Alaben al SEÑOR, mi roca. Él entrena mis manos para la guerra y da destreza a mis dedos para la batalla. Él es mi aliado amoroso y mi fortaleza, mi torre de seguridad y quien me rescata. Es mi escudo, y en él me refugio. Hace que las naciones se sometan a mí. Oh SEÑOR, ¿qué son los seres humanos para que te fijes en ellos, los simples mortales para que te preocupes por ellos? Pues son como un suspiro; sus días son como una sombra pasajera. Abre los cielos, SEÑOR, y desciende; toca las montañas para que echen humo. ¡Lanza tus rayos y esparce a tus enemigos! ¡Dispara tus flechas y confúndelos! Alcánzame desde el cielo y rescátame; sálvame de las aguas profundas, del poder de mis enemigos. Su boca está llena de mentiras; juran decir la verdad pero, al contrario, mienten. ¡Te entonaré una nueva canción, oh Dios! Cantaré tus alabanzas con un arpa de diez cuerdas. ¡Pues tú concedes la victoria a los reyes! Rescataste a tu siervo David de la espada mortal. ¡Sálvame! Rescátame del poder de mis enemigos. Su boca está llena de mentiras; juran decir la verdad pero, al contrario, mienten. Que nuestros hijos florezcan en su juventud como plantas bien nutridas; que nuestras hijas sean como columnas elegantes, talladas para embellecer un palacio. Que nuestros graneros estén llenos de toda clase de cosechas; que los rebaños en nuestros campos se multipliquen de a miles, y hasta de a diez miles, y que nuestros bueyes estén muy cargados de alimentos. Que ningún enemigo penetre nuestras murallas, ni nos lleve cautivos, ni haya gritos de alarma en las plazas de nuestras ciudades. ¡Felices los que viven así! Felices de verdad son los que tienen a Dios como el SEÑOR.
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