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Nehemías 13:1-31

Nehemías 13:1-31 Reina Valera Contemporánea (RVC)

«Aquel día se volvió a leer la ley de Moisés, y cuando el pueblo la escuchó, se dio cuenta de que los amonitas y los moabitas no podían ser parte del pueblo de Dios, porque esos pueblos no habían recibido bien a los israelitas, sino que le pagaron a Balaam para que los maldijera; sin embargo, nuestro Dios cambió la maldición en bendición. Y cuando el pueblo oyó este trozo de la ley, sacaron de entre ellos a todos los que se habían mezclado con extranjeros. »Antes de esto, cuando el sacerdote Eliasib estaba a cargo de los almacenes del templo de nuestro Dios, había emparentado con Tobías, y le había construido una hermosa habitación donde antes se guardaban las ofrendas, el incienso, los utensilios, el diezmo de los cereales, del vino y del aceite, que conforme al mandamiento pertenecían a los levitas, los cantores y los porteros, y eran la ofrenda para los sacerdotes que servían en el templo. »Cuando eso pasó, yo todavía no estaba en Jerusalén, sino en Babilonia. Yo me presenté ante el rey Artajerjes en el año treinta y dos de su reinado, y fue entonces cuando le pedí permiso para venir a Jerusalén. Fue entonces también cuando me enteré del mal que por su aprecio a Tobías había cometido Eliasib, al mandar construir para él un lugar para que viviera, precisamente en los atrios del templo de Dios. »Esto me dolió tanto, que saqué al patio todos los muebles de la casa de Tobías, y ordené que limpiaran muy bien el lugar, y que luego volvieran a poner allí los utensilios del templo de Dios, y las ofrendas y el incienso. »También me di cuenta de que no se habían entregado a los levitas sus raciones, y que por eso ellos y los cantores que servían en el templo habían regresado a sus respectivas tierras. Entonces reprendí a los oficiales del templo, y les pregunté: “¿Por qué está abandonado el templo de Dios?” Y reinstalé en sus puestos a los levitas y a los cantores. »Entonces el pueblo llevó a los almacenes del templo los diezmos de cereales, de vino y de aceite. Como administradores de estos bienes elegí al sacerdote Selemías y al escriba Sadoc. De los levitas, elegí a Pedaías; para que los ayudaran, nombré a Janán, que era hijo de Zacur y nieto de Matanías, pues tenían fama de ser hombres honrados para distribuir los bienes entre sus hermanos. »Dios mío, ¡toma esto en cuenta y no te olvides de mí! ¡No te olvides del bien que he hecho en favor de tu templo y de su servicio! »En esos días descubrí en Judá que, en el día de reposo, había algunos que exprimían uvas en los lagares, acarreaban leña, y cargaban sus asnos con vino, uvas, higos y todo tipo de mercancía, para llevarlas a Jerusalén. Entonces les llamé la atención, porque en el día de reposo no está permitida la venta de provisiones. »En Jerusalén descubrí también a un grupo de tirios que en el día de reposo vendían pescado y otras mercancías a los de Judá. Entonces llamé a los jefes de Judá, y les dije: “¿Por qué permiten esta maldad de profanar el día de reposo? Esto mismo hicieron sus antepasados, y por eso nuestro Dios trajo esta calamidad sobre nosotros y sobre nuestra ciudad. ¿Y todavía ustedes añaden ira sobre Israel al profanar el día de reposo?” »Antes del día de reposo, cuando ya empezaba a oscurecer y las puertas de Jerusalén todavía estaban abiertas, ordené cerrarlas y no volver a abrirlas hasta que el día de reposo hubiera pasado. Y para impedir la entrada de cualquier tipo de carga, puse como guardias a algunos de mis siervos. Fue así como en repetidas ocasiones los mercaderes se quedaron fuera de Jerusalén. Entonces los llamé y les advertí: “¿Por qué se quedan fuera de la muralla? Si vuelven a hacerlo, los voy a encarcelar.” Y desde entonces dejaron de venir en día de reposo. »A los levitas les ordené que se purificaran y fueran a custodiar las puertas, para mantener sagrado el día de reposo. »Dios mío, ¡acuérdate de mí también por esto, y por tu gran misericordia, perdóname! »En aquel tiempo descubrí también que algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, de Amón y de Moab; y que la mitad de sus hijos hablaban la lengua de Asdod, o de otros pueblos, porque no habían aprendido la lengua de sus padres judíos. Les llamé la atención, y los maldije; a algunos de ellos les di de golpes y les arranqué los cabellos, y les hice jurar que no darían sus mujeres a los extranjeros, y que tampoco tomarían mujeres extranjeras para ellos mismos. Les dije: “¿Acaso no fue este el pecado de Salomón, rey de Israel? Aunque Salomón fue amado por Dios, y Dios lo puso como rey de los israelitas, y en muchos países no hubo un rey que se le pudiera comparar, ¡aun Salomón pecó por culpa de las mujeres extranjeras! ¿Creen que vamos a permitir que ustedes sigan cometiendo este gran pecado contra nuestro Dios, de que sigan casándose con mujeres extranjeras?” »Junto a mí estaba un hijo de Joyadá, que era nieto del sacerdote Eliasib y yerno de Sambalat el horonita, pero lo aparté de mí. »Dios mío, ¡acuérdate de los que contaminan el sacerdocio y transgreden el pacto que los sacerdotes y levitas han hecho contigo! »Entonces saqué de allí a todos los extranjeros, y formé grupos de verdaderos sacerdotes y levitas, y les asigné su servicio, tanto para llevar la ofrenda de la leña en su momento, como para recoger los primeros frutos de todo. »Dios mío, ¡no te olvides de bendecirme!»

Nehemías 13:1-31 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

Aquel día se leyó ante el pueblo el libro de Moisés, y allí se encontró escrito que los amonitas y moabitas no debían jamás formar parte del pueblo de Dios; porque no solo no habían dado de comer ni de beber a los israelitas, sino que habían contratado a Balán para que los maldijera, aunque en realidad nuestro Dios cambió la maldición por bendición. Al escuchar lo que esta Ley decía, apartaron de Israel a todos los que se habían mezclado con extranjeros. Antes de esto, el sacerdote Eliasib, encargado de los depósitos del Templo de nuestro Dios, estaba emparentado con Tobías y le había acondicionado una habitación grande. Allí se almacenaban las ofrendas, el incienso, los utensilios, los diezmos del trigo, vino y aceite destinados a los levitas, cantores y porteros, y las contribuciones para los sacerdotes. Para ese entonces yo no estaba en Jerusalén, porque en el año treinta y dos de Artajerjes, rey de Babilonia, había ido a ver al rey. Después de algún tiempo, con permiso del rey regresé a Jerusalén y me enteré de la maldad cometida por Eliasib al proporcionarle a Tobías una habitación en los atrios del Templo de Dios. Esto me disgustó tanto que hice sacar de la habitación todas las pertenencias de Tobías. Luego ordené que purificaran las habitaciones y volvieran a colocar allí los utensilios sagrados del Templo de Dios, las ofrendas y el incienso. También me enteré de que a los levitas no les habían entregado sus porciones y de que los levitas y cantores encargados del servicio habían regresado a sus campos. Así que reprendí a los oficiales y dije: «¿Por qué está tan descuidado el Templo de Dios?». Luego los reuní y los restablecí en sus puestos. Todo Judá trajo a los almacenes la décima parte del trigo, del vino y del aceite. Puse a cargo de los almacenes al sacerdote Selemías, al escriba Sadoc y al levita Pedaías; como ayudante de ellos nombré a Janán, hijo de Zacur y nieto de Matanías. Todos ellos eran dignos de confianza y se encargarían de distribuir las porciones entre sus compañeros. «¡Recuerda esto, Dios mío, y favoréceme; no olvides todo el bien que hice por el Templo de mi Dios y de su culto!». Durante aquellos días vi en Judá que en sábado algunos exprimían uvas y otros acarreaban, a lomo de burro, manojos de trigo, vino, uvas, higos y toda clase de cargas que llevaban a Jerusalén. Les advertí entonces que no vendieran sus víveres en ese día. También los tirios, que vivían en Jerusalén, traían a la ciudad pescado y otras mercancías para venderlas a los judíos en sábado. Así que reprendí la actitud de los nobles de Judá y les dije: «¡Ustedes están pecando al profanar el día sábado! Lo mismo hicieron sus antepasados, y por eso nuestro Dios envió toda esta desgracia sobre nosotros y sobre esta ciudad. ¿Acaso quieren que aumente la ira de Dios sobre Israel por profanar el sábado?». Entonces ordené que cerraran las puertas de Jerusalén al caer la tarde, antes de que comenzara el sábado, y que no las abrieran hasta después de ese día. Así mismo, puse a algunos de mis sirvientes en las puertas para que no dejaran entrar ninguna carga en sábado. Una o dos veces, los comerciantes y los vendedores de toda clase de mercancías pasaron la noche fuera de Jerusalén. Así que advertí: «¡No se queden junto a la muralla! Si vuelven a hacerlo, ¡los apresaré!». Desde entonces no volvieron a aparecerse más en sábado. Luego ordené a los levitas que se purificaran y que fueran a hacer guardia en las puertas, para que el sábado fuera respetado como santo. «¡Recuerda esto, Dios mío, y conforme a tu gran amor, ten compasión de mí!». En aquellos días también me di cuenta de que algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, de Amón y de Moab. La mitad de sus hijos hablaban la lengua de Asdod o de otros pueblos y no sabían hablar la lengua de los judíos. Entonces los reprendí y los maldije; a algunos de ellos los golpeé, y hasta les arranqué los pelos, y los obligué a jurar por Dios. Les dije: «No permitan que sus hijas se casen con los hijos de ellos, ni se casen ustedes ni sus hijos con las hijas de ellos. ¿Acaso no fue ese el pecado de Salomón, rey de Israel? Entre todas las naciones no hubo un solo rey como él: Dios lo amó y lo hizo rey sobre todo Israel. Pero aun a él lo hicieron pecar las mujeres extranjeras. ¿Será que también de ustedes se dirá que cometieron el gran pecado de ofender a nuestro Dios casándose con mujeres extranjeras?». A uno de los hijos de Joyadá, hijo del sumo sacerdote Eliasib, lo eché de mi lado porque era yerno de Sambalat el horonita. «¡Recuerda esto, Dios mío, en perjuicio de los que profanaron el sacerdocio y el pacto de los sacerdotes y de los levitas!». Yo los purifiqué de todo lo extranjero y asigné a los sacerdotes y levitas sus respectivos deberes. También organicé la contribución de la leña en las fechas establecidas, y la entrega de las primicias.

Nehemías 13:1-31 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

Cierto día, mientras el libro de la Ley de Moisés se leía ante todo el pueblo, nos dimos cuenta de que había una ley que decía así: «Jamás se permitirá que los amonitas y los moabitas formen parte del pueblo de Dios». La razón de esta ley era que, en cierta ocasión, esa gente no les dio a los israelitas el pan y el agua que necesitaban, y en cambio le pagó a Balaam para que los maldijera. Pero nuestro Dios hizo que sus malos deseos resultaran en algo bueno. Así que, cuando la gente oyó lo que decía el libro de la Ley, expulsaron de Israel a todos los que se habían mezclado con extranjeros. Tiempo atrás, el sacerdote Eliasib era el jefe de las bodegas del templo de nuestro Dios. Como Tobías el amonita era pariente suyo, Eliasib le había dado permiso para vivir en una habitación grande. Allí se guardaban las ofrendas de cereales, el incienso, los utensilios y los diezmos de trigo, vino y aceite. Todo esto era para los sacerdotes, sus ayudantes, los cantores y los vigilantes de las entradas. Cuando Eliasib hizo esto, yo no estaba en Jerusalén, porque en el año treinta y dos del reinado de Artajerjes, había ido a Babilonia para presentarme ante él. Tiempo después, con el permiso del rey, volví a Jerusalén y descubrí que Eliasib había hecho muy mal en darle a ese amonita una habitación en el templo de Dios. Me enojé mucho, y ordené que sacaran todos los muebles de Tobías, y mandé que purificaran el lugar. Después di instrucciones para que volvieran a colocar allí los utensilios del templo de Dios, los cereales y el incienso. También me enteré de que a los ayudantes de los sacerdotes no se les habían dado sus alimentos, por lo que ellos y los cantores habían tenido que irse a sus propios campos. Entonces reprendí a las autoridades por haber descuidado el templo de Dios, y mandé llamar a los ayudantes de los sacerdotes y cantores. Los volví a colocar en sus puestos, y todos los de Judá trajeron a las bodegas del templo los diezmos de trigo, vino y aceite. Después puse al sacerdote Selemías, al secretario Sadoc y al ayudante Pedaías como jefes de las bodegas, y nombré como ayudante de ellos a Hanán hijo de Zacur, nieto de Matanías. Eran hombres de confianza, y se encargarían de hacer una buena distribución de las provisiones a sus compañeros. Luego de hacer eso, le dije a Dios: «¡Dios mío, toma en cuenta esto que acabo de hacer, y no te olvides de todo lo bueno que he hecho por tu templo y por el culto!» En ese tiempo vi que en Judá, los sábados, algunos hacían vino y llevaban manojos de trigo sobre los burros. También cargaban vino, racimos de uvas, higos y toda clase de cargas, y todo eso lo traían a Jerusalén para venderlo. Entonces los reprendí por eso. Además, algunos de Tiro que vivían en la ciudad, llevaban pescado y toda clase de productos a Jerusalén, para vendérselos a la gente de Judá los días sábados. Entonces reprendí así a los jefes de Judá: «¡Está muy mal lo que hacen! ¡No están respetando el día sábado! Acuérdense de que cuando sus antepasados hicieron lo mismo, Dios nos castigó a nosotros y también a esta ciudad. Si ustedes no descansan y adoran a Dios el día sábado, él nos castigará aún más». Entonces ordené que los portones de Jerusalén se cerraran en cuanto empezara a anochecer el viernes, y que no se abrieran hasta el anochecer del sábado. Puse a algunos de mis ayudantes para que vigilaran las entradas y no dejaran entrar ninguna carga en día sábado. Una o dos veces, algunos comerciantes y vendedores pasaron la noche fuera de Jerusalén. Yo discutí con ellos y les advertí que, si volvían a pasar la noche junto al muro, los sacaría de allí por la fuerza. Desde entonces no volvieron a presentarse en día sábado. Luego ordené a los ayudantes de los sacerdotes que se purificaran, y fueran a vigilar las entradas para que se respetara el día sábado. Entonces le dije a Dios: «¡Dios mío, tampoco olvides esto que he hecho! Ya que eres tan bueno, ¡ten compasión de mí!» En ese tiempo vi también que algunos judíos se habían casado con mujeres de países como Asdod, Amón y Moab. La mitad de sus hijos hablaban el idioma de Asdod y de otros países, pero no conocían el idioma de los judíos. Discutí con esos hombres y los maldije. A algunos les di de golpes, les arranqué el cabello y los obligué a prometer, en nombre de Dios, que ni ellos ni sus hijos o hijas se casarían con extranjeros. Además, les recordé: «Ustedes han cometido el mismo pecado que cometió Salomón. Entre muchas naciones no hubo un rey como él. Dios lo amó y lo puso como rey sobre Israel, pero fueron sus esposas extranjeras las que lo hicieron pecar. Por eso, nosotros no vamos a permitir que se cometa este grave pecado contra nuestro Dios. No traicionaremos a Dios casándonos con mujeres extranjeras». Joiadá, que era hijo del jefe de los sacerdotes, tenía un hijo que se casó con una extranjera. Ella era hija de Sambalat el de Horón. Así que obligué al hijo de Joiadá a irse lejos de Jerusalén. Luego hablé con Dios, y le dije: «¡Dios mío, castiga a los sacerdotes y a los ayudantes que no han respetado el pacto que hicieron contigo!» De esta manera los separé de los extranjeros y de todo lo que tuviera que ver con ellos. Luego organicé los turnos de los sacerdotes y de sus ayudantes, cada uno en su tarea. Organicé también a los que traían la leña, para que lo hicieran en las fechas indicadas, y organicé la entrega de los primeros frutos. Luego le dije a Dios: «¡Acuérdate de mí, Dios mío, y trátame bien!»

Nehemías 13:1-31 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

Por aquel tiempo se leyó públicamente el libro de Moisés, y en él se halló escrito que los amonitas y moabitas no debían jamás pertenecer al pueblo de Dios. (Porque ellos no salieron a recibir a los israelitas con comida y bebida, sino que le pagaron a Balaam para que pronunciara maldiciones contra ellos, aunque nuestro Dios convirtió la maldición en bendición.) Así que, en cuanto oyeron lo que decía la ley, separaron de Israel a todos los que ya se habían mezclado con extranjeros. Antes de esto, el sacerdote Eliasib estaba a cargo de los almacenes del templo de nuestro Dios. Como Eliasib era pariente de Tobías, había facilitado a este un cuarto grande en el que antes se guardaban las ofrendas, el incienso, los utensilios y el diezmo del trigo, del vino y del aceite que se ordenaba dar a los levitas, cantores y porteros, además de las contribuciones para los sacerdotes. Cuando todo esto ocurrió, yo no estaba en Jerusalén, porque en el año treinta y dos del reinado de Artajerjes, rey de Babilonia, volví a la corte; aunque al cabo de algún tiempo pedí permiso al rey y regresé a Jerusalén. Fue entonces cuando comprobé el mal que había hecho Eliasib por complacer a Tobías, proporcionándole una sala en el atrio del templo de Dios. Aquello me disgustó mucho, y eché fuera de la sala todos los muebles de la casa de Tobías. Luego ordené que la purificaran y que volvieran a colocar en su sitio los utensilios del templo de Dios, las ofrendas y el incienso. También supe que no se habían entregado a los levitas sus provisiones, y que los levitas y cantores encargados del culto habían huido, cada uno a su tierra. Entonces reprendí a las autoridades por el abandono en que tenían el templo de Dios. Después reuní a los sacerdotes y levitas, y los instalé en sus puestos, y todo Judá trajo a los almacenes el diezmo del trigo, del vino y del aceite. Luego puse a cargo de los almacenes al sacerdote Selemías, al secretario Sadoc y a un levita llamado Pedaías; puse también como ayudante suyo a Hanán, hijo de Zacur y nieto de Matanías, porque eran dignos de confianza. Ellos se encargarían de hacer el reparto a sus compañeros. ¡Dios mío: tómame en cuenta esto que he hecho; y no olvides todo lo bueno que he hecho por el templo de mi Dios y por su culto! En aquellos días vi que en Judá había quienes en sábado pisaban uvas para hacer vino, acarreaban manojos de trigo, cargaban los asnos con vino y racimos de uvas, higos y toda clase de carga, y que también en sábado lo llevaban a Jerusalén. Entonces los reprendí por vender sus mercancías en ese día. Además, algunos de la ciudad de Tiro que vivían allí, llevaban pescado y toda clase de mercancías, y se lo vendían en sábado a los judíos de Jerusalén. Entonces reprendí a los jefes de Judá, diciéndoles: —¿Qué maldad están cometiendo, al profanar el sábado? Esto es precisamente lo que hicieron sus antepasados, y por eso nuestro Dios trajo tantas desgracias sobre nosotros y sobre esta ciudad. ¿Acaso quieren irritar más aún a Dios contra Israel por profanar el sábado? Entonces ordené que tan pronto como las sombras de la tarde anunciaran el comienzo del sábado, se cerraran las puertas de Jerusalén y no fueran abiertas hasta pasado el día. Puse además en las puertas a algunos de mis sirvientes para que en sábado no entrara ningún cargamento. Los negociantes y vendedores de mercancías se quedaron varias veces a pasar la noche fuera de Jerusalén, pero yo discutí con ellos y los reprendí por quedarse a pasar la noche delante de la muralla, y les dije que si volvían a hacerlo los haría arrestar. Desde entonces no volvieron a presentarse en sábado. Después ordené a los levitas que se purificaran y que fueran a vigilar las puertas, para que el sábado no fuera profanado. ¡Dios mío: acuérdate de mí también por esto, y ten compasión de mí conforme a tu bondad! Vi también en aquellos días que algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, Amón y Moab; y la mitad de sus hijos hablaban la lengua de Asdod y de otras naciones, pero no sabían hablar la lengua de los judíos. Discutí con ellos y los maldije. A algunos de ellos los golpeé y les arranqué el pelo, y los obligué a jurar por Dios que no permitirían más que sus hijas e hijos se casaran con extranjeros, ni aceptarían como esposas para sus hijos o para ellos mismos a las mujeres de ellos. Les dije además: «¡Este fue el pecado de Salomón, rey de Israel! Y a pesar de que entre las muchas naciones no hubo un rey como él, y de que Dios lo amó y lo puso como rey de todo Israel, las mujeres extranjeras lo hicieron pecar. Por lo tanto, no se tolerará que ustedes pequen tan gravemente contra nuestro Dios, casándose con mujeres extranjeras.» A uno de los hijos de Joiadá, el hijo del sumo sacerdote Eliasib, que era además yerno de Sambalat el horonita, lo hice huir de mi presencia. ¡Dios mío: acuérdate de los que han manchado el sacerdocio y la alianza sacerdotal y levítica! Así que los limpié de todo lo que era extranjero y organicé los turnos de sacerdotes y levitas, cada cual en su obligación; la provisión de leña en las fechas señaladas y la entrega de los primeros frutos. ¡Dios mío: acuérdate de favorecerme!

Nehemías 13:1-31 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Aquel día se leyó en el libro de Moisés, oyéndolo el pueblo, y fue hallado escrito en él que los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de Dios, por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, sino que dieron dinero a Balaam para que los maldijera; mas nuestro Dios volvió la maldición en bendición. Cuando oyeron, pues, la ley, separaron de Israel a todos los mezclados con extranjeros. Y antes de esto el sacerdote Eliasib, siendo jefe de la cámara de la casa de nuestro Dios, había emparentado con Tobías, y le había hecho una gran cámara, en la cual guardaban antes las ofrendas, el incienso, los utensilios, el diezmo del grano, del vino y del aceite, que estaba mandado dar a los levitas, a los cantores y a los porteros, y la ofrenda de los sacerdotes. Mas a todo esto, yo no estaba en Jerusalén, porque en el año treinta y dos de Artajerjes rey de Babilonia fui al rey; y al cabo de algunos días pedí permiso al rey para volver a Jerusalén; y entonces supe del mal que había hecho Eliasib por consideración a Tobías, haciendo para él una cámara en los atrios de la casa de Dios. Y me dolió en gran manera; y arrojé todos los muebles de la casa de Tobías fuera de la cámara, y dije que limpiasen las cámaras, e hice volver allí los utensilios de la casa de Dios, las ofrendas y el incienso. Encontré asimismo que las porciones para los levitas no les habían sido dadas, y que los levitas y cantores que hacían el servicio habían huido cada uno a su heredad. Entonces reprendí a los oficiales, y dije: ¿Por qué está la casa de Dios abandonada? Y los reuní y los puse en sus puestos. Y todo Judá trajo el diezmo del grano, del vino y del aceite, a los almacenes. Y puse por mayordomos de ellos al sacerdote Selemías y al escriba Sadoc, y de los levitas a Pedaías; y al servicio de ellos a Hanán hijo de Zacur, hijo de Matanías; porque eran tenidos por fieles, y ellos tenían que repartir a sus hermanos. Acuérdate de mí, oh Dios, en orden a esto, y no borres mis misericordias que hice en la casa de mi Dios, y en su servicio. En aquellos días vi en Judá a algunos que pisaban en lagares en el día de reposo, y que acarreaban haces, y cargaban asnos con vino, y también de uvas, de higos y toda suerte de carga, y que traían a Jerusalén en día de reposo; y los amonesté acerca del día en que vendían las provisiones. También había en la ciudad tirios que traían pescado y toda mercadería, y vendían en día de reposo a los hijos de Judá en Jerusalén. Y reprendí a los señores de Judá y les dije: ¿Qué mala cosa es esta que vosotros hacéis, profanando así el día de reposo? ¿No hicieron así vuestros padres, y trajo nuestro Dios todo este mal sobre nosotros y sobre esta ciudad? ¿Y vosotros añadís ira sobre Israel profanando el día de reposo? Sucedió, pues, que cuando iba oscureciendo a las puertas de Jerusalén antes del día de reposo, dije que se cerrasen las puertas, y ordené que no las abriesen hasta después del día de reposo; y puse a las puertas algunos de mis criados, para que en día de reposo no introdujeran carga. Y se quedaron fuera de Jerusalén una y dos veces los negociantes y los que vendían toda especie de mercancía. Y les amonesté y les dije: ¿Por qué os quedáis vosotros delante del muro? Si lo hacéis otra vez, os echaré mano. Desde entonces no vinieron en día de reposo. Y dije a los levitas que se purificasen y viniesen a guardar las puertas, para santificar el día del reposo. También por esto acuérdate de mí, Dios mío, y perdóname según la grandeza de tu misericordia. Vi asimismo en aquellos días a judíos que habían tomado mujeres de Asdod, amonitas, y moabitas; y la mitad de sus hijos hablaban la lengua de Asdod, porque no sabían hablar judaico, sino que hablaban conforme a la lengua de cada pueblo. Y reñí con ellos, y los maldije, y herí a algunos de ellos, y les arranqué los cabellos, y les hice jurar, diciendo: No daréis vuestras hijas a sus hijos, y no tomaréis de sus hijas para vuestros hijos, ni para vosotros mismos. ¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Bien que en muchas naciones no hubo rey como él, que era amado de su Dios, y Dios lo había puesto por rey sobre todo Israel, aun a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras. ¿Y obedeceremos a vosotros para cometer todo este mal tan grande de prevaricar contra nuestro Dios, tomando mujeres extranjeras? Y uno de los hijos de Joiada hijo del sumo sacerdote Eliasib era yerno de Sanbalat horonita; por tanto, lo ahuyenté de mí. Acuérdate de ellos, Dios mío, contra los que contaminan el sacerdocio, y el pacto del sacerdocio y de los levitas. Los limpié, pues, de todo extranjero, y puse a los sacerdotes y levitas por sus grupos, a cada uno en su servicio; y para la ofrenda de la leña en los tiempos señalados, y para las primicias. Acuérdate de mí, Dios mío, para bien.

Nehemías 13:1-31 La Biblia de las Américas (LBLA)

Aquel día leyeron del libro de Moisés a oídos del pueblo; y se encontró escrito en él que los amonitas y los moabitas no debían entrar jamás en la asamblea de Dios, porque no recibieron a los hijos de Israel con pan y agua, sino que contrataron contra ellos a Balaam para maldecirlos; pero nuestro Dios convirtió la maldición en bendición. Y sucedió que cuando oyeron la ley, excluyeron de Israel a todo extranjero. Antes de esto, el sacerdote Eliasib, encargado de los aposentos de la casa de nuestro Dios, y que era pariente de Tobías, le había preparado un gran aposento, donde anteriormente se colocaban las ofrendas de cereal, el incienso, los utensilios, y los diezmos del cereal, del mosto y del aceite prescritos para los levitas, los cantores y los porteros, y las contribuciones para los sacerdotes. Pero durante todo este tiempo yo no estaba en Jerusalén, porque en el año treinta y dos de Artajerjes, rey de Babilonia, yo había ido al rey; pero después de algún tiempo, pedí permiso al rey, y vine a Jerusalén y me enteré del mal que Eliasib había hecho por favorecer a Tobías, al prepararle un aposento en los atrios de la casa de Dios. Esto me desagradó mucho, por lo cual arrojé todos los muebles de la casa de Tobías fuera del aposento. Entonces ordené que limpiaran los aposentos; y puse de nuevo allí los utensilios de la casa de Dios con las ofrendas de cereal y el incienso. También descubrí que las porciones de los levitas no se les habían dado, por lo que los levitas y los cantores que hacían el servicio se habían ido, cada uno a su campo. Por tanto, reprendí a los oficiales, y dije: ¿Por qué está la casa de Dios abandonada? Entonces reuní a los levitas y los restablecí en sus puestos. Entonces todo Judá trajo el diezmo del cereal, del mosto y del aceite a los almacenes. Y puse al frente de los almacenes al sacerdote Selemías, al escriba Sadoc, y a Pedaías, uno de los levitas; además de estos estaba Hanán, hijo de Zacur, hijo de Matanías; porque se les consideraba dignos de confianza, y su responsabilidad era repartir las raciones a sus parientes. Acuérdate de mí por esto, Dios mío, y no borres las obras de misericordia que he hecho por la casa de mi Dios y por sus servicios. En aquellos días vi en Judá a algunos que pisaban los lagares en el día de reposo, y traían haces de trigo y los cargaban en asnos, y también vino, uvas, higos y toda clase de carga, y los traían a Jerusalén en el día de reposo. Y les amonesté por el día en que vendían los víveres. También habitaban allí, en Jerusalén, tirios, que importaban pescado y toda clase de mercancías, y los vendían a los hijos de Judá en el día de reposo. Entonces reprendí a los nobles de Judá, y les dije: ¿Qué acción tan mala es esta que cometéis profanando el día de reposo? ¿No hicieron lo mismo vuestros padres, y nuestro Dios trajo sobre nosotros y sobre esta ciudad toda esta aflicción? Vosotros, pues, aumentáis su furor contra Israel al profanar el día de reposo. Y aconteció que cuando iba oscureciendo a las puertas de Jerusalén, antes del día de reposo, ordené que se cerraran las puertas y que no las abrieran hasta después del día de reposo. Entonces puse algunos de mis siervos a las puertas para que no entrara ninguna carga en día de reposo. Pero una o dos veces, los mercaderes y vendedores de toda clase de mercancía pasaron la noche fuera de Jerusalén. Entonces les advertí, y les dije: ¿Por qué pasáis la noche delante de la muralla? Si lo hacéis de nuevo, usaré fuerza contra vosotros. Desde entonces no vinieron más en el día de reposo. Y ordené a los levitas que se purificaran y que vinieran a guardar las puertas para santificar el día de reposo. Por esto también acuérdate de mí, Dios mío, y ten piedad de mí conforme a la grandeza de tu misericordia. Vi también en aquellos días a judíos que se habían casado con mujeres asdoditas, amonitas y moabitas. De sus hijos, la mitad hablaban la lengua de Asdod, y ninguno de ellos podía hablar la lengua de Judá, sino la lengua de su propio pueblo. Y contendí con ellos y los maldije, herí a algunos de ellos y les arranqué el cabello, y les hice jurar por Dios, diciendo: No daréis vuestras hijas a sus hijos; tampoco tomaréis de sus hijas para vuestros hijos ni para vosotros mismos. ¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Sin embargo, entre tantas naciones no hubo rey como él, y era amado por su Dios, y Dios le había hecho rey sobre todo Israel; pero aun a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras. ¿Y se debe oír de vosotros que habéis cometido todo este gran mal obrando infielmente contra nuestro Dios casándoos con mujeres extranjeras? Aun uno de los hijos de Joiada, hijo del sumo sacerdote Eliasib, era yerno de Sanbalat horonita, y lo eché de mi lado. Acuérdate de ellos, Dios mío, porque han profanado el sacerdocio y el pacto del sacerdocio y de los levitas. Así los purifiqué de todo lo extranjero, y designé oficios para los sacerdotes y levitas, cada uno en su ministerio, e hice arreglos para la provisión de leña en los tiempos señalados y para las primicias. ¡Acuérdate de mí, Dios mío, para bien!

Nehemías 13:1-31 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Ese mismo día, mientras se leía al pueblo el libro de Moisés, se encontró el pasaje que dice que jamás se debe admitir a un amonita o a un moabita en la asamblea de Dios, porque ellos se habían negado a darles comida y agua a los israelitas en el desierto. Por el contrario, contrataron a Balaam para que los maldijera, aunque nuestro Dios convirtió la maldición en bendición. Cuando se leyó este pasaje de la ley, inmediatamente se excluyó de la asamblea a todos los que tenían ascendencia extranjera. Antes de esto, el sacerdote Eliasib, quien había sido designado para supervisar los depósitos del templo de nuestro Dios y quien también era pariente de Tobías, había rediseñado un gran depósito y lo había puesto a disposición de Tobías. Anteriormente usaban el cuarto para almacenar ofrendas de grano, incienso, diversos utensilios para el templo, diezmos de granos, de vino nuevo, de aceite de oliva (destinados a los levitas, a los cantores y a los porteros), y también las ofrendas para los sacerdotes. En esa época yo no estaba en Jerusalén porque había ido a presentarme ante Artajerjes, rey de Babilonia, en el año treinta y dos de su reinado, aunque más tarde le pedí permiso para regresar. Cuando regresé a Jerusalén, me enteré del acto perverso de Eliasib de proporcionarle a Tobías una habitación en los atrios del templo de Dios. Me disgusté mucho y saqué del cuarto todas las pertenencias de Tobías. Luego exigí que purificaran las habitaciones y volví a colocar los utensilios para el templo de Dios, las ofrendas de grano y el incienso. También descubrí que no se les había entregado a los levitas las porciones de comida que les correspondían, de manera que todos ellos y los cantores que debían dirigir los servicios de adoración habían regresado a trabajar en los campos. Inmediatamente enfrenté a los dirigentes y les pregunté: «¿Por qué ha sido descuidado el templo de Dios?». Luego pedí a todos los levitas que regresaran y los reintegré para que cumplieran con sus obligaciones. Entonces, una vez más, todo el pueblo de Judá comenzó a llevar sus diezmos de grano, de vino nuevo y de aceite de oliva a los depósitos del templo. Como supervisores de los depósitos asigné al sacerdote Selemías, al escriba Sadoc y a Pedaías, uno de los levitas. Como ayudante de ellos nombré a Hanán, hijo de Zacur y nieto de Matanías. Estos hombres gozaban de una excelente reputación, y su tarea consistía en hacer distribuciones equitativas a sus compañeros levitas. Recuerda esta buena obra, oh Dios mío, y no olvides todo lo que fielmente he hecho por el templo de mi Dios y sus servicios. En esos días vi a unos hombres de Judá pisando en sus lagares en el día de descanso. Además, recogían granos y los cargaban sobre burros, y traían su vino, sus uvas, sus higos y toda clase de productos a Jerusalén para venderlos en el día de descanso. Así que los reprendí por vender sus productos en ese día. Algunos hombres de Tiro, que vivían en Jerusalén, traían pescado y toda clase de mercancía. La vendían al pueblo de Judá el día de descanso, ¡y nada menos que en Jerusalén! De modo que confronté a los nobles de Judá. «¿Por qué profanan el día de descanso de este modo tan perverso? —les pregunté—. ¿Acaso no fueron cosas como estas las que hicieron sus antepasados y provocaron que nuestro Dios hiciera caer sobre nosotros y nuestra ciudad toda esta desgracia? ¡Ahora ustedes provocan aún más enojo contra Israel al permitir que el día de descanso sea profanado de esta manera!». Entonces ordené que todos los viernes se cerraran las puertas de Jerusalén al caer la noche, y que no se abrieran hasta que terminara el día de descanso. Envié a algunos de mis propios sirvientes a vigilar las puertas para que no pudiera entrar ninguna mercadería en los días de descanso. Los mercaderes y los comerciantes de diversos productos acamparon fuera de Jerusalén una o dos veces; pero yo les hablé duramente diciendo: «¿Qué pretenden, acampando aquí afuera alrededor de la muralla? ¡Si lo hacen otra vez, los arrestaré!». Esa fue la última vez que aparecieron en el día de descanso. Luego ordené a los levitas que se purificaran y vigilaran las puertas para preservar la santidad del día de descanso. ¡Recuerda también esta buena obra, oh Dios mío! Ten compasión de mí conforme a tu grande e inagotable amor. Por el mismo tiempo, me di cuenta de que algunos de los hombres de Judá se habían casado con mujeres de Asdod, Amón y Moab. Además, la mitad de sus hijos hablaban el idioma de Asdod o de algún otro pueblo y no podían hablar en absoluto la lengua de Judá. De modo que confronté a los hombres y pedí que cayeran maldiciones sobre ellos. Golpeé a algunos y les arranqué el cabello. Los hice jurar por el nombre de Dios que no permitirían que sus hijos o sus hijas se casaran con la gente pagana de la región. «¿Acaso no fue exactamente eso lo que llevó a Salomón, rey de Israel, a pecar? —exclamé—. No había rey de ninguna nación que pudiera compararse con él, Dios lo amaba y lo hizo rey sobre todo Israel; pero incluso él fue inducido a pecar por sus mujeres extranjeras. ¿Cómo pudieron siquiera pensar en cometer esta acción pecaminosa y ser infieles a Dios al casarse con mujeres extranjeras?». Uno de los hijos de Joiada, hijo de Eliasib, el sumo sacerdote, se había casado con la hija de Sanbalat, el horonita, por lo cual lo expulsé de mi presencia. Recuérdalos, oh Dios mío, porque han profanado el sacerdocio y los votos solemnes de los sacerdotes y los levitas. Así que expulsé todo lo que fuera extranjero y asigné tareas a los sacerdotes y a los levitas, asegurándome de que cada uno supiera lo que tenía que hacer. También me aseguré de que llegara el suministro de leña para el altar y las primeras porciones de la cosecha en los tiempos establecidos.

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