Al amanecer, Jesús apareció en la playa, pero los discípulos no podían ver quién era. Les preguntó: —Amigos, ¿pescaron algo? —No —contestaron ellos. Entonces él dijo: —¡Echen la red a la derecha de la barca y tendrán pesca! Ellos lo hicieron y no podían sacar la red por la gran cantidad de peces que contenía. Entonces el discípulo a quien Jesús amaba le dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se puso la túnica (porque se la había quitado para trabajar), se tiró al agua y se dirigió hacia la orilla. Los otros se quedaron en la barca y arrastraron la pesada red llena de pescados hasta la orilla, porque estaban solo a unos noventa metros de la playa. Cuando llegaron, encontraron el desayuno preparado para ellos: pescado a la brasa y pan. «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar», dijo Jesús. Así que Simón Pedro subió a la barca y arrastró la red hasta la orilla. Había 153 pescados grandes, y aun así la red no se había roto.
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