El rey Asa tenía un ejército de trescientos mil guerreros de la tribu de Judá, armados con grandes escudos y lanzas. También tenía un ejército de doscientos ochenta mil guerreros de la tribu de Benjamín, armados con arcos y escudos pequeños. Ambos ejércitos estaban constituidos por hombres de guerra bien entrenados. Cierta vez un etíope llamado Zera atacó a Judá con un ejército de un millón de soldados y trescientos carros de guerra. Avanzaron hacia la ciudad de Maresa, por eso Asa desplegó sus ejércitos para la batalla en el valle al norte de Maresa. Entonces Asa clamó al SEÑOR su Dios: «¡Oh SEÑOR, nadie sino tú puede ayudar al débil contra el poderoso! Ayúdanos, oh SEÑOR nuestro Dios, porque solo en ti confiamos. Es en tu nombre que hemos salido contra esta inmensa multitud. ¡Oh SEÑOR, tú eres nuestro Dios; no dejes que simples hombres prevalezcan contra ti!». Entonces el SEÑOR derrotó a los etíopes en presencia de Asa y del ejército de Judá, y el enemigo huyó. Asa y su ejército los persiguieron hasta Gerar, y cayeron tantos etíopes que no pudieron reagruparse. El SEÑOR y su ejército los destruyeron; y el ejército de Judá se llevó un enorme botín. Mientras estaban en Gerar, atacaron todas las ciudades de la región, y un terror de parte del SEÑOR se apoderó de la gente. Como resultado, también se llevaron un enorme botín de esas ciudades. Además, atacaron los campamentos de los pastores y capturaron muchas ovejas, cabras y camellos antes de regresar a Jerusalén.
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