Los israelitas vivían entre cananeos, hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. Se casaron con las hijas de esos pueblos, y a sus propias hijas las casaron con ellos y adoraron a sus dioses. Los israelitas hicieron lo malo ante los ojos del SEÑOR; se olvidaron del SEÑOR su Dios y adoraron a las imágenes de Baal y de Aserá. El SEÑOR se enfureció contra Israel a tal grado que los entregó en manos de Cusán Risatayin, rey de Aram Najarayin, a quien estuvieron sometidos durante ocho años. Pero clamaron al SEÑOR y él hizo que surgiera un libertador, Otoniel, hijo de Quenaz, hermano menor de Caleb. Y Otoniel liberó a los israelitas. El Espíritu del SEÑOR vino sobre él, y así se convirtió en líder de Israel y salió a la guerra. El SEÑOR entregó a Cusán Risatayin, rey de Aram, en manos de Otoniel, quien prevaleció sobre él.
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