Así que, en mi enojo, hice este juramento: “Jamás entrarán en mi reposo”». Cuídense, hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e incrédulo que los haga apartarse del Dios vivo. Más bien, mientras dure ese «hoy», anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado. Hemos llegado a tener parte con Cristo, si en verdad mantenemos firme hasta el fin la confianza que tuvimos al principio. Como se acaba de decir: «Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan sus corazones como sucedió en la rebelión».
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