Algunos se hicieron a la mar en barcos y surcaron las rutas comerciales del mundo. También observaron el poder del SEÑOR en acción, sus impresionantes obras en los mares más profundos. Él habló, y se desataron los vientos que agitaron las olas. Los barcos fueron lanzados hacia los cielos y cayeron nuevamente a las profundidades; los marineros se acobardaron de terror. Se tambaleaban y daban tumbos como borrachos; no sabían qué más hacer. «¡Socorro, SEÑOR!», clamaron en medio de su dificultad, y él los salvó de su aflicción. Calmó la tormenta hasta convertirla en un susurro y aquietó las olas. ¡Qué bendición fue esa quietud cuando los llevaba al puerto sanos y salvos!
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