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MARCOS 14:12-72

MARCOS 14:12-72 La Palabra (versión española) (BLP)

El primer día de los Panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos le preguntaron a Jesús: —¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles: —Id a la ciudad y encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidlo y, allí donde entre, decid al dueño de la casa: «El Maestro dice: ¿Cuál es la estancia donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?». Él os mostrará en el piso de arriba una sala amplia, ya dispuesta y arreglada. Preparadlo todo allí para nosotros. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad, donde encontraron todo como Jesús les había dicho. Y prepararon la cena de Pascua. Al anochecer llegó Jesús con los Doce, se sentaron a la mesa y, mientras estaban cenando, Jesús dijo: —Os aseguro que uno de vosotros va a traicionarme. Uno que está comiendo conmigo. Se entristecieron los discípulos y uno tras otro comenzaron a preguntarle: —¿Acaso seré yo, Señor? Jesús les dijo: —Es uno de los Doce; uno que ha tomado un bocado de mi propio plato. Es cierto que el Hijo del hombre tiene que seguir su camino, como dicen de él las Escrituras. Sin embargo, ¡ay de aquel que traiciona al Hijo del hombre! Mejor le sería no haber nacido. Durante la cena, Jesús tomó pan, bendijo a Dios, lo partió y se lo dio diciendo: —Tomad, esto es mi cuerpo. Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y la pasó a sus discípulos. Y bebieron todos de ella. Él les dijo: —Esto es mi sangre, la sangre de la alianza, que va a ser derramada en favor de todos. Os aseguro que no volveré a beber de este fruto de la vid hasta el día aquel en que beba un vino nuevo en el reino de Dios. Cantaron después el himno y salieron hacia el monte de los Olivos. Jesús les dijo: —Todos me vais a abandonar, porque así lo dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después de mi resurrección iré delante de vosotros a Galilea. Pedro le dijo: —¡Aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré! Jesús le contestó: —Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, tú me habrás negado tres veces. Pedro insistió, asegurando: —¡Yo no te negaré, aunque tenga que morir contigo! Y lo mismo decían todos los demás. Llegados al lugar llamado Getsemaní, Jesús dijo a sus discípulos: —Quedaos aquí sentados mientras yo voy a orar. Se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentirse atemorizado y angustiado. Les dijo: —Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad. Se adelantó unos pasos más y, postrándose en tierra, oró pidiéndole a Dios que, si era posible, pasara de él aquel trance. Decía: —¡Abba, Padre, todo es posible para ti! Líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Volvió entonces y, al encontrar dormidos a los discípulos, dijo a Pedro: —Simón, ¿duermes? ¿Ni siquiera has podido velar una hora? Velad y orad para que no desfallezcáis en la prueba. Es cierto que tenéis buena voluntad, pero os faltan las fuerzas. Otra vez se alejó de ellos y oró diciendo lo mismo. Regresó de nuevo adonde estaban los discípulos y volvió a encontrarlos dormidos, pues tenían los ojos cargados de sueño. Y no supieron qué contestarle. Cuando volvió por tercera vez, les dijo: —¿Aún seguís durmiendo y descansando? ¡Ya basta! Ha llegado la hora: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. Levantaos, vámonos. Ya está aquí el que me va a entregar. Todavía estaba Jesús hablando cuando se presentó Judas, uno de los Doce. Venía acompañado de un tropel de gente armada con espadas y garrotes, que habían sido enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. Judas, el traidor, les había dado esta contraseña: —Aquel a quien yo bese, ese es. Apresadlo y lleváoslo bien sujeto. Al llegar, se acercó enseguida a Jesús y le dijo: —¡Maestro! Y lo besó. Los otros, por su parte, echando mano a Jesús, lo apresaron. Uno de los que estaban con él sacó la espada y, de un golpe, le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús, entonces, tomó la palabra y les dijo: —¿Por qué habéis venido a arrestarme con espadas y garrotes como si fuera un ladrón? Todos los días he estado entre vosotros enseñando en el Templo, y no me habéis arrestado. Pero así debe ser para que se cumplan las Escrituras. Y todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Un muchacho, cubierto solo con una sábana, iba siguiendo a Jesús. También quisieron echarle mano; pero él, desprendiéndose de la sábana, huyó desnudo. Llevaron a Jesús ante el sumo sacerdote; y se reunieron también todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Pedro, que lo había seguido de lejos hasta la mansión del sumo sacerdote, se sentó con los criados a calentarse junto al fuego. Los jefes de los sacerdotes y el pleno del Consejo Supremo andaban buscando un testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte; pero no lo encontraban porque, aunque muchos testificaban falsamente contra él, sus testimonios no concordaban. Algunos se levantaron y testificaron en falso contra Jesús, diciendo: —Nosotros lo hemos oído afirmar: «Yo derribaré este Templo obra de manos humanas y en tres días construiré otro que no será obra humana». Pero ni aun así conseguían hacer coincidir los testimonios. Poniéndose, entonces, de pie en medio de todos, el sumo sacerdote preguntó a Jesús: —¿No tienes nada que alegar a lo que estos testifican contra ti? Pero Jesús permaneció en silencio, sin contestar ni una palabra. El sumo sacerdote insistió preguntándole: —¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Jesús respondió: —Sí, lo soy. Y vosotros veréis al Hijo del hombre sentado junto al Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo. Al oír esto, el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y exclamó: —¿Para qué necesitamos más testimonios? ¡Ya habéis oído su blasfemia! ¿Qué os parece? Todos juzgaron que merecía la muerte. Algunos se pusieron a escupirlo y, tapándole la cara, lo golpeaban y le decían: —¡A ver si adivinas! Y también los criados le daban bofetadas. Entre tanto, Pedro estaba abajo, en el patio de la casa. Llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose junto al fuego, lo miró atentamente y dijo: —Oye, tú también estabas con Jesús, el de Nazaret. Pedro lo negó, diciendo: —Ni sé quién es ese ni de qué estás hablando. Y salió al vestíbulo. Entonces cantó un gallo. La criada lo volvió a ver y dijo de nuevo a los que estaban allí: —Este es uno de ellos. Pedro lo negó otra vez. Poco después, algunos de los presentes insistieron dirigiéndose a Pedro: —No cabe duda de que tú eres de los suyos, pues eres galileo. Entonces él comenzó a jurar y perjurar: —¡No sé quién es ese hombre del que habláis! Al instante cantó un gallo por segunda vez y Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres veces». Y se echó a llorar.

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MARCOS 14:12-72 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura y se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: –¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: –Id a la ciudad. Allí encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle, y al amo de la casa donde entre le decís: ‘El Maestro pregunta: ¿Cuál es la sala donde he de comer con mis discípulos la cena de Pascua?’ Él os mostrará en el piso alto una habitación grande, dispuesta y arreglada. Preparad allí la cena para nosotros. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua. Al anochecer llegó él con los doce discípulos. Mientras estaban a la mesa, cenando, Jesús les dijo: –Os aseguro que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a traicionar. Ellos, llenos de tristeza, comenzaron a preguntarle uno por uno: –¿Soy yo? Jesús les contestó: –Es uno de los doce, que está mojando el pan en el mismo plato que yo. El Hijo del hombre ha de recorrer el camino que dicen las Escrituras, pero ¡ay de aquel que le va a traicionar! Más le valdría no haber nacido. Mientras cenaban, Jesús tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: –Tomad, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa, y habiendo dado gracias a Dios se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: –Esto es mi sangre, con la que se confirma el pacto, la cual es derramada en favor de muchos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, se fueron al monte de los Olivos. Jesús les dijo: –Todos vais a perder vuestra confianza en mí. Así lo dicen las Escrituras: ‘Mataré al pastor y se dispersarán las ovejas.’ Pero cuando resucite, iré a Galilea antes que vosotros. Pedro le dijo: –Aunque todos pierdan su confianza, yo no. Jesús le contestó: –Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces. Pero él insistía: –Aunque tenga que morir contigo no te negaré. Y todos decían lo mismo. Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus discípulos: –Sentaos aquí mientras yo voy a orar. Se llevó a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentirse muy afligido y angustiado. Les dijo: –Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y permaneced despiertos. Adelantándose unos pasos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, a ser posible, no le llegara aquel momento de dolor. En su oración decía: –Padre mío, para ti todo es posible: líbrame de esta copa amarga, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Luego volvió a donde ellos estaban y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: –Simón, ¿estás durmiendo? ¿Ni una hora siquiera has podido permanecer despierto? Permaneced despiertos y orad para no caer en tentación. Vosotros tenéis buena voluntad, pero vuestro cuerpo es débil. Se fue otra vez, y oró repitiendo las mismas palabras. Cuando volvió, encontró de nuevo dormidos a los discípulos, porque los ojos se les cerraban de sueño. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo: –¿Seguís durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vámonos: ya se acerca el que me traiciona. Todavía estaba hablando Jesús, cuando Judas, uno de los doce discípulos, llegó acompañado de mucha gente armada con espadas y palos. Iban enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. Judas, el traidor, les había dado una contraseña, diciéndoles: “Aquel a quien yo bese, ese es. Apresadlo y llevadlo bien sujeto.” Así que se acercó a Jesús y le dijo: –¡Maestro! Y le besó. Entonces echaron mano a Jesús y lo apresaron. Pero uno de los que estaban allí sacó su espada y cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús preguntó a la gente: –¿Por qué venís con espadas y palos a apresarme, como si fuera un bandido? Todos los días he estado entre vosotros enseñando en el templo y nunca me apresasteis. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras. Todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron. Pero un joven le seguía, cubierto solo con una sábana. A este lo atraparon, pero él, soltando la sábana, escapó desnudo. Condujeron entonces a Jesús ante el sumo sacerdote, y se juntaron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Pedro, que le había seguido de lejos hasta el interior del patio de la casa del sumo sacerdote, se quedó sentado con los guardias del templo, calentándose junto al fuego. Los jefes de los sacerdotes y toda la Junta Suprema andaban buscando alguna prueba para condenar a muerte a Jesús, pero no la encontraban. Porque, aunque muchos presentaban falsos testimonios contra él, se contradecían unos a otros. Algunos se levantaron y le acusaron falsamente diciendo: –Nosotros le hemos oído decir: ‘Yo voy a destruir este templo construido por los hombres, y en tres días levantaré otro no construido por los hombres.’ Pero ni aun así estaban de acuerdo en lo que decían. Entonces el sumo sacerdote se levantó en medio de todos y preguntó a Jesús: –¿No respondes nada? ¿Qué es esto que están diciendo contra ti? Pero Jesús permaneció callado, sin responder nada. El sumo sacerdote volvió a preguntarle: –¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito? Jesús le dijo: –Sí, yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote se rasgó las ropas en señal de indignación y dijo: –¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Vosotros le habéis oído decir palabras ofensivas contra Dios. ¿Qué os parece? Todos estuvieron de acuerdo en que era culpable y debía morir. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole los ojos y golpeándole, le decían: –¡Adivina quién te ha pegado! También los guardias del templo le daban bofetadas. Pedro estaba abajo, en el patio. En esto llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote, la cual, al ver a Pedro calentándose junto al fuego, se quedó mirándole y le dijo: –Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret. Pedro lo negó, diciendo: –No le conozco ni sé de qué estás hablando. Y salió fuera, a la entrada. Entonces cantó un gallo. La sirvienta vio otra vez a Pedro y comenzó a decir a los demás: –Este es uno de ellos. Pero él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron de nuevo a Pedro: –Seguro que tú eres uno de ellos. Además eres de Galilea. Entonces Pedro comenzó a jurar y perjurar, diciendo: –¡No conozco a ese hombre de quien habláis! En aquel mismo momento cantó el gallo por segunda vez, y Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: ‘Antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces.’ Y rompió a llorar.

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MARCOS 14:12-72 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se acostumbraba sacrificar el cordero de la Pascua, los discípulos le preguntaron a Jesús: ―¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua? Él envió a dos de sus discípulos con este encargo: ―Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidlo, y allí donde entre decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la sala en la que pueda comer la Pascua con mis discípulos?” Él os mostrará en la planta superior una sala amplia, amueblada y arreglada. Preparad allí nuestra cena. Los discípulos salieron, entraron en la ciudad y encontraron todo tal y como les había dicho Jesús. Así que prepararon la Pascua. Al anochecer llegó Jesús con los doce. Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo: ―Os aseguro que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a traicionar. Ellos se pusieron tristes, y uno tras otro empezaron a preguntarle: ―¿Acaso seré yo? ―Es uno de los doce —contestó—, uno que moja el pan conmigo en el plato. A la verdad, el Hijo del hombre se irá tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido. Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio, diciéndoles: ―Tomad; esto es mi cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la dio, y todos bebieron de ella. ―Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta aquel día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos. ―Todos vosotros me abandonaréis —les dijo Jesús—, porque está escrito: »“Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea». ―Aunque todos te abandonen, yo no —declaró Pedro. ―Te aseguro —le contestó Jesús— que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces. ―Aunque tenga que morir contigo —insistió Pedro con vehemencia—, jamás te negaré. Y los demás dijeron lo mismo. Fueron a un lugar llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras yo oro». Se llevó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a sentir temor y tristeza. «Es tal la angustia que me invade que me siento morir —les dijo—. Quedaos aquí y velad». Yendo un poco más allá, se postró en tierra y empezó a orar que, de ser posible, no tuviera él que pasar por aquella hora. Decía: « Abba , Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Luego volvió a sus discípulos y los encontró dormidos. «Simón —le dijo a Pedro—, ¿estás dormido? ¿No pudiste mantenerte despierto ni una hora? Velad y orad para que no caigáis en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil». Una vez más se retiró e hizo la misma oración. Cuando volvió, los encontró dormidos otra vez, porque se les cerraban los ojos de sueño. No sabían qué decirle. Al volver por tercera vez, les dijo: «¿Seguís durmiendo y descansando? ¡Se acabó! Ha llegado la hora. Mirad, el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona!» Todavía estaba hablando Jesús cuando de repente llegó Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una turba armada con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo dé un beso, ese es; arrestadlo y lleváoslo bien asegurado». Tan pronto como llegó, Judas se acercó a Jesús. ―¡Rabí! —le dijo, y lo besó. Entonces los hombres prendieron a Jesús. Pero uno de los que estaban ahí desenfundó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja. ―¿Acaso soy un bandido —dijo Jesús—, para que vengáis con espadas y palos a arrestarme? Día tras día estaba con vosotros, enseñando en el templo, y no me prendisteis. Pero es preciso que se cumplan las Escrituras. Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Cierto joven que se cubría con solo una sábana iba siguiendo a Jesús. Lo detuvieron, pero él soltó la sábana y escapó desnudo. Llevaron a Jesús ante el sumo sacerdote y se reunieron allí todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Pedro lo siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote. Allí se sentó con los guardias, y se calentaba junto al fuego. Los jefes de los sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban alguna prueba contra Jesús para poder condenarlo a muerte, pero no la encontraban. Muchos testificaban falsamente contra él, pero sus declaraciones no coincidían. Entonces unos decidieron dar este falso testimonio contra él: ―Nosotros le oímos decir: “Destruiré este templo hecho por hombres y en tres días construiré otro, no hecho por hombres”. Pero ni aun así concordaban sus declaraciones. Poniéndose de pie en medio, el sumo sacerdote interrogó a Jesús: ―¿No tienes nada que contestar? ¿Qué significan estas denuncias en tu contra? Pero Jesús se quedó callado y no contestó nada. ―¿Eres el Cristo, el Hijo del Bendito? —le preguntó de nuevo el sumo sacerdote. ―Sí, yo soy —dijo Jesús—. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo. ―¿Para qué necesitamos más testigos? —dijo el sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras—. ¡Habéis oído la blasfemia! ¿Qué os parece? Todos ellos lo condenaron como digno de muerte. Algunos comenzaron a escupirle; le vendaron los ojos y le daban puñetazos. ―¡Profetiza! —le gritaban. Los guardias también le daban bofetadas. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, pasó una de las criadas del sumo sacerdote. Cuando vio a Pedro calentándose, se fijó en él. ―Tú también estabas con ese nazareno, con Jesús —le dijo ella. Pero él lo negó: ―No lo conozco. Ni siquiera sé de qué estás hablando. Y salió afuera, a la entrada. Cuando la criada lo vio allí, dijo de nuevo a los presentes: ―Este es uno de ellos. Él lo volvió a negar. Poco después, los que estaban allí le dijeron a Pedro: ―Seguro que tú eres uno de ellos, pues eres galileo. Él comenzó a echar maldiciones. ―¡No conozco a ese hombre del que habláis! —les juró. Al instante, un gallo cantó por segunda vez. Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces». Y se echó a llorar.

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MARCOS 14:12-72 Reina Valera 2020 (RV2020)

El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando sacrificaban el cordero de la Pascua, sus discípulos le preguntaron: —¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua? Jesús envió a dos de sus discípulos y les dijo: —Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle, y donde entre decid al dueño de la casa: «El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento en el que he de comer la Pascua con mis discípulos?». Él os mostrará en la parte alta un gran aposento, ya dispuesto. Haced allí los preparativos para nosotros. Fueron sus discípulos, entraron en la ciudad, hallaron lo que les había dicho y prepararon la Pascua. Cuando llegó la noche, vino Jesús con los doce. Se sentaron a la mesa y mientras comían les dijo: —Con certeza os digo que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a entregar. Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: —¿Acaso seré yo? Y el otro: —¿Seré yo? Él les respondió: —Uno de los doce, el que moja conmigo en el plato. A la verdad, el Hijo del Hombre se va, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y les dio, diciendo: —Tomad, esto es mi cuerpo. Después tomó la copa y, habiendo dado gracias, se la dio también y bebieron de ella todos. Y les dijo: —Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada. Os aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba nuevo en el reino de Dios. Cantaron el himno y después salieron al monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: —Todos os apartaréis de mí esta noche, pues esto dicen las escrituras: Heriré al pastor y las ovejas serán dispersadas . Pero después que haya resucitado iré delante de vosotros a Galilea. Entonces Pedro le dijo: —Aunque todos se aparten de ti, yo no lo haré. Y le dijo Jesús: —Te aseguro que tú hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces. Mas Pedro insistía diciendo: —Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Los demás también decían lo mismo. Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: —Sentaos aquí, mientras que yo oro. Se llevó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: —Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Y yéndose un poco adelante, se postró en tierra y oró pidiendo que si fuera posible pasara de él aquella hora. Y decía: —Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Vino luego y halló a los discípulos durmiendo, y dijo a Pedro: —Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu, a la verdad, está dispuesto, pero la carne es débil. Jesús otra vez fue y oró con las mismas palabras. Al volver, de nuevo los halló durmiendo: tenían los ojos cargados de sueño y no sabían qué responderle. Vino la tercera vez y les dijo: —Ya podéis dormir y descansar. Ya todo ha terminado. La hora ha llegado: he aquí el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos. Vamos. El que me entrega está cerca. Estando aún hablando, llegó Judas, uno de los doce. Con él venía mucha gente armada con espadas y palos, enviada por los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos. Judas les había dado esta señal: —Al que yo bese, ese es. Apresadle y llevadle bien sujeto. Acercándose a él le dijo: —¡Maestro! ¡Maestro! Y le besó. Quienes venían con él le echaron mano y le prendieron. Pero uno de los que estaban allí sacó la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja. Jesús les dijo: —¿Habéis venido con espadas y con palos para apresarme, como si fuera yo un ladrón? Estuve todos los días con vosotros enseñando en el templo y no me prendisteis. Mas así debe ser, para que se cumplan las Escrituras. Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron. A cierto joven, que cubría el cuerpo con una sábana e iba siguiendo a Jesús, también le prendieron; mas él dejando la sábana se escapó desnudo. Trajeron, pues, a Jesús al sumo sacerdote y se juntaron a él todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los guardias calentándose al fuego. Los principales sacerdotes y todo el Concilio buscaban testimonio contra Jesús para entregarlo a la muerte, mas no lo hallaban, porque muchos testificaban contra él en falso y sus testimonios no concordaban. Algunos se levantaron y dieron falso testimonio contra él con estas palabras: —Nosotros le hemos oído decir: «Yo derribaré este templo hecho por manos humanas y en tres días edificaré otro que no es obra de manos de hombre». Pero ni aun así concordaban en el testimonio. Entonces el sumo sacerdote, levantándose, preguntó a Jesús: —¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? Pero él callaba y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar: —¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Jesús le dijo: —Yo soy. Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo: —¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece? Y todos ellos le condenaron y le consideraron reo de muerte. Entonces algunos comenzaron a escupirle y cubriéndole el rostro le daban puñetazos y le decían: —Profetiza. También los guardias le abofeteaban. Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Entonces vino una de las criadas del sumo sacerdote y vio a Pedro, que estaba calentándose, y mirándole le dijo: —Tú también estabas con Jesús el nazareno. Pero él lo negó diciendo: —No le conozco, ni sé lo que dices. Pedro marchó hacia la entrada. Entonces cantó el gallo. Cuando la criada lo vio de nuevo comenzó a decir a los que estaban allí: —Este es uno de ellos. Él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: —Verdaderamente, tú eres de ellos, porque eres galileo y tu habla es semejante. Pedro comenzó a maldecir y a jurar: —No conozco a este hombre de quien habláis. Y el gallo cantó por segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces». Y comenzó a llorar.

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