MARCOS 14:12-72
MARCOS 14:12-72 RV2020
El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando sacrificaban el cordero de la Pascua, sus discípulos le preguntaron: —¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua? Jesús envió a dos de sus discípulos y les dijo: —Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle, y donde entre decid al dueño de la casa: «El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento en el que he de comer la Pascua con mis discípulos?». Él os mostrará en la parte alta un gran aposento, ya dispuesto. Haced allí los preparativos para nosotros. Fueron sus discípulos, entraron en la ciudad, hallaron lo que les había dicho y prepararon la Pascua. Cuando llegó la noche, vino Jesús con los doce. Se sentaron a la mesa y mientras comían les dijo: —Con certeza os digo que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a entregar. Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: —¿Acaso seré yo? Y el otro: —¿Seré yo? Él les respondió: —Uno de los doce, el que moja conmigo en el plato. A la verdad, el Hijo del Hombre se va, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y les dio, diciendo: —Tomad, esto es mi cuerpo. Después tomó la copa y, habiendo dado gracias, se la dio también y bebieron de ella todos. Y les dijo: —Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada. Os aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba nuevo en el reino de Dios. Cantaron el himno y después salieron al monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: —Todos os apartaréis de mí esta noche, pues esto dicen las escrituras: Heriré al pastor y las ovejas serán dispersadas . Pero después que haya resucitado iré delante de vosotros a Galilea. Entonces Pedro le dijo: —Aunque todos se aparten de ti, yo no lo haré. Y le dijo Jesús: —Te aseguro que tú hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces. Mas Pedro insistía diciendo: —Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Los demás también decían lo mismo. Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: —Sentaos aquí, mientras que yo oro. Se llevó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: —Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Y yéndose un poco adelante, se postró en tierra y oró pidiendo que si fuera posible pasara de él aquella hora. Y decía: —Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Vino luego y halló a los discípulos durmiendo, y dijo a Pedro: —Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu, a la verdad, está dispuesto, pero la carne es débil. Jesús otra vez fue y oró con las mismas palabras. Al volver, de nuevo los halló durmiendo: tenían los ojos cargados de sueño y no sabían qué responderle. Vino la tercera vez y les dijo: —Ya podéis dormir y descansar. Ya todo ha terminado. La hora ha llegado: he aquí el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos. Vamos. El que me entrega está cerca. Estando aún hablando, llegó Judas, uno de los doce. Con él venía mucha gente armada con espadas y palos, enviada por los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos. Judas les había dado esta señal: —Al que yo bese, ese es. Apresadle y llevadle bien sujeto. Acercándose a él le dijo: —¡Maestro! ¡Maestro! Y le besó. Quienes venían con él le echaron mano y le prendieron. Pero uno de los que estaban allí sacó la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja. Jesús les dijo: —¿Habéis venido con espadas y con palos para apresarme, como si fuera yo un ladrón? Estuve todos los días con vosotros enseñando en el templo y no me prendisteis. Mas así debe ser, para que se cumplan las Escrituras. Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron. A cierto joven, que cubría el cuerpo con una sábana e iba siguiendo a Jesús, también le prendieron; mas él dejando la sábana se escapó desnudo. Trajeron, pues, a Jesús al sumo sacerdote y se juntaron a él todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los guardias calentándose al fuego. Los principales sacerdotes y todo el Concilio buscaban testimonio contra Jesús para entregarlo a la muerte, mas no lo hallaban, porque muchos testificaban contra él en falso y sus testimonios no concordaban. Algunos se levantaron y dieron falso testimonio contra él con estas palabras: —Nosotros le hemos oído decir: «Yo derribaré este templo hecho por manos humanas y en tres días edificaré otro que no es obra de manos de hombre». Pero ni aun así concordaban en el testimonio. Entonces el sumo sacerdote, levantándose, preguntó a Jesús: —¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? Pero él callaba y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar: —¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Jesús le dijo: —Yo soy. Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo: —¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece? Y todos ellos le condenaron y le consideraron reo de muerte. Entonces algunos comenzaron a escupirle y cubriéndole el rostro le daban puñetazos y le decían: —Profetiza. También los guardias le abofeteaban. Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Entonces vino una de las criadas del sumo sacerdote y vio a Pedro, que estaba calentándose, y mirándole le dijo: —Tú también estabas con Jesús el nazareno. Pero él lo negó diciendo: —No le conozco, ni sé lo que dices. Pedro marchó hacia la entrada. Entonces cantó el gallo. Cuando la criada lo vio de nuevo comenzó a decir a los que estaban allí: —Este es uno de ellos. Él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: —Verdaderamente, tú eres de ellos, porque eres galileo y tu habla es semejante. Pedro comenzó a maldecir y a jurar: —No conozco a este hombre de quien habláis. Y el gallo cantó por segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces». Y comenzó a llorar.