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2 Crónicas 18:2-34

2 Crónicas 18:2-34 NTV

Unos años más tarde fue a Samaria para visitar a Acab, quien preparó un gran banquete para él y sus funcionarios. Mataron grandes cantidades de ovejas, cabras y ganado para la fiesta. Después Acab persuadió a Josafat para que se uniera a él para recuperar Ramot de Galaad. —¿Irás conmigo contra Ramot de Galaad? —preguntó el rey Acab de Israel al rey Josafat de Judá. —¡Por supuesto! —contestó Josafat—. Tú y yo somos como uno solo, y mis tropas son tus tropas. Ciertamente nos uniremos a ti en batalla. Entonces agregó: —Pero primero averigüemos qué dice el SEÑOR. Así que el rey de Israel convocó a los profetas, cuatrocientos en total, y les preguntó: —¿Debemos ir a pelear contra Ramot de Galaad, o debo desistir? —¡Sí, adelante! —contestaron todos ellos—. Dios dará la victoria al rey. Pero Josafat preguntó: —¿Acaso no hay también un profeta del SEÑOR aquí? Debemos hacerle la misma pregunta. El rey de Israel contestó a Josafat: —Hay un hombre más que podría consultar al SEÑOR por nosotros, pero lo detesto. ¡Nunca me profetiza nada bueno, solo desgracias! Se llama Micaías, hijo de Imla. —¡Un rey no debería hablar de esa manera! —respondió Josafat—. Escuchemos lo que tenga que decir. De modo que el rey de Israel llamó a uno de sus funcionarios y le dijo: —¡Rápido! Trae a Micaías, hijo de Imla. El rey Acab de Israel y Josafat, rey de Judá, vestidos con sus vestiduras reales, estaban sentados en sus respectivos tronos en el campo de trillar que está cerca de la puerta de Samaria. Todos los profetas de Acab profetizaban allí, delante de ellos. Uno de los profetas llamado Sedequías, hijo de Quenaana, hizo unos cuernos de hierro y proclamó: —Esto dice el SEÑOR: ¡Con estos cuernos cornearás a los arameos hasta matarlos! Todos los demás profetas estaban de acuerdo. —Sí —decían—, sube a Ramot de Galaad y saldrás vencedor, porque ¡el SEÑOR dará la victoria al rey! Mientras tanto, el mensajero que había ido a buscar a Micaías le dijo: —Mira, todos los profetas le prometen victoria al rey. Ponte tú también de acuerdo con ellos y asegúrale que saldrá vencedor. Pero Micaías respondió: —Tan cierto como que el SEÑOR vive, solo diré lo que mi Dios diga. Cuando Micaías se presentó ante el rey, Acab le preguntó: —Micaías, ¿debemos ir a pelear contra Ramot de Galaad, o debo desistir? Micaías le respondió con sarcasmo: —¡Sí, sube y saldrás vencedor, tendrás la victoria sobre ellos! Pero el rey le respondió con dureza: —¿Cuántas veces tengo que exigirte que solo me digas la verdad cuando hables de parte del SEÑOR? Entonces Micaías le dijo: —En una visión, vi a todo Israel disperso por los montes, como ovejas sin pastor, y el SEÑOR dijo: “Han matado a su amo. Envíalos a sus casas en paz”. —¿No te dije? —exclamó el rey de Israel a Josafat—. Nunca me profetiza otra cosa que desgracias. Micaías continuó diciendo: —¡Escucha lo que dice el SEÑOR! Vi al SEÑOR sentado en su trono, rodeado por todos los ejércitos del cielo, a su derecha y a su izquierda. Entonces el SEÑOR dijo: “¿Quién puede seducir al rey Acab de Israel para que vaya a pelear contra Ramot de Galaad y lo maten?”. »Hubo muchas sugerencias, hasta que finalmente un espíritu se acercó al SEÑOR y dijo: “¡Yo puedo hacerlo!”. »“¿Cómo lo harás?”, preguntó el SEÑOR. »El espíritu contestó: “Saldré e inspiraré a todos los profetas de Acab para que hablen mentiras”. »“Tendrás éxito —dijo el SEÑOR—. Adelante, hazlo”. »Así que, como ves, el SEÑOR ha puesto un espíritu de mentira en la boca de tus profetas, porque el SEÑOR ha dictado tu condena. Entonces Sedequías, hijo de Quenaana, se acercó a Micaías y le dio una bofetada. —¿Desde cuándo el Espíritu del SEÑOR salió de mí para hablarte a ti? —le reclamó. Y Micaías le contestó: —¡Ya lo sabrás, cuando estés tratando de esconderte en algún cuarto secreto! «¡Arréstenlo! —ordenó el rey de Israel—. Llévenlo de regreso a Amón, el gobernador de la ciudad, y a mi hijo Joás. Denles la siguiente orden de parte del rey: “¡Metan a este hombre en la cárcel y no le den más que pan y agua hasta que yo regrese sano y salvo de la batalla!”». Pero Micaías respondió: «¡Si tú regresas a salvo, eso significará que el SEÑOR no habló por medio de mí!». Entonces, dirigiéndose a los que estaban alrededor, agregó: «¡Todos ustedes, tomen nota de mis palabras!». Entonces Acab, rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, dirigieron a sus ejércitos contra Ramot de Galaad. El rey de Israel dijo a Josafat: «Cuando entremos en la batalla, yo me disfrazaré para que nadie me reconozca, pero tú ponte tus vestiduras reales». Así que el rey de Israel se disfrazó, y ambos entraron en la batalla. A su vez, el rey de Aram había dado las siguientes órdenes a sus comandantes de carros de guerra: «Ataquen solamente al rey de Israel. ¡No pierdan tiempo con nadie más!». Entonces, cuando los comandantes arameos de los carros vieron a Josafat en sus vestiduras reales, comenzaron a perseguirlo. «¡Allí está el rey de Israel!», gritaban; pero Josafat clamó, y el SEÑOR lo rescató. Dios lo ayudó, apartando a sus atacantes de él. Tan pronto como los comandantes de los carros se dieron cuenta de que no era el rey de Israel, dejaron de perseguirlo. Sin embargo, un soldado arameo disparó una flecha al azar hacia las tropas israelitas e hirió al rey de Israel entre las uniones de su armadura. «¡Da la vuelta y sácame de aquí! —dijo Acab entre quejas y gemidos al conductor del carro—. ¡Estoy gravemente herido!». La encarnizada batalla se prolongó todo ese día, y el rey de Israel se mantuvo erguido en su carro frente a los arameos. Por la tarde, justo cuando se ponía el sol, Acab murió.