Salmos 78:38-72
Salmos 78:38-72 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)
Sin embargo, él les tuvo compasión; les perdonó su maldad y no los destruyó. Una y otra vez contuvo su enojo y no se dejó llevar del todo por la ira. Se acordó de que eran simples mortales, un efímero suspiro que jamás regresa. ¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto y lo entristecieron en los páramos! Una y otra vez ponían a Dios a prueba; provocaban al Santo de Israel. Jamás se acordaron de su poder, de cuando los rescató del opresor, ni de sus señales milagrosas en Egipto, ni de sus portentos en la región de Zoán, cuando convirtió en sangre los ríos egipcios y no pudieron ellos beber de sus arroyos; cuando les envió tábanos que se los devoraban y ranas que los destruían; cuando entregó sus cosechas a los saltamontes y sus sembrados a la langosta; cuando con granizo destruyó sus viñas y con escarcha sus higueras; cuando entregó su ganado al granizo y sus rebaños a las centellas; cuando lanzó contra ellos el ardor de su ira, de su furor, indignación y hostilidad: ¡todo un ejército de ángeles destructores! Dio rienda suelta a su enojo y no los libró de la muerte, sino que los entregó a la plaga. Dio muerte a todos los primogénitos de Egipto, las primicias de su virilidad en los campamentos de Cam. A su pueblo lo guio como a un rebaño; los llevó por el desierto, como a ovejas, infundiéndoles confianza para que no temieran. Pero a sus enemigos se los tragó el mar. Trajo a su pueblo a esta su tierra santa, a estas montañas que su diestra conquistó. Al paso de los israelitas expulsó naciones, cuyas tierras dio a su pueblo como herencia; ¡así estableció en sus tiendas a las tribus de Israel! Pero ellos pusieron a prueba a Dios: se rebelaron contra el Altísimo y desobedecieron sus mandatos. Fueron desleales y traidores, como sus antepasados; ¡tan falsos como un arco defectuoso! Lo irritaron con sus altares paganos; con sus imágenes despertaron sus celos. Dios lo supo y se indignó, por lo que rechazó completamente a Israel. Abandonó el santuario de Siló, la tienda donde habitaba entre los humanos, y dejó que el símbolo de su poder y gloria cayera cautivo en manos enemigas. Dejó que a su pueblo lo mataran a filo de espada, pues se indignó contra su heredad. A sus jóvenes los consumió el fuego y no hubo cantos nupciales para sus doncellas; a filo de espada cayeron sus sacerdotes y sus viudas no los pudieron llorar. Despertó entonces el Señor, como quien despierta de un sueño, como un guerrero que, por causa del vino, lanza gritos desaforados. Hizo retroceder a sus enemigos y los puso en vergüenza para siempre. Rechazó a los descendientes de José y no escogió a la tribu de Efraín; más bien, escogió a la tribu de Judá y al monte Sión, al cual ama. Construyó su santuario, alto como los cielos, como la tierra, que él afirmó para siempre. Escogió a su siervo David, al que sacó del redil de las ovejas, y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia. Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió.
Salmos 78:38-72 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
Pero Dios, que es compasivo, les perdonó su maldad y no los destruyó. Más de una vez refrenó su enojo, pues tomó en cuenta que eran simples seres humanos; sabía que son como el viento que se va y no vuelve. Muchas veces, en el desierto, se rebelaron contra Dios y lo hicieron ponerse triste. Muchas veces lo pusieron a prueba; ¡hicieron enojar al santo Dios de Israel! No se acordaron del día cuando Dios, con su poder, los libró de sus enemigos. Tampoco recordaron los grandes milagros que Dios hizo en Egipto, cuando convirtió en sangre todos los ríos egipcios, y el agua no se podía beber. Les mandó moscas y ranas, que todo lo destruían; dejó que los saltamontes acabaran con todos sus sembrados; destruyó sus viñas con granizo, y sus higueras, con inundaciones; dejó que los rayos y el granizo acabaran con sus vacas y sus ovejas. Dios estaba tan enojado que los castigó con dureza; les mandó todo un ejército de mensajeros de muerte; dio rienda suelta a su enojo y les mandó un castigo mortal; ¡no les perdonó la vida! En cada familia egipcia hirió de muerte a los hijos mayores. Pero a su pueblo lo guio y lo llevó por el desierto, como guía el pastor a sus ovejas; les dio seguridad para que no tuvieran miedo, pero hizo que a sus enemigos se los tragara el mar. Dejó que su pueblo ocupara toda la tierra prometida, la cual ganó con su poder. Conforme avanzaban los israelitas, Dios echaba fuera a las naciones, y a Israel le entregó las tierras de esos pueblos. ¡Fue así como los israelitas se establecieron allí! Pero pusieron a Dios a prueba: se opusieron al Dios altísimo y desobedecieron sus mandatos; no eran dignos de confianza; se portaron igual que sus padres, pues traicionaron a Dios y no le fueron fieles. Dios se puso muy furioso y rechazó del todo a Israel; se sintió traicionado pues adoraron a dioses falsos y les construyeron santuarios. Por eso Dios abandonó Siló, que era donde vivía en este mundo; ¡dejó que el cofre del pacto, que era el símbolo de su poder, cayera en manos enemigas! Tanto se enojó con su pueblo que los hizo perder sus batallas. El fuego acabó con sus muchachos, las novias no tuvieron fiesta de bodas, sus sacerdotes perdieron la vida, y sus viudas no les guardaron luto. Pero Dios despertó, como quien despierta de un sueño, y dando rienda suelta a su furia puso en retirada a sus enemigos; ¡para siempre los dejó en vergüenza! Se negó a favorecer a los de la tribu de Efraín, pero eligió a la tribu de Judá y a su amada Jerusalén. En lo alto del monte Sión construyó su templo: alto como los cielos, y firme para siempre, como la tierra. Dios prefirió a David, que era su hombre de confianza, y lo quitó de cuidar ovejas para que cuidara a Israel, que es el pueblo de Dios. Y David fue un gobernante inteligente y sincero.
Salmos 78:38-72 Reina Valera Contemporánea (RVC)
Dios, en su bondad, les perdonaba su maldad; más de una vez contuvo su enojo, calmó su ira y no los destruyó. Se acordó de que eran mortales, ¡un simple soplo que se va y no vuelve! ¡Cuántas veces lo desobedecieron en el desierto! ¡Cuántas veces lo hicieron enojar en el yermo! ¡Una y otra vez ponían a prueba a Dios! ¡Provocaban al Santo de Israel! No traían a la memoria su poder, ni el día en que él los libró de la angustia, cuando realizó en Egipto sus señales, y sus maravillas en el campo de Soán; cuando convirtió en sangre sus ríos y sus corrientes, para que no bebieran. Les mandó enjambres de moscas, que los devoraban, y también ranas, que los destruían; dejó que la oruga y la langosta destruyeran el fruto de su trabajo. Con granizo destruyó sus viñas, y con escarcha acabó con sus higueras. Con granizo hizo estragos en sus ganados, y con sus rayos acabó con sus animales. Descargó sobre ellos el ardor de su ira; los angustió con su enojo y su indignación, ¡con un ejército de ángeles destructores! Le abrió paso a su furor y no les salvó la vida, sino que los entregó a la muerte. En Egipto, en los campamentos de Cam, les quitó la vida a todos los primogénitos, a los primeros frutos de su vigor. Dios hizo que su pueblo saliera como ovejas, y como un rebaño los llevó por el desierto; con mano segura los fue llevando, para que no tuvieran ningún temor, mientras que el mar cubrió a sus enemigos. Y los trajo a las fronteras de su tierra santa, a este monte que ganó con su mano derecha. Expulsó a las naciones de la presencia de su pueblo, repartió en sorteo las tierras que les dio en propiedad, y permitió que las tribus de Israel se asentaran allí. Pero ellos pusieron a prueba al Dios altísimo; lo hicieron enojar y no obedecieron sus decretos. Hicieron lo que sus padres, y se rebelaron contra él; ¡se torcieron como un arco engañoso! Lo hicieron enojar con sus lugares altos; lo provocaron a celo con sus imágenes talladas. Cuando Dios lo supo, se enojó y rechazó por completo a Israel. Se alejó del tabernáculo de Silo, de su lugar de residencia terrenal, y dejó caer en manos del enemigo el símbolo de su gloria y su poder. Fue tanto su enojo contra su pueblo que los dejó caer a filo de espada. Sus jóvenes fueron devorados por el fuego; sus doncellas no llegaron a oír cantos nupciales. Sus sacerdotes cayeron a filo de espada, y sus viudas no lamentaron su muerte. Pero el Señor despertó como de un sueño, y gritando como un guerrero que ha tomado vino, hirió a sus enemigos y los puso en fuga; ¡los dejó avergonzados para siempre! Desechó los campamentos de José, y no escogió a la tribu de Efraín, sino que prefirió a la tribu de Judá y al monte Sión, que tanto ama. Edificó su santuario semejante a las alturas, y semejante a la tierra, que afirmó para siempre. Eligió a su siervo David, al que tomó de los rebaños de ovejas; David cuidaba a las ovejas recién paridas, pero Dios lo puso a cuidar de su pueblo Israel, de Jacob, que es su heredad. Y David cuidó de ellos con todo el corazón; con gran pericia los guio como a un rebaño.
Salmos 78:38-72 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)
Pero Dios tenía compasión, perdonaba su maldad y no los destruía; muchas veces hizo a un lado el enojo y no se dejó llevar por la furia. Dios se acordó de que eran simples hombres; de que eran como el viento, que se va y no vuelve. ¡Cuántas veces desobedecieron a Dios y le causaron dolor en el desierto! Pero volvían a ponerlo a prueba; ¡entristecían al Santo de Israel! No se acordaron de aquel día cuando Dios, con su poder, los salvó del enemigo; cuando en los campos de Soan, en Egipto, hizo cosas grandes y asombrosas; cuando convirtió en sangre los ríos, y los egipcios no pudieron beber de ellos. Mandó sobre ellos tábanos y ranas, que todo lo devoraban y destruían; entregó a la langosta las cosechas por las que ellos habían trabajado. Con granizo y escarcha destruyó sus higueras y sus viñas. Sus vacas y sus ovejas murieron bajo el granizo y los rayos. Dios les envió la furia de su enojo: furor, condenación y angustia, como mensajeros de calamidades. ¡Dio rienda suelta a su furor! No les perdonó la vida, sino que los entregó a la muerte; ¡hizo morir en Egipto mismo al primer hijo de toda familia egipcia! Sacó a Israel como a un rebaño de ovejas; llevó a su pueblo a través del desierto. Los llevó con paso seguro para que no tuvieran miedo, pero a sus enemigos el mar los cubrió. Dios trajo a su pueblo a su tierra santa, ¡a las montañas que él mismo conquistó! Quitó a los paganos de la vista de Israel; repartió la tierra en lotes entre sus tribus, y las hizo vivir en sus campamentos. Pero ellos pusieron a prueba al Dios altísimo rebelándose contra él y desobedeciendo sus mandatos; pues, lo mismo que sus padres, lo abandonaron y le fueron infieles; ¡se torcieron igual que un arco falso! Lo hicieron enojar con sus altares paganos; adorando ídolos, lo provocaron a celos. Dios se enojó al ver esto, y rechazó por completo a Israel, y abandonó el santuario de Siló, que era su casa entre los hombres. Permitió que sus enemigos capturaran el símbolo de su gloria y su poder. Tan furioso estaba contra su pueblo, que los entregó a la espada del enemigo. Los muchachos murieron quemados; ¡no hubo canción de bodas para las novias! Los sacerdotes murieron a filo de espada, y sus viudas no los lloraron. Pero despertó el Señor, como de un sueño, como guerrero que vuelve en sí del vino, y derrotó a sus enemigos, y los hizo huir; ¡los cubrió de vergüenza para siempre! Rechazó además a la casa de José, y no escogió a la tribu de Efraín; eligió en cambio a la tribu de Judá y a su amado monte Sión. Construyó un santuario, alto como el cielo, y lo afirmó para siempre, como a la tierra. Escogió a su siervo David, el que era pastor de ovejas; lo quitó de andar tras los rebaños, para que cuidara a su pueblo, para que fuera pastor de Israel. Y David cuidó del pueblo de Dios; los cuidó y los dirigió con mano hábil y corazón sincero.
Salmos 78:38-72 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)
Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía; Y apartó muchas veces su ira, Y no despertó todo su enojo. Se acordó de que eran carne, Soplo que va y no vuelve. ¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, Lo enojaron en el yermo! Y volvían, y tentaban a Dios, Y provocaban al Santo de Israel. No se acordaron de su mano, Del día que los redimió de la angustia; Cuando puso en Egipto sus señales, Y sus maravillas en el campo de Zoán; Y volvió sus ríos en sangre, Y sus corrientes, para que no bebiesen. Envió entre ellos enjambres de moscas que los devoraban, Y ranas que los destruían. Dio también a la oruga sus frutos, Y sus labores a la langosta. Sus viñas destruyó con granizo, Y sus higuerales con escarcha; Entregó al pedrisco sus bestias, Y sus ganados a los rayos. Envió sobre ellos el ardor de su ira; Enojo, indignación y angustia, Un ejército de ángeles destructores. Dispuso camino a su furor; No eximió la vida de ellos de la muerte, Sino que entregó su vida a la mortandad. Hizo morir a todo primogénito en Egipto, Las primicias de su fuerza en las tiendas de Cam. Hizo salir a su pueblo como ovejas, Y los llevó por el desierto como un rebaño. Los guio con seguridad, de modo que no tuvieran temor; Y el mar cubrió a sus enemigos. Los trajo después a las fronteras de su tierra santa, A este monte que ganó su mano derecha. Echó las naciones de delante de ellos; Con cuerdas repartió sus tierras en heredad, E hizo habitar en sus moradas a las tribus de Israel. Pero ellos tentaron y enojaron al Dios Altísimo, Y no guardaron sus testimonios; Sino que se volvieron y se rebelaron como sus padres; Se volvieron como arco engañoso. Le enojaron con sus lugares altos, Y le provocaron a celo con sus imágenes de talla. Lo oyó Dios y se enojó, Y en gran manera aborreció a Israel. Dejó, por tanto, el tabernáculo de Silo, La tienda en que habitó entre los hombres, Y entregó a cautiverio su poderío, Y su gloria en mano del enemigo. Entregó también su pueblo a la espada, Y se irritó contra su heredad. El fuego devoró a sus jóvenes, Y sus vírgenes no fueron loadas en cantos nupciales. Sus sacerdotes cayeron a espada, Y sus viudas no hicieron lamentación. Entonces despertó el Señor como quien duerme, Como un valiente que grita excitado del vino, E hirió a sus enemigos por detrás; Les dio perpetua afrenta. Desechó la tienda de José, Y no escogió la tribu de Efraín, Sino que escogió la tribu de Judá, El monte de Sion, al cual amó. Edificó su santuario a manera de eminencia, Como la tierra que cimentó para siempre. Eligió a David su siervo, Y lo tomó de las majadas de las ovejas; De tras las paridas lo trajo, Para que apacentase a Jacob su pueblo, Y a Israel su heredad. Y los apacentó conforme a la integridad de su corazón, Los pastoreó con la pericia de sus manos.
Salmos 78:38-72 La Biblia de las Américas (LBLA)
Mas Él, siendo compasivo, perdonaba sus iniquidades y no los destruía; muchas veces contuvo su ira, y no despertó todo su furor. Se acordaba de que ellos eran carne, un soplo que pasa y no vuelve. ¶¡Cuántas veces se rebelaron contra Él en el desierto, y le entristecieron en las soledades! Tentaron a Dios una y otra vez, y afligieron al Santo de Israel. No se acordaron de su poder, del día en que los redimió del adversario, cuando hizo sus señales en Egipto, y sus prodigios en el campo de Zoán. Convirtió en sangre sus ríos y sus corrientes, y no pudieron beber. Envió entre ellos enjambres de moscas que los devoraban, y ranas que los destruían. Entregó también sus cosechas al saltamontes, y el fruto de su trabajo a la langosta. Con granizo destruyó sus vides, y sus sicómoros con escarcha. Entregó también al granizo sus ganados, y sus rebaños a los rayos. Envió sobre ellos el ardor de su ira, furia, indignación y angustia, un ejército de ángeles destructores. Preparó senda para su ira; no eximió sus almas de la muerte, sino que entregó sus vidas a la plaga, e hirió a todos los primogénitos en Egipto, las primicias de su virilidad en las tiendas de Cam. Mas a su pueblo lo sacó como a ovejas, como a rebaño los condujo en el desierto; los guió con seguridad, de modo que no temieron, pero el mar se tragó a sus enemigos. ¶Los trajo, pues, a su tierra santa, a esta tierra montañosa que su diestra había adquirido. Y expulsó a las naciones de delante de ellos; las repartió con medida por herencia, e hizo habitar en sus tiendas a las tribus de Israel. Empero ellos tentaron y provocaron al Dios Altísimo, y no guardaron sus testimonios, sino que se volvieron atrás y fueron desleales como sus padres; se desviaron como arco engañoso. Pues le provocaron con sus lugares altos, y despertaron sus celos con sus imágenes talladas. Al oírlo Dios, se indignó, y aborreció a Israel en gran manera. Abandonó la morada en Silo, la tienda que había levantado entre los hombres, y entregó al cautiverio su poderío, y su gloria en manos del adversario. Entregó también su pueblo a la espada, y se indignó contra su heredad. El fuego consumió a sus jóvenes, y no tuvieron canciones de bodas sus doncellas. Sus sacerdotes cayeron a espada, y sus viudas no pudieron llorar. ¶Entonces despertó el Señor como de un sueño, como guerrero vencido por el vino, e hizo retroceder a sus adversarios, poniendo sobre ellos una afrenta perpetua. Desechó también la tienda de José, y no escogió a la tribu de Efraín, sino que escogió a la tribu de Judá, al monte Sión que Él amaba. Y edificó su santuario como las alturas, como la tierra que ha fundado para siempre. Escogió también a David su siervo, lo tomó de entre los apriscos de las ovejas; lo trajo de cuidar las ovejas con sus corderitos, para pastorear a Jacob, su pueblo, y a Israel, su heredad. Y él los pastoreó según la integridad de su corazón, y los guió con la destreza de sus manos.
Salmos 78:38-72 Nueva Traducción Viviente (NTV)
Sin embargo, él tuvo misericordia y perdonó sus pecados, y no los destruyó a todos. Muchas veces contuvo su enojo y no desató su furia. Se acordó de que eran simples mortales que desaparecen como una ráfaga de viento que nunca vuelve. Oh, cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto y entristecieron su corazón en esa tierra seca y baldía. Una y otra vez pusieron a prueba la paciencia de Dios y provocaron al Santo de Israel. No se acordaron de su poder ni de cómo los rescató de sus enemigos. No recordaron las señales milagrosas que hizo en Egipto ni sus maravillas en la llanura de Zoán. Pues él convirtió los ríos en sangre, para que nadie pudiera beber de los arroyos. Envió grandes enjambres de moscas para que los consumieran y miles de ranas para que los arruinaran. Les dio sus cultivos a las orugas; las langostas consumieron sus cosechas. Destruyó sus vides con granizo y destrozó sus higueras con aguanieve. Dejó su ganado a merced del granizo, sus animales, abandonados a los rayos. Desató sobre ellos su ira feroz, toda su furia, su enojo y hostilidad. Envió contra ellos a un grupo de ángeles destructores. Se enfureció contra ellos; no perdonó la vida de los egipcios, sino que los devastó con plagas. Mató al hijo mayor de cada familia egipcia, la flor de la juventud en toda la tierra de Egipto. Pero guio a su propio pueblo como a un rebaño de ovejas; los condujo a salvo a través del desierto. Los protegió para que no tuvieran temor; en cambio, sus enemigos quedaron cubiertos por el mar. Los llevó a la frontera de la tierra santa, a la tierra de colinas que había conquistado para ellos. A su paso expulsó a las naciones de esa tierra, la cual repartió por sorteo a su pueblo como herencia y estableció a las tribus de Israel en sus hogares. Pero ellos siguieron tentando al Dios Altísimo y rebelándose contra él; no obedecieron sus leyes. Le dieron la espalda y fueron tan infieles como sus padres; eran tan poco fiables como un arco torcido. Hicieron enojar a Dios al construir santuarios a otros dioses; con sus ídolos lo pusieron celoso. Cuando Dios los oyó, se enojó mucho, y rechazó a Israel por completo. Entonces abandonó su morada en Silo, el tabernáculo donde había vivido en medio de su pueblo. Permitió que el arca de su poder fuera capturada; cedió su gloria a manos enemigas. Entregó a su pueblo para que los masacraran a espada, porque estaba muy enojado con su propio pueblo, su posesión más preciada. A los jóvenes los mataron con fuego; las muchachas murieron antes de entonar sus canciones de boda. Masacraron a los sacerdotes, y sus viudas no pudieron llorar su muerte. Entonces el Señor se levantó como si despertara de un sueño, como un guerrero que vuelve en sí de una borrachera. Derrotó a sus enemigos en forma aplastante y los mandó a la vergüenza eterna. Pero rechazó a los descendientes de José; no escogió a la tribu de Efraín. En cambio, eligió a la tribu de Judá, y al monte Sion, al cual amaba. Allí construyó su santuario tan alto como los cielos, tan sólido y perdurable como la tierra. Escogió a su siervo David y lo llamó del redil. Tomó a David de donde cuidaba a las ovejas y a los corderos y lo convirtió en pastor de los descendientes de Jacob: de Israel, el pueblo de Dios. Lo cuidó con sinceridad de corazón y lo dirigió con manos diestras.