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Rincón acogedor: La comunidad en medio de la soledad
Contenido devocional
Cuando estábamos desayunando, le hablé a mi amiga Cathy sobre la soledad que estaba experimentando; la comparé a preparar una gran mesa de banquete, y descubrir que muchas de las sillas permanecían vacías. Sentada frente a mí, Cathy me ofreció sabios consejos: “Siento curiosidad por saber si Jesús no querría sentarse primero contigo, en un rincón acogedor como este y, con el tiempo, proveer a las personas adecuadas que se sienten en las sillas apropiadas. Tal vez tu cena de fiesta no sea una larga mesa de banquete para muchos sino, en primer lugar, un íntimo rincón acogedor para ustedes dos.
Hasta que no hallamos la suficiente comunidad al estar primero con Jesús, una mesa completa no satisfará el dolor que la soledad está hambrienta por llenar.
En Lucas 14, la parábola del gran banquete describe una visión similar a como yo soñaba que pareciera la vida: grande, llena, elegante. Entonces, la realidad golpea. Cada persona invitada por el organizador de la fiesta sale con una excusa. ¿Adónde recurre? Invita a las personas más inferiores entre las inferiores para que ocupen los asientos, para que coman esos manjares deliciosos, y que beban a sorbos el mejor vino.
Así es como el Espíritu se hace real en nuestra soledad. Invita y, de la misma manera que aquellos convidados, nuestra forma de responder incide en cuánto recibamos para disfrutar del sabor del gran banquete de Dios. En lugar de lamentarte por las sillas vacías, corre a un rincón y sé agradecida por el Divino que siempre se sienta allí. Él se acerca más y te dice: “Nunca estás sola. Aunque te sientas sola. Yo sigo ahí”.
¿Y si nos unimos primero a Jesús en el rincón acogedor? ¿Y si aprendemos a sentirnos a gusto con Aquel que nos enseña a ser agradecidas cuando hay más de uno?
Scripture
About this Plan
Bekah está viajando, y nos invita a unas circunstancias de vida no planificadas —horarios frenéticos, dolor, transición, sentimientos de indignidad, distracciones, tensión relacional—, y nos recuerda que en estos precisos momentos es cuando Dios nos invita a observar, responder e incluso a celebrar una relación auténtica con Él, a pesar de nuestros propios esfuerzos o trabajo. ¿El resultado? Una conexión entre la vida real y la fe, de manera que sean una sola y misma cosa.
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