Después el SEÑOR me dijo: —¡Observa, Jeremías! ¿Qué es lo que ves? —Veo una rama de almendro —contesté. —Así es —dijo el SEÑOR—, y eso significa que yo estoy vigilando y ciertamente llevaré a cabo todos mis planes. Después el SEÑOR me habló nuevamente. —¿Qué es lo que ves ahora? —me preguntó. —Veo una olla de agua hirviendo que se derrama desde el norte —contesté. —Sí —dijo el SEÑOR—, porque el terror del norte hervirá y se derramará sobre la gente de esta tierra. ¡Escucha! Estoy llamando a los ejércitos de los reinos del norte para que vengan a Jerusalén. ¡Yo, el SEÑOR, he hablado! »Establecerán sus tronos a las puertas de la ciudad; atacarán los muros de Jerusalén y a todas las demás ciudades de Judá. Pronunciaré juicio contra mi pueblo a causa de toda su maldad, por haberme abandonado y por quemar incienso a otros dioses. ¡Sí, ellos rinden culto a ídolos que hicieron con sus propias manos! »Levántate y prepárate para entrar en acción. Ve y diles todo lo que te ordene decir. No les tengas miedo, o haré que parezcas un necio delante de ellos. Mira, hoy te he hecho fuerte, como ciudad fortificada que no se puede conquistar, como columna de hierro o pared de bronce. Te enfrentarás a toda esta tierra: a los reyes, a los funcionarios, a los sacerdotes y al pueblo de Judá. Ellos pelearán contra ti, pero fracasarán, porque yo estoy contigo y te protegeré. ¡Yo, el SEÑOR, he hablado!
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