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La alegría: remedio eficaz
Hablar de alegría en este tiempo de crisis y encierro se hace un poco difícil. Pero quiero hacerlo, sí, quiero hablaros de la alegría; porque lo considero realmente importante.
La alegría es algo difícil de explicar. Es una de las emociones básicas del ser humano.
Es un estado de bienestar general, de buena disposición. Es una emoción que se transmite a todo el cuerpo. Nos alegramos cuando las cosas salen bien, cuando nuestro amor es retribuido, cuando nuestros esfuerzos son reconocidos. Nos alegramos cuando alcanzamos metas en la vida. También nos alegramos cuando los que queremos están alegres.
¡Pero la alegría más profunda solo se experimenta al recuperar algo perdido! Y de eso quiero hablarte hoy.
Es un concepto muy profundo y quiero utilizar la explicación que Jesús dio sobre «esta alegría» a la gente de su tiempo, porque es para nosotros también hoy en día.
Nos cuenta el Dr. Lucas en su evangelio que Jesús necesitó utilizar tres ilustraciones distintas para que lograsen comprender de qué estaba hablando cuando dijo: «¡Hay más alegría en el Cielo por un pecador perdido que se arrepiente y regresa a Dios que por noventa y nueve justos que no se extraviaron!»
Primero les habló de una «oveja perdida»; del amor del pastor que sale a buscarla y de su «alegría» al encontrarla. Les habló después de una moneda de gran valor que se había extraviado y fue hallada después de revisar hasta el último rincón de la casa. Pero como aún seguían mirándole sin comprender, tuvo que relatar la más profunda, larga y detallada de las parábolas que conocemos: la del hijo pródigo.
Son incontables las enseñanzas que encierran las palabras de Jesús en esta historia. A través de los años hombres y mujeres han comprendido el sufrimiento de un padre que ve a su hijo alejarse, y han sentido ellos mismos ese profundo dolor... y regresaron a casa. «Padres» aprendieron a perdonar, «hermanos» aprendieron a disfrutar lo que tienen y les pertenece, «hijos» aprendieron el valor de un hogar.
Cuenta Lucas que Jesús pintó una escena dramática aquella tarde: el hijo, amargado con su padre, le dijo: «Quiero la parte de mi herencia ahora, antes de que mueras». Una frase lapidaria en aquella época. Era como decir: ¡Muérete! Solo quiero tu dinero… y largarme.
Al padre (aquel padre de la parábola), Jesús lo dibuja con sus palabras como un hombre justo, amoroso y compasivo, que pudiendo haberle negado el dinero, accede, agacha su cabeza y reparte «en vida» sus bienes.
Luego ve irse a su hijo por el camino, con una bolsa de oro en su mano, y llora.
Día tras día espera verlo regresar por ese mismo camino sin resultados.
Mientras, lejos, el joven malgasta todo su dinero en una ciudad extraña, hasta que finalmente y después de mucho tiempo acaba con todo el dinero, y vencido y hambriento, regresa por ese mismo camino para pedir misericordia en la casa de su padre.
Relata Lucas: «Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio llegar. Lleno de amor y de compasión, corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó. Tenemos que celebrar con un banquete, dijo, porque este hijo mío estaba muerto y ahora ha vuelto a la vida; estaba perdido y ahora ha sido encontrado.»
Esa es la alegría que hay en el Cielo cuando un hijo perdido regresa a casa, no importa su rebeldía, no importa que haya malgastado su parte de la herencia, no importa nada.
Lo único que vale es que estaba perdido y fue encontrado. ¡Y esa es la mayor alegría de Dios!
En estos tiempos difíciles, donde seguramente te estás replanteando tu vida, que no sabes si tendrás trabajo mañana o dinero para pagar tu casa; si te alejaste de Dios, vuelve por el mismo camino que alguna vez te alejó.
Dios te espera y saldrá a tu encuentro para abrazarte en cuanto decidas regresar. Ningún lugar a donde hayas ido está «demasiado lejos», ninguna tristeza es «demasiado profunda».
Y la alegría de Dios también será tu propia alegría. Una que no dependerá de circunstancias externas, una que se basa en ser contenido, en estar en casa.
Disfruta de esta alegría profunda y compártela, porque Dios espera por cada uno de sus hijos alejados con el mismo entusiasmo. Espera por tus familiares, amigos y vecinos: ¡avísales! También hay un lugar para ellos en la casa del Padre donde reina la «alegría profunda».
Carlos Barbieri
Scripture
About this Plan
Un virus miles de veces más pequeño que la cabeza de un alfiler nos está enseñando a valorar la familia, a recuperar ese abrazo seguro entre padres, hijos y hermanos que hace tiempo venimos ignorando. Nos está enseñando a poner los valores de la vida en perspectiva. Por eso he preparado este plan devocional de tres días para que reveamos juntos las prioridades de nuestra vida. Acompáñame en estos días.
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