La Tercera LeySample

No existe una fuerza más grande que el amor. El amor lo hace fuerte. El amor impulsa a que usted realice actos fuera del sentido común. El amor es la fuerza motriz que mueve una gran masa de gente. El amor es nuestra fuente de motivación. La pregunta es la siguiente: “¿Qué lo mueve?”

El pasaje de hoy es el resumen del evangelio, quizás el versículo más conocido por todo el mundo, así como el más amado. Pero pocos saben que este pasaje esconde la motivación de Dios mismo. En pocas palabras, a Dios lo movió el amor ágape.

Allan Gardiner es un misionero británico que fue movido por el amor de Dios. En 1850, Inglaterra estaba viviendo un gran despertar espiritual. Fue en ese ambiente que un grupo de jóvenes recibió el llamado de Dios para dirigirse a lo último de la tierra. Encabezado por Allan, 6 misioneros salieron del puerto de Liverpool rumbo a la parte más austral del continente americano. ​A pesar de su esfuerzo por llevar el mensaje del evangelio, ni siquiera una persona aceptó a Jesús como su salvador personal. Según la historia, estos jovenes misioneros fueron enterrados al lado de las carreteras. Allan tampoco logró sobrevivir, y su ministerio culminó sin poder alcanzar un alma para Cristo. ¿Pero a qué se debe semejante sacrificio? ¿Acaso no era cuestión de volver a su país de origen? ¿Por qué tuvo que sufrir tanta indiferencia en tierras tan lejanas?

Es cierto que estos jovenes misioneros no lograron algo extraordinario. Pero sí dejaron una marca antes de partir al Señor; cambiar el nombre de la región. Actualmente, Tierra del Fuego es una atracción turística reconocida como el fin del mundo. ¿Pero por qué Tierra del Fuego? ¿Acaso la temperatura no baja a temperaturas bajo cero? Ante la inquietud de los turistas, se les relata la historia de 7 jovenes británicos que murieron hace 160 años atrás por causa del fuego del avivamiento. Su legado fue: “Tierra del fuego del Espíritu Santo”. ¿Qué fue lo que los movió? El amor de Dios.

Si quiere vivir a pleno según la 3ra ley, asegúrese de que lo que lo movilice no sea el odio, ni el rencor, ni la amargura, ni el enojo, ni la ira, sino el eterno amor de Dios que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, y todo lo soporta (1 Corintios 13:7).