Oí a Israel decir: “Me disciplinaste severamente, como a un becerro que necesita ser entrenado para el yugo. Hazme volver a ti y restáurame, porque solo tú eres el SEÑOR mi Dios. Me aparté de Dios, pero después tuve remordimiento. ¡Me di golpes por haber sido tan estúpido! Estaba profundamente avergonzado por todo lo que hice en los días de mi juventud”. »¿No es aún Israel mi hijo, mi hijo querido? —dice el SEÑOR—. A menudo tengo que castigarlo, pero aun así lo amo. Por eso mi corazón lo anhela y ciertamente le tendré misericordia. Pon señales en el camino; coloca postes indicadores. Marca bien el camino por el que viniste. Regresa otra vez, mi virgen Israel; regresa aquí a tus ciudades. ¿Hasta cuándo vagarás, mi hija descarriada? Pues el SEÑOR hará que algo nuevo suceda: Israel abrazará a su Dios».
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