¿Hasta cuándo, SEÑOR, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de clamar «¡violencia!», sin que tú nos salves? ¿Por qué me haces presenciar tanta iniquidad? ¿Por qué toleras la maldad? Veo ante mis ojos destrucción y violencia; surgen riñas y abundan las contiendas. Por lo tanto, se debilita la Ley y no prevalece la justicia. El malvado acosa al justo y se pervierte la justicia. SEÑOR «¡Miren a las naciones! ¡Contémplenlas y quédense asombrados! Estoy por hacer en estos días una obra, que si se la contara, no la creerían. Estoy incitando a los babilonios, ese pueblo despiadado e impetuoso, que recorre toda la tierra para apoderarse de territorios ajenos. Son un pueblo temible y espantoso, que impone su propia justicia y promueve su propia honra. Sus caballos son más veloces que leopardos, más feroces que lobos nocturnos. Su caballería se lanza a todo galope; sus jinetes vienen de muy lejos. Vuelan como águilas que se lanzan dispuestas a devorar. Todos vienen para hacer violencia; avanzan sus hordas como el viento del desierto, hacen prisioneros como quien recoge arena.
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