Durante siete años y seis meses fue rey de Judá en Hebrón; luego reinó en Jerusalén sobre todo Israel y Judá durante treinta y tres años. El rey y sus soldados marcharon sobre Jerusalén para atacar a los jebuseos que vivían allí. Los jebuseos, pensando que David no podría entrar en la ciudad, dijeron a David: «Aquí no entrarás; para ponerte en retirada, nos bastan los ciegos y los cojos». Pero David se apoderó de la fortaleza de Sión, que también se conoce como la Ciudad de David. Aquel día David dijo: «Todo el que vaya a matar a los jebuseos, que suba por el acueducto, para alcanzar a los cojos y a los ciegos. ¡Los aborrezco!». De ahí viene el dicho: «Los ciegos y los cojos no entrarán en el palacio». David se estableció en la fortaleza y la llamó Ciudad de David. Luego construyó una muralla alrededor, desde el terraplén hasta el palacio. Y David se fortaleció más y más, porque el SEÑOR Dios de los Ejércitos estaba con él. Hiram, rey de Tiro, envió mensajeros a David y también madera de cedro, canteros y carpinteros para construirle un palacio. Con esto David se dio cuenta de que el SEÑOR, por amor a su pueblo, lo había establecido a él como rey sobre Israel y había engrandecido su reino. Cuando David se trasladó de Hebrón a Jerusalén, tomó más concubinas y esposas con las cuales tuvo otros hijos y otras hijas. Los hijos que tuvo allí fueron: Samúa, Sobab, Natán, Salomón, Ibjar, Elisúa, Néfeg, Jafía, Elisama, Eliadá y Elifelet.
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