Así como el agua que se derrama en tierra no se puede recoger, así también todos tenemos que morir. Pero Dios no nos arrebata la vida, sino que provee los medios para que el desterrado no siga separado de él para siempre.
»Yo he venido a hablar con mi señor el rey porque hay gente que me ha infundido temor. He pensado: “Voy a hablarle al rey; tal vez me conceda lo que le pida, librándonos a mí y a mi hijo de quien quiere eliminarnos, para quedarse con la heredad que Dios nos ha dado”.
»Pensé, además, que su palabra me traería alivio, pues mi señor el rey es como un ángel de Dios, que sabe distinguir entre lo bueno y lo malo. ¡Que el SEÑOR su Dios esté con usted!».
Al llegar a este punto, el rey dijo a la mujer:
—Voy a hacerte una pregunta y te pido que no me ocultes nada.
—Dígame usted.
—¿Acaso no está Joab detrás de todo esto?
La mujer respondió:
—Tan cierto como que mi señor y rey vive, su pregunta ha dado en el blanco. En efecto, fue su siervo Joab quien me instruyó y puso en mis labios todo lo que he dicho. Lo hizo con el propósito de cambiar la situación, pero mi señor tiene la sabiduría de un ángel de Dios y sabe todo lo que sucede en el país.
Entonces el rey llamó a Joab y le dijo:
—Estoy de acuerdo. Anda, haz que regrese el joven Absalón.
Postrándose rostro en tierra, Joab hizo una reverencia al rey y le dio las gracias, añadiendo:
—Hoy sé que cuento con el favor de mi señor y rey, pues usted ha accedido a mi petición.
Dicho esto, Joab emprendió la marcha a Guesur y regresó a Jerusalén con Absalón. Pero el rey dio esta orden: «Que se retire a su casa y que nunca me visite». Por tanto, Absalón tuvo que irse a su casa sin presentarse ante el rey.
En todo Israel no había ningún hombre tan admirado como Absalón por su hermosura; era perfecto de pies a cabeza. Tenía una cabellera tan pesada que una vez al año tenía que cortársela; y según la medida oficial, el pelo cortado pesaba doscientos siclos.
Además, tuvo tres hijos y una hija. Su hija, que se llamaba Tamar, llegó a ser una mujer muy hermosa.
Absalón vivió en Jerusalén durante dos años sin presentarse ante el rey. Un día, pidió a Joab que fuera a ver al rey, pero Joab no quiso ir. Se lo volvió a pedir, pero Joab se negó a hacerlo. Así que Absalón dio esta orden a sus criados: «Miren, Joab ha sembrado cebada en el campo que tiene junto al mío. ¡Vayan y préndanle fuego!».
Los criados fueron e incendiaron el campo de Joab.
Entonces, este fue enseguida a casa de Absalón y reclamó:
—¿Por qué tus criados han prendido fuego a mi campo?
Y Absalón respondió:
—Te pedí que fueras a ver al rey y le preguntaras para qué he vuelto de Guesur. ¡Más me habría valido quedarme allá! Voy a presentarme ante el rey y si soy culpable de algo, ¡que me mate!
Joab fue a comunicárselo al rey. Este mandó llamar a Absalón, quien se presentó ante el rey, hizo una reverencia y se postró rostro en tierra. A su vez, el rey recibió a Absalón con un beso.