Allí les dijo: «Oren para que no cedan a la tentación».
Se alejó a una distancia como de un tiro de piedra, se arrodilló y oró: «Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». Entonces apareció un ángel del cielo y lo fortaleció. Oró con más fervor, y estaba en tal agonía de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre.
Finalmente se puso de pie y regresó adonde estaban sus discípulos, pero los encontró dormidos, exhaustos por la tristeza. «¿Por qué duermen? —les preguntó—. Levántense y oren para que no cedan ante la tentación».
Mientras Jesús hablaba, se acercó una multitud, liderada por Judas, uno de los doce discípulos. Judas caminó hacia Jesús para saludarlo con un beso. Entonces Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?».
Cuando los otros discípulos vieron lo que estaba por suceder, exclamaron: «Señor, ¿peleamos? ¡Trajimos las espadas!». Y uno de ellos hirió al esclavo del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha.
Pero Jesús dijo: «Basta». Y tocó la oreja del hombre y lo sanó.
Entonces Jesús habló a los principales sacerdotes, a los capitanes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido a buscarlo. «¿Acaso soy un peligroso revolucionario, para que vengan con espadas y palos para arrestarme? —les preguntó—. ¿Por qué no me arrestaron en el templo? Estuve allí todos los días, pero este es el momento de ustedes, el tiempo en que reina el poder de la oscuridad».
Entonces lo arrestaron y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Y Pedro los siguió de lejos. Los guardias encendieron una fogata en medio del patio y se sentaron alrededor, y Pedro se sumó al grupo. Una sirvienta lo vio a la luz de la fogata y comenzó a mirarlo fijamente. Por fin dijo: «Este hombre era uno de los seguidores de Jesús».
Pero Pedro lo negó: «¡Mujer, ni siquiera lo conozco!».
Después de un rato, alguien más lo vio y dijo:
—Seguramente tú eres uno de ellos.
—¡No, hombre, no lo soy! —contestó.
Alrededor de una hora más tarde, otra persona insistió: «Seguro este es uno de ellos porque también es galileo».
Pero Pedro dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Inmediatamente, mientras aún hablaba, el gallo cantó.
En ese momento, el Señor se volvió y miró a Pedro. De repente, las palabras del Señor pasaron rápidamente por la mente de Pedro: «Mañana por la mañana, antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Y Pedro salió del patio, llorando amargamente.
Los guardias que estaban a cargo de Jesús comenzaron a burlarse de él y a golpearlo. Le vendaron los ojos y le decían: «¡Profetízanos! ¿Quién te golpeó esta vez?». Y le lanzaban todo tipo de insultos.