El anciano respondió: —También yo soy profeta, como tú. Y un ángel, obedeciendo la palabra del SEÑOR, me dijo: “Llévalo a tu casa para que coma pan y beba agua”. Así lo engañó y el hombre de Dios volvió con él, y comió y bebió en su casa. Mientras estaban sentados a la mesa, la palabra del SEÑOR vino al profeta que lo había hecho volver. Entonces el profeta anunció al hombre de Dios que había llegado de Judá: —Así dice el SEÑOR: “Has desafiado la palabra del SEÑOR y no has cumplido la orden que el SEÑOR tu Dios te dio. Has vuelto para comer pan y beber agua en el lugar donde él te dijo que no lo hicieras. Por lo tanto, no será sepultado tu cuerpo en la tumba de tus antepasados”. Cuando el hombre de Dios terminó de comer y beber, el profeta que lo había hecho volver le aparejó un asno y el hombre de Dios se puso en camino. Pero un león le salió al paso y lo mató, dejándolo tendido en el camino. Sin embargo, el león y el asno se quedaron junto al cuerpo. Al ver el cuerpo tendido y al león cuidando el cuerpo, los que pasaban por el camino llevaron la noticia a la ciudad donde vivía el profeta anciano.
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