Después el hombre me llevó de regreso a la puerta oriental. De pronto, la gloria del Dios de Israel apareció desde el oriente. El sonido de su venida era como el rugir de aguas torrentosas y todo el paisaje resplandeció con su gloria. Esta visión fue igual a las otras que yo había tenido, primero junto al río Quebar y después cuando él vino a destruir Jerusalén. Caí con el rostro en tierra y la gloria del SEÑOR entró al templo por la puerta oriental. Luego el Espíritu me levantó y me llevó al atrio interior, y la gloria del SEÑOR llenó el templo.
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