedequías ordenó que pusieran a Jeremías en el patio de la guardia y que, mientras hubiera pan en la ciudad, todos los días le dieran una porción del pan horneado en la calle de los Panaderos. Así fue como Jeremías permaneció en el patio de la guardia.
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