Tus enemigos, SEÑOR, sin duda perecerán; todos los malhechores quedarán esparcidos. Pero tú me has hecho fuerte como un buey salvaje; me has ungido con el mejor aceite. Mis ojos vieron la caída de mis enemigos; mis oídos escucharon la derrota de mis perversos oponentes. Pero los justos florecerán como palmeras y se harán fuertes como los cedros del Líbano; trasplantados a la casa del SEÑOR, florecen en los atrios de nuestro Dios. Incluso en la vejez aún producirán fruto; seguirán verdes y llenos de vitalidad. Declararán: «¡El SEÑOR es justo! ¡Es mi roca! ¡No existe maldad en él!».
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