Después comió algo y recuperó las fuerzas. Saulo se quedó unos días con los creyentes en Damasco. Y enseguida comenzó a predicar acerca de Jesús en las sinagogas, diciendo: «¡Él es verdaderamente el Hijo de Dios!». Todos los que lo oían quedaban asombrados. «¿No es este el mismo hombre que causó tantos estragos entre los seguidores de Jesús en Jerusalén? —se preguntaban—. ¿Y no llegó aquí para arrestarlos y llevarlos encadenados ante los sacerdotes principales?». La predicación de Saulo se hacía cada vez más poderosa, y los judíos de Damasco no podían refutar las pruebas de que Jesús de verdad era el Mesías. Poco tiempo después, unos judíos conspiraron para matarlo. Día y noche vigilaban la puerta de la ciudad para poder asesinarlo, pero a Saulo se le informó acerca del complot. De modo que, durante la noche, algunos de los creyentes lo bajaron en un canasto grande por una abertura que había en la muralla de la ciudad.
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