¡Ay, nación pecadora, pueblo cargado de culpa, generación de malhechores, hijos corruptos! ¡Han abandonado al SEÑOR! ¡Han despreciado al Santo de Israel! ¡Le han dado la espalda! ¿Por qué recibir más golpes? ¿Por qué insistir en la rebelión? Toda su cabeza está herida, todo su corazón está enfermo. Desde la planta del pie hasta la coronilla no les queda nada sano: todo en ellos es heridas, moretones y llagas abiertas, que no les han sido curadas, ni vendadas, ni aliviadas con aceite. Su país está desolado, sus ciudades son presa del fuego; ante sus propios ojos los extraños devoran sus campos; su país está desolado, como si hubiera sido destruido por extranjeros. La hija Sión ha quedado como cobertizo en un viñedo, como choza en un huerto de pepinos, como ciudad sitiada. Si el SEÑOR de los Ejércitos no nos hubiera dejado un remanente de sobrevivientes, seríamos ya como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.
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