»Ahora, debido a la devoción que tengo por el templo de mi Dios, entrego todos mis propios tesoros de oro y de plata para ayudar en la construcción. Esto es además de los materiales de construcción que ya he reunido para su santo templo. Dono más de ciento dos toneladas de oro de Ofir y doscientas treinta y ocho toneladas de plata refinada para recubrir las paredes de los edificios y para los demás trabajos en oro y plata que harán los artesanos. Ahora bien, ¿quiénes de ustedes seguirán mi ejemplo y hoy darán ofrendas al SEÑOR?». Entonces los jefes de familia, los jefes de las tribus de Israel, los generales y capitanes del ejército y los funcionarios administrativos del rey, todos ofrendaron voluntariamente. Para la construcción del templo de Dios donaron alrededor de ciento setenta toneladas de oro, diez mil monedas de oro, trescientas cuarenta toneladas de plata, seiscientas doce toneladas de bronce y tres mil cuatrocientas toneladas de hierro. También contribuyeron con gran cantidad de piedras preciosas, que se depositaron en el tesoro de la casa del SEÑOR al cuidado de Jehiel, un descendiente de Gersón. El pueblo se alegró por las ofrendas, porque había dado libremente y de todo corazón al SEÑOR, y el rey David se llenó de gozo.
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