Oh Dios, cuando sacaste a tu pueblo de Egipto, cuando marchaste a través de las áridas tierras baldías, Interludio la tierra tembló y los cielos derramaron lluvia a raudales delante de ti, el Dios del Sinaí, delante de Dios, el Dios de Israel. Enviaste lluvia en abundancia, oh Dios, para refrescar la tierra agotada. Finalmente allí se estableció tu pueblo y, con una abundante cosecha, oh Dios, proveíste para tu pueblo necesitado. El Señor da la palabra, y un gran ejército trae las buenas noticias. Los reyes enemigos y sus ejércitos huyen mientras las mujeres de Israel reparten el botín. Hasta los que vivían entre los rediles encontraron tesoros, palomas con alas de plata y plumas de oro. El Todopoderoso esparció a los reyes enemigos como una tormenta de nieve que sopla en el monte Salmón. Las montañas de Basán son majestuosas, con muchas cumbres altas que llegan al cielo. Oh montañas empinadas, ¿por qué miran con envidia al monte Sion, donde Dios decidió vivir, donde el SEÑOR vivirá para siempre? Rodeado de incontables millares de carros de guerra, el Señor llegó del monte Sinaí y entró en su santuario. Cuando ascendiste a las alturas, llevaste a una multitud de cautivos; recibiste regalos de la gente, incluso de quienes se rebelaron contra ti. Ahora el SEÑOR Dios vivirá allí, en medio de nosotros.
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