«Pero luego volveré a conquistarla. La llevaré al desierto y allí le hablaré tiernamente. Le devolveré sus viñedos y convertiré el valle de la Aflicción en una puerta de esperanza. Allí se me entregará como lo hizo hace mucho tiempo cuando era joven, cuando la liberé de su esclavitud en Egipto. Al llegar ese día —dice el SEÑOR—, me llamarás “esposo mío” en vez de “mi señor”. Oh Israel, yo borraré los muchos nombres de Baal de tus labios y nunca más los mencionarás. En ese día haré un pacto con todos los animales salvajes, las aves de los cielos y los animales que corren sobre la tierra, para que no te hagan daño. Quitaré de la tierra todas las armas de guerra, todas las espadas y todos los arcos, para que puedas vivir sin temor, en paz y seguridad. Te haré mi esposa para siempre, mostrándote rectitud y justicia, amor inagotable y compasión. Te seré fiel y te haré mía, y por fin me conocerás como el SEÑOR. »En ese día, yo responderé —dice el SEÑOR—. Le responderé al cielo cuando clame por nubes, y el cielo contestará a la tierra con lluvia. Entonces la tierra responderá a los clamores sedientos del grano, de las vides y de los olivos. Y ellos a su vez responderán: “Jezreel”, que significa “¡Dios siembra!”. En ese tiempo yo sembraré una cosecha de israelitas y los haré crecer para mí. Demostraré amor a los que antes llamé “no amados”. Y a los que llamé “no son mi pueblo”, yo diré: “Ahora son mi pueblo”. Y ellos responderán: “¡Tú eres nuestro Dios!”».
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