levanté los ojos y vi ante mí a un hombre vestido de tela de lino con un cinturón de oro proveniente de Ufaz. Su cuerpo brillaba como el topacio y su rostro resplandecía como el relámpago. Sus ojos eran dos antorchas encendidas y sus brazos y piernas parecían de bronce bruñido; su voz resonaba como el eco de una multitud. »Yo, Daniel, fui el único que tuvo esta visión. Los que estaban conmigo, aunque no vieron nada, se asustaron y corrieron a esconderse. Nadie se quedó conmigo cuando tuve esta gran visión. Las fuerzas me abandonaron, palideció mi rostro y casi me desvanecí. Fue entonces cuando escuché a aquel hombre. Mientras me hablaba, quedé aturdido y con el rostro en tierra. »En ese momento una mano me tocó y me puso sobre mis manos y rodillas, que aún temblaban
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