Tiempo después, dos prostitutas fueron a presentarse ante el rey. Una de ellas le dijo: —Mi señor, esta mujer y yo vivimos en la misma casa. Mientras ella estaba allí conmigo, yo di a luz y a los tres días también ella dio a luz. No había en la casa nadie más que nosotras dos. »Pues bien, una noche esta mujer se acostó encima de su hijo y el niño murió. Pero ella se levantó a medianoche, mientras yo dormía, y, tomando a mi hijo, lo acostó junto a ella y puso a su hijo muerto a mi lado. Cuando amaneció, me levanté para amamantar a mi hijo, ¡y me di cuenta de que estaba muerto! Pero, al clarear el día, lo observé bien y pude ver que no era el hijo que yo había dado a luz».
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