Cuando David se enteró de que Nabal esquilaba sus ovejas, envió a diez de sus hombres jóvenes a Carmelo con el siguiente mensaje para Nabal: «¡Paz y prosperidad para ti, para tu familia y para todo lo que posees! Me dicen que es el tiempo de la esquila. Mientras tus pastores estuvieron entre nosotros cerca de Carmelo, nunca les hicimos daño y nunca se les robó nada. Pregunta a tus propios hombres, y te dirán que es cierto. Así que, ¿podrías ser bondadoso con nosotros, ya que hemos venido en tiempo de celebración? Por favor, comparte con nosotros y con tu amigo David las provisiones que tengas a la mano». Los hombres le dieron este mensaje a Nabal en nombre de David y esperaron la respuesta.
«¿Quién es ese tipo David? —les dijo Nabal con desdén—. ¿Quién se cree que es este hijo de Isaí? En estos días hay muchos siervos que se escapan de sus amos. ¿Debo tomar mi pan, mi agua y la carne que destacé para mis esquiladores y dárselos a un grupo de bandidos que viene de quién sabe dónde?».
De modo que los hombres de David regresaron y le dijeron lo que Nabal había dicho. «¡Tomen sus espadas!», respondió David mientras se ceñía la suya. Enseguida David salió con cuatrocientos hombres, mientras doscientos se quedaron cuidando las pertenencias.
Entre tanto, uno de los siervos de Nabal fue a decirle a Abigail: «David envió mensajeros desde el desierto para saludar a nuestro amo, pero él les respondió con insultos. Estos hombres nos trataron muy bien y nunca sufrimos ningún daño de parte de ellos. Nada nos fue robado durante todo el tiempo que estuvieron con nosotros. De hecho, día y noche fueron como un muro de protección para nosotros y nuestras ovejas. Es necesario que usted lo sepa y decida qué hacer, porque habrá problemas para nuestro amo y toda la familia. ¡Nabal tiene tan mal genio que no hay nadie que pueda hablarle!».
Sin perder tiempo, Abigail juntó doscientos panes, dos cueros llenos de vino, cinco ovejas destazadas y preparadas, treinta y seis litros de trigo tostado, cien racimos de pasas y doscientos pasteles de higo. Lo cargó todo en burros y les dijo a sus siervos: «Vayan adelante y dentro de poco los seguiré». Pero no le dijo a su esposo, Nabal, lo que estaba haciendo.
Así que, montada en un burro, Abigail entraba a un barranco de la montaña cuando vio a David y a sus hombres acercándose a ella. En ese momento, David decía: «¡De nada sirvió ayudar a este tipo! Protegimos sus rebaños en el desierto y ninguna de sus posesiones se perdió o fue robada. Pero él me devolvió mal por bien. ¡Que Dios me castigue y me mate si tan solo un hombre de su casa queda con vida mañana por la mañana!».
Cuando Abigail vio a David, enseguida bajó de su burro y se inclinó ante él hasta el suelo. Cayó a sus pies y le dijo:
—Toda la culpa es mía en este asunto, mi señor. Por favor, escuche lo que tengo que decir. Sé que Nabal es un hombre perverso y de mal genio; por favor, no le haga caso. Es un necio, como significa su nombre. Pero yo ni siquiera vi a los hombres que usted envió.
»Ahora, mi señor, tan cierto como que el SEÑOR vive y que usted vive, ya que el SEÑOR impidió que usted matara y tomara venganza por su propia mano, que todos sus enemigos y los que intenten hacerle daño sean tan malditos como lo es Nabal. Aquí tengo un regalo que yo, su sierva, le he traído a usted y a sus hombres. Le ruego que me perdone si lo he ofendido en alguna manera. El SEÑOR seguramente lo recompensará con una dinastía duradera, porque usted pelea las batallas del SEÑOR y no ha hecho mal en toda su vida.
»Aun cuando lo persigan aquellos que buscan su muerte, su vida estará a salvo al cuidado del SEÑOR su Dios, ¡segura en su bolsa de tesoros! ¡Pero la vida de sus enemigos desaparecerá como piedras lanzadas por una honda! Cuando el SEÑOR haya hecho todo lo que prometió y lo haya hecho líder de Israel, que esta no sea una sombra en su historial. Entonces su conciencia no tendrá que llevar la pesada carga de derramamiento de sangre y venganza innecesarios. Y cuando el SEÑOR haya hecho estas grandes cosas para usted, por favor, ¡acuérdese de mí, su sierva!
David le respondió a Abigail:
—¡Alabado sea el SEÑOR, Dios de Israel, quien hoy te ha enviado a mi encuentro! ¡Gracias a Dios por tu buen juicio! Bendita seas, pues me has impedido matar y llevar a cabo mi venganza con mis propias manos. Juro por el SEÑOR, Dios de Israel, quien me ha librado de hacerte daño, que si no te hubieras apresurado a venir a mi encuentro, mañana por la mañana ninguno de los hombres de Nabal habría quedado con vida.
Entonces David aceptó su regalo y le dijo:
—Vuelve a tu casa en paz. Escuché lo que dijiste y no mataremos a tu esposo.
Cuando Abigail llegó a su casa, encontró a Nabal dando una gran fiesta digna de un rey. Estaba muy borracho, así que ella no le dijo nada sobre su encuentro con David hasta el amanecer del día siguiente. Por la mañana, cuando Nabal estaba sobrio, su esposa le contó lo que había sucedido. Como consecuencia él tuvo un derrame cerebral y quedó paralizado en su cama como una piedra. Unos diez días más tarde, el SEÑOR lo hirió y murió.
Cuando David oyó que Nabal había muerto, dijo: «Alabado sea el SEÑOR, que vengó el insulto que recibí de Nabal y me impidió que tomara venganza por mí mismo. Nabal recibió el castigo por su pecado». Después David envió mensajeros a Abigail pidiéndole que fuera su esposa.
Cuando los mensajeros llegaron a Carmelo, le dijeron a Abigail:
—David nos ha enviado para que la llevemos a fin de que se case con él.
Entonces ella se inclinó al suelo y respondió:
—Yo, su sierva, estaría encantada de casarme con David. ¡Aun estaría dispuesta a ser una esclava y lavar los pies de sus siervos!
Así que enseguida se preparó, llevó a cinco de sus siervas como asistentes, se montó en su burro, y fue con los mensajeros de David. Y se convirtió en su esposa. David también se casó con Ahinoam de Jezreel, así que las dos fueron sus esposas. Mientras tanto, Saúl había dado a su hija Mical, esposa de David, a un hombre de Galim llamado Palti, hijo de Lais.