Cuando miré de nuevo, vi a un hombre con una cinta de medir en la mano. —¿Adónde vas? —le pregunté. —Voy a medir Jerusalén —me contestó— para ver cuánto mide de ancho y de largo. Entonces el ángel que estaba conmigo fue a reunirse con un segundo ángel que se dirigía hacia él. El otro ángel dijo: —Apresúrate y dile a ese joven: “¡Jerusalén algún día estará tan llena de gente y de animales que no habrá lugar suficiente para todos! Muchos vivirán fuera de las murallas de la ciudad. Entonces yo mismo seré un muro de fuego protector alrededor de Jerusalén, dice el SEÑOR. ¡Y seré la gloria dentro de la ciudad!”. El SEÑOR dice: «¡Salgan! Huyan de Babilonia en la tierra del norte, porque yo los he dispersado a los cuatro vientos. ¡Sal, pueblo de Sion, tú que estás desterrado en Babilonia!». Después de un período de gloria, el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales me envió contra las naciones que los saquearon a ustedes. Pues él dijo: «Cualquiera que te dañe, daña a mi más preciada posesión. Levantaré mi puño para aplastarlos y sus propios esclavos los saquearán». Entonces ustedes sabrán que el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales me ha enviado. El SEÑOR dice: «Grita y alégrate, oh Jerusalén hermosa, porque yo vengo a vivir en medio de ti. Muchas naciones se unirán al SEÑOR en ese día y ellos también serán mi pueblo. Viviré entre ustedes y sabrán que el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales me ha enviado a ustedes. La tierra de Judá será la preciada posesión del SEÑOR en la tierra santa y él elegirá una vez más a Jerusalén para ser su propia ciudad. Que toda la humanidad guarde silencio ante el SEÑOR, porque él entra en acción desde su santa morada».
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