»Mientras yo observaba esto, »se colocaron unos tronos y tomó asiento un Anciano de días. Su ropa era blanca como la nieve, y su cabello, blanco como la lana. Su trono con sus ruedas centelleaban como el fuego. De su presencia brotaba un torrente de fuego. Miles y millares le servían; centenares de miles estaban delante de él. Al iniciarse el juicio, los libros fueron abiertos. »Yo me quedé mirando por causa de las grandes insolencias que profería el cuerno. Seguí mirando hasta que a esta bestia la mataron, destrozaron y echaron al fuego ardiente. A las otras bestias les quitaron el poder, aunque las dejaron vivir por algún tiempo. »En esa visión nocturna, vi que alguien con el aspecto de un hijo de hombre venía entre las nubes del cielo. Se acercó al Anciano de días, fue llevado a su presencia y se le dio autoridad, poder y reino. Todos los pueblos, naciones y lenguas lo adoraron. Su dominio es eterno y no pasará; su reino jamás será destruido.
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