«¡Qué aflicción le espera a Ariel, la Ciudad de David! Año tras año ustedes celebran sus fiestas. Sin embargo, traeré desastre sobre ustedes, y habrá mucho llanto y dolor. Pues Jerusalén se convertirá en lo que significa su nombre, Ariel: un altar cubierto de sangre. Yo seré su enemigo; rodearé a Jerusalén y atacaré sus murallas. Edificaré torres de asalto y la destruiré. Entonces, tú hablarás desde lo profundo de la tierra; tus palabras saldrán desde bien abajo, desde el polvo. Tu voz susurrará desde el suelo como un fantasma invocado de la tumba. »Pero de pronto, tus despiadados enemigos serán aplastados como el polvo más fino. Tus numerosos atacantes serán expulsados como la paja ante el viento. De repente, en un instante, yo, el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales, intervendré a tu favor con trueno, terremoto y gran ruido, con torbellino, tormenta y fuego consumidor. Todas las naciones que pelean contra Jerusalén ¡desaparecerán como un sueño! Los que atacan sus murallas se esfumarán como una visión en la noche. La persona con hambre sueña con comida, pero se despierta todavía con hambre. La persona con sed sueña con beber, pero cuando llega la mañana, sigue desfallecida de sed. Así será con tus enemigos, con los que ataquen al monte Sion».
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