Contagiado Por La AlegríaSample
CONTAGIADO POR LA ALEGRÍA
“Alegraos en Jehová y gozaos, justos; Y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón” (Salmo 32:11).
Hacía tiempo que mi hija Emily quería que la llevara a montar un simpático y colorido tren que transita alrededor del parque José Antonio Labordeta en Zaragoza. El parque está a tres calles de mi casa y la idea de complacer una petición de mi hija me hacía mucha ilusión. Cuarenta hectáreas de bosque, un río estrecho y serpenteante, y una fauna muy variada de aves embellecen la ciudad e invitan al paseante a extasiarse en la creación de Dios. Así que Emily y yo nos fuimos al parque este verano y subimos al consabido tren. La emoción nos sobrecogía, aunque solo se transparentaba entre nosotros dos. Nos daba un poco de vergüenza estar tan emocionados y que la gente se percatara de ello. Nos sentamos justamente en el centro del trencito. Detrás de nosotros unas mujeres y algunos niños competían por encontrar el lugar que les permitiera más visibilidad. Delante, a unos escasos asientos, cuatro ancianitas de cabello nevado se ayudaban a subir y se acomodaban para el viaje.
El silbido prolongado del tren anunciaba su eminente salida. Nos dispusimos a iniciar un viaje que traería más vivencias de las imaginadas. A ritmo cadencioso avanzaba la locomotora, seguida indefectiblemente por los vagones descubiertos que dejaban entrar el colorido y la majestad de la naturaleza. La exuberancia saltaba a la vista, aquel paisaje parecía salido de una narración de Rudyard Kipling. Sin embargo, lo que más nos impresionó fue la actitud de las pasajeras que iban delante de nosotros. Aquellas ancianitas no se estaban quietas: saludaban a los desconocidos transeúntes agitando desarmoniosamente las manos, sonreían, se inclinaban por la baranda para captar cada fragmento verde de este hermoso lugar, y entre ellas tenían un donaire jubiloso que despertaba una expresiva risa en los que las miraban. Nosotros no pudimos evitarlo, nos contagiamos de aquella actitud, nos alegramos con cada vista y no nos importó más que todo el mundo se diera cuenta. La felicidad no debe avergonzar, debe expresarse y compartirse. Las personas detrás de nosotros hicieron el mismo recorrido, pero estuvieron indiferentes, reticentes. Llegaron al destino y se bajaron, eso fue todo. A Emily y a mí nos faltaba la respiración a la hora de contar todo lo que habíamos experimentado.
Aquellas ancianitas me recordaron un viaje distinto. El viaje hacia la eternidad. Igual que esta travesía por el parque, el peregrinaje en la vida cristiana es una decisión personal. Cada quien elige subir al tren de la salvación y cada quien elige qué actitud tener durante el trayecto. Se puede estar entusiasta y contagioso, moderado y receloso, o reticente y desagradecido. Se puede, incluso, cambiar de actitud durante el viaje. Algunos para bien y otros para retroceder de sus victorias. Puede que todos lleguemos al final del camino, pero algunos disfrutarán más que otros el tránsito escogido.
Hay que pensar en estas cosas. Hay que recapitular los episodios de nuestro viaje espiritual hasta este momento. ¿Cuál es la actitud que estamos alimentando? ¿Qué tipo de travesía estamos teniendo? Las respuestas son fáciles de decir, las reformas son las difíciles de hacer. Por mi parte, ya he tomado mis decisiones. Quiero contagiarme de la alegría de vivir, quiero disfrutar el trayecto, deseo deleitarme en el don de la vida hasta llegar a la eternidad. Cuando me baje, al final, quiero hacerlo sonriendo, y quiero que se me entrecorte de emoción la voz, mientras le cuento a Jesús cuánto disfruté mi camino al cielo.
“Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia” (Anatole France).
(Tomado del libro: Lecturas para Peregrinos, de Osmany Cruz Ferrer).
Scripture
About this Plan
La alegría no efímera, que perdura a pesar de los obstáculos de la vida, es un don de Dios. El Señor otorga un gozo que nadie puede dar, a aquellos que creen en Él y cuyas vidas están ancladas en Su Palabra. Nuestra identidad es gozosa y por eso podemos vivir en un permanente contagio con la alegría. Recibiendo y esparciendo ese gozo, para la gloria de Dios.
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