JUAN INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
1. Un evangelio singular
Digamos antes de nada que, con independencia de quién sea su autor concreto y preciso —cuestión que será tratada más adelante—, seguiremos denominando Evangelio de Juan (en adelante se utilizará preferentemente la abreviatura Jn) a este cuarto evangelio canónico de acuerdo con la venerable y multisecular tradición cristiana. En este punto, la unanimidad es absoluta entre las diversas iglesias cristianas.
Lo primero que sorprende, y hasta cierto punto desconcierta, al abordar la lectura de Jn, es su notable divergencia con los otros tres evangelios, los llamados evangelios sinópticos: Mt, Mc y Lc. Diferencias que no serán detalladas aquí en todos sus pormenores, pero que son relativamente profundas y afectan a la geografía, a la cronología, al estilo, al lenguaje y al contenido. Dato este tanto más significativo cuanto, por otra parte, nadie discute que este singular escrito pertenece al género literario “evangelio”. Se trata, en efecto, como en el caso de los sinópticos, del anuncio de la buena noticia de Jesús y sobre Jesús, que comienza con la predicación-testimonio de Juan el Bautista (1,19-34) y culmina con el relato de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, el protagonista indiscutible de los acontecimientos (18,1—21,25). En medio, una amplia información, que ha sido cuidadosamente seleccionada y formulada, sobre la actividad de Jesús, tanto taumatúrgica como docente (2,1—11,50). Cabría incluso decir que si atendemos a la intención básica del autor, a saber, presentar a Jesús como el supremo revelador del Padre para provocar así en los oyentes y lectores la fe en el propio Jesús como Hijo unigénito del Padre (20,21), el evangelio de Jn es el más puro y radical de los cuatro.
Junto a estas coincidencias fundamentales de contenido y finalidad con los otros tres, el cuarto evangelio presenta rasgos y peculiaridades únicos. Estos hacen de él un escrito singular dentro de su género y un punto de referencia obligado para comprender la complejidad del cristianismo primitivo. Porque, aunque en última instancia se remonte a una tradición primitiva común, el evangelio de Jn está construido sobre la base de una tradición cristiana independiente de la tradición en que se inspiran los sinópticos. No se escribió para completar lo que faltaba a aquellos, ni para ofrecer una interpretación correcta de ellos, ni mucho menos para suplantarlos y retirarlos de la circulación por la causa que fuera. Se escribió para suscitar y alimentar la fe de unas comunidades singulares que nacieron y se desarrollaron en torno a un personaje también singular —el “discípulo amado”—. A esas comunidades les tocó vivir una historia tormentosa al lado de los otros grupos, tanto cristianos (comunidades paulinas, petrinas, judeocristianas, sectores escindidos de la propia comunidad joánica), como no cristianos (los judíos, el mundo pagano, los discípulos de Juan el Bautista). De todo esto se deduce que la singularidad del cuarto evangelio tiene algo que ver con la personalidad de su autor (o autores), pero tiene mucho más que ver con la vida y las circunstancias de la comunidad o comunidades en cuyo seno se gestó su composición. Por eso, conocer las características de esa comunidad es, en la exégesis actual del cuarto evangelio, objeto de una búsqueda cada vez más apasionada.
2. Dimensión literaria y proceso de composición
Un estilo propio y unos peculiares rasgos literarios presentes en todo el evangelio de Jn hacen pensar en una unidad de composición bastante más fuerte que en el caso de los sinópticos. El entramado literario-ideológico del cuarto evangelio es más intenso y coherente que en los otros tres. Las formas literarias múltiples y variopintas de los sinópticos, los relatos numerosos pero breves, las frases sueltas intercaladas aquí y allá en el curso de la redacción, han sido substituidas en Jn por unas pocas composiciones literarias mucho más amplias y complejas en general y tan elaboradas que hacen muy difícil distinguir entre tradición y redacción. En más de una ocasión no se sabe si quien habla es Jesús o es el evangelista.
¿Quiere esto decir que, a diferencia de los sinópticos, Juan no ha utilizado fuentes para redactar su evangelio? ¿O que si las ha utilizado, han sido tan profundamente elaboradas por él que apenas quedan huellas de tales fuentes? Esto segundo parece lo más probable.
Otro tema relacionado con las posibles fuentes del cuarto evangelio es el de su lengua original. Que abundan en Jn los arameísmos es manifiesto. ¿Habría sido, entonces, escrito originalmente en arameo y más tarde traducido al griego? Así lo han sugerido algunos autores. Una hipótesis, sin embargo, que no es ni necesaria ni probable. El evangelio de Jn ha sido redactado originalmente en griego. No es, evidentemente, el griego de Platón. Ni siquiera es el griego de otros libros del NT tales como el de la obra lucana o el del escrito a los Hebreos. Es un griego más bien popular y poco brillante, pero correcto. Tiene, como contrapartida, una profunda intensidad a la que hay que añadir el encanto del objeto —en este caso la persona de Jesús— largamente contemplado y amado.
Esta profunda unidad literaria y coherencia interna del cuarto evangelio no es, sin embargo, obstáculo para que también en él podamos hablar de una historia más o menos compleja en su proceso de composición y redacción. Hay indicios sobrados para ello. Por ejemplo, un vocabulario no siempre uniforme; la especial belleza y calidad poética de algunas partes (en concreto, el prólogo: 1,1-18); los saltos bruscos en algunas secuencias geográfico-cronológicas (en concreto, 3,22-30 interrumpiría una secuencia natural entre 3,1-21 y 3,31-36; el capítulo 6 debería estar colocado antes del 5; lo que se dice en 14,31 enlazaría mejor con 18,1 que con los cps. 15, 16 y 17); a todo esto hay que añadir ciertas repeticiones, adiciones (de manera especial el capítulo 21) e incoherencias difícilmente explicables en una única redacción.
Los autores suelen hablar de tres momentos en el proceso de composición: a) un primer escrito, muy parecido a los sinópticos, que habría seleccionado una serie de hechos y dichos relacionados con Jesús; b) una profunda remodelación de este primer escrito, llevada a cabo por el autor principal de Jn, autor que sería sobre todo el responsable de los grandes discursos y controversias y probablemente del prólogo; c) una redacción final que habría matizado determinadas afirmaciones conflictivas sobre Jesús y habría añadido el capítulo 21.
3. Transfondo religioso-cultural
¿Dónde se ha inspirado el autor principal del cuarto evangelio o qué raíces religioso-culturales están en la base de una obra tan singular como la suya? ¿Se trata de un escrito realmente original o es más bien un amasijo de elementos ajenos tomados en préstamo? Se ha hablado de:
— influencias judías: Notable presencia del AT, particularmente de temas de la literatura sapiencial (el agua, el alimento celestial —es decir, el maná—, la viña, el pastor, la palabra, el camino). No abundan las citas explícitas, pero las reminiscencias son muy numerosas.
— influencias helenísticas: El interés por los conceptos de verdad y conocimiento, el uso de la alegoría, la presencia del término “logos” tan característico de Filón de Alejandría.
— influencias del movimiento gnóstico: Esta corriente filosófico-religiosa nos es conocida por documentos más bien posteriores al siglo I. Pero tal vez algunas tradiciones gnósticas se remontan a épocas anteriores y pudieron ser conocidas y utilizadas por el autor del cuarto evangelio; esto vale en particular para temas como el del ser humano divinizado o el de Dios como ser misterioso, fuente de vida y de luz.
— influencias de la literatura qumrámica: Se han subrayado sobre todo los aspectos dualistas tan característicos del evangelio de Jn y de los escritos de Qumrán (luz-tinieblas, verdad-mentira, vida-muerte).
— influencias de los escritos y del pensamiento paulino: Parecen innegables ciertos puntos de contacto entre Jn y las cartas a los Filipenses, a los Colosenses y a los Efesios.
¿Qué decir de todo esto? Es difícil no reconocer preocupaciones y formulaciones comunes entre el cuarto evangelio y todas estas corrientes de pensamiento, especialmente el judaísmo y el helenismo. Cabría decir que Juan ha vivido en la confluencia de las grandes corrientes filosófico-religiosas de su tiempo. Pero no hay que dejarse seducir por contactos más o menos superficiales. La originalidad de fondo del cuarto evangelio es indiscutible y nadie ha podido probar convincentemente su dependencia de otras fuentes que, si han existido, han sido tratadas con total libertad e independencia por parte de Juan.
4. Dimensión teológica y claves de lectura
El evangelio de Jn es básicamente una respuesta a la situación en que vive la comunidad a la que pertenece su autor. Una comunidad que tiene que vivir la fe en Jesús en confrontación, tanto con el judaísmo ortodoxo nacido de la asamblea de Yamnia (finales del siglo I), como con otros grupos cristianos que profesan una fe deficiente o incorrecta con respecto a Jesús. La polémica sobre la divinidad y la humanidad de Cristo está en el centro de todo. En este sentido podría decirse que el evangelio de Jn sigue las huellas del de Mc y trata de encontrar el auténtico rostro de Jesús. No busquemos, pues, un sistema teológico meticulosamente desarrollado, ni un principio teológico fundamental en torno al cual se organicen todos los demás. La atención se concentra en la persona de Cristo teniendo en cuenta que, si bien el esquema preexistencia-encarnación no es exclusivo del cuarto evangelio (ver Col 1,15; Flp 2,6-10; Heb 1,1-6), sí lo es que Jn lo desarrolla de manera original.
Para el autor del cuarto evangelio, Cristo es ante todo el enviado y el revelador de Dios Padre con quien mantiene una doble y misteriosa relación: relación de igualdad (1,1.14; 5,17-18; 10,30; 17,11) y de dependencia-sumisión (4,34; 5,30; 6,38). Cristo nos revela también la existencia del Espíritu y su actuación, a la vez confortadora e iluminadora, con respecto a la comunidad cristiana (14,16-17.26; 16,7-15). Cristo, en fin, se constituye en punto de referencia obligado para todo creyente porque sólo él es agua viva (4,14), luz que no se apaga (8,12; 9,5), espíritu vivificante (3,5-8), pan bajado del cielo (6,35), puerta hacia el Padre (10,7; 14,6b), pastor bueno (10,11.14-16), camino seguro (14,6), verdad que nos libera (8,32), vid que nos trasvasa su savia (15,1.4-5), promesa imprescriptible de resurrección y de vida eterna (11,25-26), amor que se entrega sin reservas ni limitaciones (13,1.34; 15,9.12-13).
Así pues, es preciso leer el evangelio de Jn como lo que verdaderamente es, a saber, como una profunda reflexión-contemplación sobre el misterio de Jesús que los protagonistas de entonces (Nicodemo, la Samaritana, el paralítico de la piscina, el ciego de nacimiento, el grupo de los discípulos) y los de ahora van descubriendo de forma progresiva. En ese proceso de descubrimiento, unos creen y otros no creen, unos se colocan a favor de Jesús y otros en contra, unos son de la luz y otros de las tinieblas, unos pertenecen a Dios y otros al “mundo” (en el sentido joánico peyorativo de oposición a Dios), unos poseen la vida y otros caminan hacia la muerte.
También es preciso conocer las tendencias y preocupaciones que embargaban tal vez al evangelista en el momento de escribir. Cabría señalar: una tendencia antijudía (los dirigentes judíos han decidido romper definitivamente con el cristianismo y establecer una oposición radical entre Iglesia y Sinagoga); una tendencia antibautista (Juan el Bautista es precursor y testigo de Jesús, pero nada más; no hay que sobrevalorar su figura); una tendencia antignóstica (el Hijo de Dios se ha hecho verdaderamente hombre en Jesucristo y, por tanto, su dimensión humana es incuestionable); y finalmente, una tendencia antieclesiástica (autoridad en la Iglesia sí, pero partiendo de que todos los discípulos de Jesús son radicalmente iguales dentro de la comunidad).
5. Historicidad del cuarto evangelio
Si el evangelio de Jn es ante todo una reflexión-contemplación creyente sobre Jesucristo, si su intención primordial no es la narración, sino la enseñanza doctrinal, alguien podría concluir que el valor histórico de su contenido es más bien escaso, por no decir prácticamente nulo. De hecho se le ha denominado evangelio “espiritual” y ya desde antiguo, pero particularmente desde el siglo XIX, se ha subrayado su dimensión teológico-simbólica.
¿Es, pues, menos fiable, históricamente hablando, el evangelio de Jn que los sinópticos? A primera vista podría parecerlo. Pero es preciso señalar que la historicidad de un evangelio no debe medirse por la cantidad de información histórica que pueda contener. No es más histórico el evangelio que ofrezca más información de este tipo, sino aquel en que la historia —aunque los datos consignados sean menos— tiene para el autor un valor y una significación más importante. En este sentido, el evangelio de Jn no es una reflexión construida sobre el aire; la historia, aunque sea una historia “cualitativa”, una historia elevada a la categoría de símbolo, tiene en él una importancia capital. Así lo demuestra el interés por ofrecer datos geográficos, cronológicos y sociológicos lo más precisos y exactos posibles. El evangelista conoce y quiere reconstruir las condiciones reales de la historia de Jesús tal como se vivían en el primer tercio del siglo I. En la misma línea está el carácter testimonial del cuarto evangelio y la utilización masiva de términos relacionados con la experiencia física (ver, escuchar, tocar), que marcan el objetivo del testimonio que el evangelista quiere dar. Es como si el autor quisiera decir a sus lectores, de entonces (cristianos de la segunda generación) y de hoy, que el acercamiento a Jesús por vía sensible fue esencial durante la vida física de Jesús y, salvadas las distancias, sigue siéndolo en la actualidad.
Pero la peculiaridad del evangelio de Jn impide entender sin más este interés histórico como un interés por las anécdotas o los detalles. No se trata de reconstruir los acontecimientos en todos sus detalles; no es necesario contar toda la historia de Jesús. Basta con presentar los rasgos más significativos de la misma y presentarlos de tal manera que nos conduzcan a conocer en profundidad la personalidad de Jesús y el auténtico contenido de su mensaje.
6. Autor y fecha de composición
Si tenemos en cuenta lo dicho más arriba sobre el proceso de composición del cuarto evangelio, habría que hablar no de autor, sino de autores. Parece, en efecto, que la obra, tal como ha llegado hasta nosotros, es fruto de una colaboración. Pero la pregunta que nos hacemos no versa sobre posibles retoques —más o menos importantes— de la obra, sino sobre su autor principal.
A partir de Ireneo (finales del siglo II) y hasta el siglo XIX, la tradición cristiana ha sido unánime en atribuir el cuarto evangelio canónico a Juan el apóstol, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago. Es verdad que con anterioridad a Ireneo, un escrito de Papías, obispo de Hierápolis, parece distinguir, al hablar de los discípulos de Jesús, entre el apóstol Juan y el presbítero (anciano) Juan, atribuyendo a este último la transmisión de ciertas cosas en relación con Jesús. Pero no se dice que se trate de escritos; más bien parece referirse a tradiciones orales.
Esta tradición, prácticamente unánime (que identificaba también al apóstol Juan con “el discípulo amado”) se ha roto en los últimos siglos y en la actualidad son aplastante mayoría los que piensan que no es posible atribuir el cuarto evangelio al apóstol Juan. Dentro de esta mayoría, los matices son variadísimos: desde posturas abiertamente radicales (ningún contacto con testigos oculares, ningún valor histórico, simple elaboración teológica llevada a cabo bien entrado el siglo II, especie de síntesis interesada de las corrientes petrina y paulina), hasta considerar que el autor es un discípulo del apóstol Juan que no dudó en poner su obra a la sombra del maestro con quien estaba plenamente compenetrado.
Como casi única razón para negarle a Juan Zebedeo la paternidad directa del cuarto evangelio se aduce el hecho de que su preparación literaria y teológica —¡un pescador del lago de Tiberíades!— estaría a siglos luz de lo que exigen las características de este singular evangelio. Suele añadirse que la forma de expresarse (tanto cuando narra el propio evangelista, como cuando hace hablar a Jesús) no es propia de un testigo ocular; y que además, no encontramos en la obra misma ninguna indicación en el sentido de que Juan apóstol pueda ser el autor. Sin embargo, el apóstol Juan es el único entre los principales componentes del grupo de los Doce que sorprendentemente nunca se menciona por su nombre en el cuarto evangelio. Y dígase lo que se quiera, sigue siendo el que más probabilidades tiene de identificarse con “el discípulo a quien Jesús tanto quería”, si atendemos a los datos objetivos que nos proporciona este evangelio (13,23-26; 19,26; 20,2; 21,7.20); otros nombres propuestos, el de Lázaro por ejemplo (11,3; 21,23), no ofrecerían menor dificultad. Por otra parte, en lo que se refiere a la preparación literaria y sobre todo teológica de Juan Zebedeo, no hay que pasar por alto la profunda transformación de los discípulos de Jesús a raíz de la experiencia pascual y la venida del Espíritu Santo.
7. Estructura y plan de composición
Partiendo del supuesto de que el propósito del autor del cuarto evangelio no fue redactar una simple crónica biográfica, sino más bien crear una atmósfera de reflexión-contemplación en torno al misterio de Jesús, existe hoy un consenso casi general en distinguir en este evangelio, tal como ha llegado hasta nosotros, dos grandes bloques narrativo-discursivos acompañados de un prólogo y un epílogo. Como es habitual, el acuerdo es menor a la hora de establecer divisiones más precisas y pormenorizadas. Con las reservas del caso, proponemos como itinerario de lectura el siguiente plan de composición:
— Introducción (1)
- Prólogo teológico (1,1-18)
- Testimonio del Bautista (1,19-34)
- Testimonio de los primeros discípulos (1,35-51)
I.— EL LIBRO DE LOS SIGNOS (2—12)
- Primer signo: el agua convertida en vino. Jesús, el Mesías que viene de Dios (2,1—4,42)
- Segundo signo: curación del hijo de un funcionario real. Jesús, palabra que sana y vivifica (4,43-54)
- Tercer signo: curación de un paralítico. Jesús, el Hijo autorizado por el Padre (5)
- Cuarto y quinto signos: Jesús da de comer a una multitud y camina sobre las aguas. Jesús, pan de vida y agua viva del Espíritu (6—8)
- Sexto signo: curación de un ciego de nacimiento. Jesús, luz del mundo y pastor que se desvive por el rebaño (9—10)
- Séptimo signo: resurrección de Lázaro. Jesús, vida que triunfa de la muerte (11—12)
II.— LIBRO DE LA PASIÓN Y DE LA GLORIA (13,1—20,29)
- Cena con los discípulos (13)
- Discursos de despedida (14—17)
- Pasión y muerte de Jesús (18—19)
- Resurrección de Jesús (20,1-29)
- Primera conclusión del evangelio (20,30-31)
— Conclusión (20,30—21,25)
- Primera conclusión (20,30-31)
- Aparición junto al lago (21,1-14)
- Jesús, Pedro y el discípulo amado (21,15-23)
- Segunda conclusión del evangelio (21,24-25)
EVANGELIO SEGÚN JUAN
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