Rebeca tenía un hermano llamado Labán, el cual salió corriendo al manantial para encontrarse con el hombre. Había visto el anillo en la nariz de su hermana y las pulseras en sus muñecas, y había oído a Rebeca contar lo que el hombre le había dicho. Así que corrió hasta llegar al manantial, donde el hombre aún estaba parado al lado de sus camellos. Entonces Labán le dijo: «¡Ven y quédate con nosotros, hombre bendecido por el SEÑOR! ¿Por qué estás aquí, fuera de la ciudad, cuando yo tengo un cuarto preparado para ti y un lugar para los camellos?».
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