Pasó el mediodía y siguieron en este trance profético hasta la hora del sacrificio vespertino. Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió ni prestó atención.
Entonces Elías dijo a todo el pueblo:
—¡Acérquense a mí!
Así lo hicieron. Y como estaba en ruinas el altar del SEÑOR, Elías lo reparó. Luego recogió doce piedras, una por cada tribu descendiente de Jacob, a quien el SEÑOR le había puesto por nombre Israel. Con las piedras construyó un altar en honor del SEÑOR, y alrededor cavó una zanja en que cabían dos seahs de semillas. Colocó la leña, descuartizó el novillo, puso los pedazos sobre la leña y dijo:
—Llenen de agua cuatro cántaros y vacíenlos sobre el holocausto y la leña.
Luego dijo:
—Vuelvan a hacerlo.
Y así lo hicieron.
—¡Háganlo una vez más! —les ordenó.
Y por tercera vez vaciaron los cántaros. El agua corría alrededor del altar hasta llenar la zanja.
A la hora del sacrificio vespertino, el profeta Elías dio un paso adelante y oró así: «SEÑOR, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que todos sepan hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu siervo y he hecho todo esto en obediencia a tu palabra. ¡Respóndeme, SEÑOR, respóndeme, para que esta gente reconozca que tú, SEÑOR, eres Dios y estás haciendo que su corazón se vuelva a ti!».
En ese momento, cayó el fuego del SEÑOR y quemó el holocausto, la leña, las piedras y el suelo, y hasta lamió el agua de la zanja.
Cuando vieron esto, todos se postraron y exclamaron: «¡El SEÑOR es Dios! ¡El SEÑOR es Dios!».
Luego Elías ordenó:
—¡Agarren a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno!
Tan pronto como los agarraron, Elías hizo que los bajaran al arroyo Quisón y allí los ejecutó. Entonces Elías dijo a Acab:
—Anda a tu casa, y come y bebe, porque ya se oye el ruido de un torrentoso aguacero.
Acab se fue a comer y beber, pero Elías subió a la cumbre del Carmelo, se inclinó hasta el suelo y puso el rostro entre las rodillas.
—Ve y mira hacia el mar —ordenó a su criado.
El criado fue, miró y dijo:
—No se ve nada.
Siete veces le ordenó Elías que fuera a ver, y la séptima vez el criado le informó:
—Desde el mar viene subiendo una nube. Es tan pequeña como una mano.
Entonces Elías ordenó:
—Ve y dile a Acab: “Engancha el carro y vete antes de que la lluvia te detenga”.
Las nubes fueron oscureciendo el cielo; luego se levantó el viento y se desató una fuerte lluvia. Y Acab se fue en su carro hacia Jezrel. Entonces el poder del SEÑOR vino sobre Elías, quien se ajustó el manto con el cinturón, se echó a correr y llegó a Jezrel antes que Acab.