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Parte de la familia

En su introducción a Filipenses, Pablo se identificó como servidor de Cristo Jesús y escribió a los santos en Cristo Jesús. Su elección de palabras aquí es significativa en ambos aspectos. A lo largo de todo el Antiguo Testamento, los líderes de los israelitas recibieron la distinción de ser llamados servidores de Dios.

Cuando Pablo se presentó, hizo un ligero cambio. Pablo no se llamó a sí mismo siervo de Dios o siervo del Señor. Dijo que era un siervo de Cristo Jesús. Esta elección de palabras tiene una implicación importante: Equiparó a Jesús con Dios.

Aunque esto puede ser una noticia vieja para usted y para mí, es significativo desde una perspectiva histórica que Pablo creía que Jesús y Dios son lo mismo. El entendimiento de que Jesús es Dios no es una leyenda que se desarrolló cientos de años después de su muerte, cuando la gente había olvidado a la persona real. Los que le siguieron y le conocieron personalmente creían que Jesús era tanto Dios como hombre.

También es alentador observar que Pablo se dirigió a los filipenses como santos. De hecho, este es el término que usó regularmente en sus cartas al referirse a los compañeros creyentes. (Pablo nunca se dirigió a los "pecadores de Roma" ni a ningún otro lugar).

Una vez que somos parte de la familia de Dios, somos considerados santos, no pecadores. Ser santo no significa que seamos perfectos. Es en lo que nos convertimos cuando creemos. Nuestra identidad no significa que estemos libres de nuestra lucha contra el pecado. Cometeremos errores toda la vida. Sin embargo, hay una gran diferencia entre ser un santo que lucha contra el pecado y ser un pecador que intenta ser un santo.

Anímate hoy: ¡eres un santo querido por Dios! Puede que no te sientas como tal, pero tu identidad es inmutable, arraigada en la disposición de Dios hacia ti. Por la fe en Jesús, somos adoptados por Dios y formamos parte de su familia.

Pasa algún tiempo en oración, pidiendo a Dios que renueve y refresque tu corazón con esta buena noticia. Es fácil desanimarse por los errores y fracasos. Ciertamente, debemos lamentarnos y confesar nuestro pecado. Pero también debemos alegrarnos de nuestra nueva identidad. Acércate al Señor ahora, libremente, con expectación, con valentía y lleno de esperanza. Él te ve como su hijo, y puedes llevarle todas tus esperanzas, miedos y fracasos.

¿Por qué nuestra identidad en Dios es algo de lo que alegrarse?