Hasta sacrificaron a sus propios hijos e hijas a los demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos e hijas. Al sacrificarlos a los ídolos de Canaán, contaminaron la tierra con asesinatos. Se contaminaron a sí mismos con sus malas acciones, y su amor a los ídolos fue adulterio a los ojos del SEÑOR. Por eso, el enojo del SEÑOR se encendió contra su pueblo, y él aborreció a su posesión más preciada. Los entregó a las naciones paganas y quedaron bajo el gobierno de quienes los odiaban.
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