Entonces David envió este mensaje a Joab: «Mándame aquí a Urías el hitita». Y Joab así lo hizo. Cuando Urías llegó, David preguntó cómo estaban Joab y los soldados, y cómo iba la campaña. Luego dijo: «Vete a tu casa y lávate los pies». Tan pronto como salió del palacio, Urías recibió un regalo de parte del rey, pero en vez de irse a su propia casa, se acostó a la entrada del palacio, donde dormía la guardia real. David se enteró de que Urías no había ido a su casa, así que preguntó: —Has hecho un viaje largo, ¿por qué no fuiste a tu casa? —En este momento —respondió Urías—, tanto el arca como los hombres de Israel y de Judá se guarecen en simples enramadas, y mi señor Joab y sus oficiales acampan al aire libre, ¿y yo voy a entrar en mi casa para darme un banquete y acostarme con mi esposa? ¡Tan cierto como que usted vive, yo no puedo hacer tal cosa! —Bueno, entonces quédate hoy aquí y mañana te enviaré de regreso —respondió David. Urías se quedó ese día en Jerusalén. Pero al día siguiente David lo invitó a un banquete y logró emborracharlo. A pesar de eso, Urías no fue a su casa, sino que volvió a pasar la noche donde dormía la guardia real.
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