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Triunfantes en CristoSample

Triunfantes en Cristo

DAY 2 OF 7

SE TRATA DE DIOS

“En Dios solamente está acallada mi alma” (Sal. 62:1a).

He ido muchas veces a abrevar de versos de antaño, compuestos por valerosos adalides del Señor. Hombres y mujeres con cicatrices por las mil batallas enfrentadas. Héroes y heroínas triunfantes en el sufrimiento y la prueba. Independientemente de la métrica, de las sílabas tónicas o átonas, de la musicalidad o el ritmo de cada poeta, todos coinciden en su fascinación por Dios y dan todo el crédito de su triunfo al Señor.

Las palabras de ellos me conmueven a años de distancia de haberse dicho y mi fe se robustece en la cadencia armoniosa de las verdades eternas que ponderan. Tomo aliento en sus soliloquios llenos de honestidad y fe. Me bendice su lírica llena de fervor, y reparo en cada palabra como quien recibe un regalo increíble y lo recorre con la vista, anonadado ante la maravilla de lo recibido. Me repito entonces al leer a estos insignes campeones de la virtud: Se trata de Dios, se trata de él.

Me lo confirma David cuando escribe: “Porque tú salvarás al pueblo afligido, / y humillarás los ojos altivos. / Tú encenderás mi lámpara; / Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas. / Contigo desbarataré ejércitos, / y con mi Dios asaltaré muros.” Me lo ratifica Rodolfo Loyola al escribir su poema, Pero si Tú: “Es poca el ansia de vivir que siento, / pero si Tú me dices vive: Viviré. / Es poco el celo de escalar que aliento, / pero si Tú me dices sube: Subiré. / Es mucho el miedo de sufrir que tengo, / pero si Tú me dices sufre: Sufriré. / Me acosa el hambre de saber lo eterno, / pero si Tú me enseñas, yo me saciaré.” O el poeta mejicano, Amado Nervo, cuando escribe: “Si tú me dices ven, lo dejo todo.../ No volveré siquiera la mirada / para mirar a la mujer amada... / Pero dímelo fuerte, de tal modo/ que tu voz como toque de llamada, / vibre hasta el más íntimo recodo / del ser, levante el alma de su lodo / y hiera el corazón como una espada”.

Tres escritores, separados por siglos entre ellos, coinciden en que Dios es el centro, el todo. La quintaescencia de lo que somos y hacemos. La razón que nos conmina a perseverar a pesar de los infortunios del pedregoso camino. David le atribuye la victoria, Loyola las fuerzas para seguir y Nervo la decisión para abandonar lo que fuere necesario para seguirle. Pablo explica esta asombrosa verdad en Atenas, citando a Epiménides, Arato y a Cleantes: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hch. 17:28). Todo se trata de Dios y no encontraremos reposo hasta que nuestras vidas estén rendidas a su voluntad.

No se puede edificar un buen edificio sin un fundamento adecuado y no se puede estar saciado y completo sin Cristo. Llevar años en la iglesia no nos hace mejores cristianos, es nuestro día a día apegados a su pecho, nuestra devoción incólume, nuestro andar obediente lo que nos acerca más a él en todo. Se trata de hacer de Dios el centro de nuestras existencias, sin subterfugios, sin escapadas ocasionales. Eso es la vida cristiana, una vida teocéntrica, gozosa en ya no ser, para que Cristo sea. Morir a nosotros mismos, para que Jesús viva su vida en nosotros. Todo cobra significado cuando es así. La vida no es una serie de sucesos sin sentido. Si empezamos a vivir en el digno propósito de Dios, estaremos viviendo con destino fijo.

La lección es evidente y debemos aprenderla: No podemos vivir a plenitud si todo se trata de nosotros, de lo que queremos, de nuestros sueños. No fuimos creados para nosotros mismos y no estaremos bien fuera de nuestro diseño. Somos de Dios, fuimos hechos para él. Debemos ser tan conscientes de ello, que deje de ser algo intermitente. Como la necesidad de respirar, lo hacemos todo el tiempo y no nos planteamos si debemos o no, si queremos o no, está tan intrínseca esa acción, que es imposible eludir su necesidad.

No se puede vivir diciendo que somos lo que pensamos que somos, hay que vivir siendo lo que decimos que somos: cristianos. Si eso somos, entonces la vida toda debe estar permeada de Jesús. Él debe ser quien hermosee nuestro pensar, nuestro hablar, nuestro actuar. Si ese es el deseo que subyace en nosotros, podremos hacer nuestras las palabras de Calderón de la Barca y con todas las fuerzas desear lo que él anheló a través de su poema: ¿Qué quiero mi Jesús?

“¿Qué quiero mi Jesús?... Quiero quererte, / quiero cuanto hay en mí, del todo darte / sin tener más placer que el agradarte, / sin tener más temor que el ofenderte. // Quiero olvidarlo todo y conocerte, / quiero dejarlo todo por buscarte, / quiero perderlo todo por hallarte, / quiero ignorarlo todo por saberte. // Quiero, amable Jesús, abismarme/ en ese dulce hueco de tu herida, / y en sus divinas llagas abrasarme. // Quiero por fin, en ti transfigurarme, / morir a mí, para vivir tu vida, / perderme en ti, Jesús, y no encontrarme.”

(Tomado del libro: Reflexiones de un santo inquieto, de Osmany Cruz Ferrer)

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Triunfantes en Cristo

Estamos en una batalla permanente contra el enemigo de nuestras almas. Satanás quiere traer luto y fracaso a nuestras vidas. La buena noticia es que Cristo prometió que nos acompañaría por el lóbrego camino de la vida y que nos daría certero triunfo en cada situación por peliaguda que fuese. Somos triunfantes en Cristo, esa es una verdad inamovible.

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