S. Juan 9:1-38
S. Juan 9:1-38 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)
A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos preguntaron: —Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres? —No está así debido a sus pecados ni a los de sus padres —respondió Jesús—, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida. Mientras sea de día, tenemos que llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras esté yo en el mundo, luz soy del mundo. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego, diciéndole: —Ve y lávate en el estanque de Siloé (que significa “Enviado”). El ciego fue y se lavó, entonces al volver ya veía. Sus vecinos y los que lo habían visto pedir limosna decían: «¿No es este el que se sienta a mendigar?». Unos aseguraban: «Sí, es él». Otros decían: «No es él, sino que se le parece». Pero él insistía: «Soy yo». —¿Cómo entonces se te han abierto los ojos? —le preguntaron. Y él respondió: —Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de barro, me lo untó en los ojos y me dijo: “Ve y lávate en Siloé”. Así que fui, me lavé y entonces pude ver. —¿Y dónde está ese hombre? —le preguntaron. —No lo sé —respondió. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado cuando Jesús hizo el barro y le abrió los ojos al ciego. Por eso los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había recibido la vista. —Me untó barro en los ojos, me lavé y ahora veo —respondió. Algunos de los fariseos comentaban: «Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no respeta el sábado». Otros objetaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes señales?». Y había desacuerdo entre ellos. Por eso interrogaron de nuevo al ciego: —¿Y qué opinas tú de él? Fue a ti a quien te abrió los ojos. —Yo digo que es profeta —contestó. Pero los judíos no creían que el hombre hubiera sido ciego y ahora viera. Entonces llamaron a sus padres y les preguntaron: —¿Es este su hijo, el que dicen ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver? —Sabemos que este es nuestro hijo —contestaron los padres—, y sabemos también que nació ciego. Lo que no sabemos es cómo ahora puede ver ni quién le abrió los ojos. Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo. Sus padres contestaron así por miedo a los judíos, pues ya estos habían convenido que se expulsara de la sinagoga a todo el que reconociera que Jesús era el Cristo. Por eso dijeron sus padres: «Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad». Por segunda vez llamaron los judíos al que había sido ciego y le dijeron: —¡Da gloria a Dios! A nosotros nos consta que ese hombre es pecador. —Si es pecador, no lo sé —respondió el hombre—. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo. Pero ellos le insistieron: —¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Él respondió: —Ya les dije y no me hicieron caso. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿Es que también ustedes quieren hacerse sus discípulos? Entonces lo insultaron y dijeron: —¡Discípulo de ese lo serás tú! ¡Nosotros somos discípulos de Moisés! Y sabemos que a Moisés le habló Dios; pero de este no sabemos ni de dónde salió. —¡Allí está lo sorprendente! —respondió el hombre—: que ustedes no sepan de dónde salió y que a mí me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí a los piadosos y a quienes hacen su voluntad. Jamás se ha sabido que alguien le haya abierto los ojos a uno que nació ciego. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada. Ellos replicaron: —Tú, que naciste sumido en pecado, ¿vas a darnos lecciones? Y lo expulsaron. Jesús se enteró de que habían expulsado a aquel hombre y al encontrarlo le preguntó: —¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: —¿Quién es, Señor? Dímelo, para que crea en él. —Pues ya lo has visto —contestó Jesús—; es el que está hablando contigo. —Creo, Señor —declaró el hombre. Y postrado lo adoró.
S. Juan 9:1-38 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
Cuando Jesús salió del templo, vio por el camino a un joven que había nacido ciego. Los discípulos le preguntaron a Jesús: —Maestro, ¿quién tiene la culpa de que este joven haya nacido ciego? ¿Fue por algo malo que hizo él mismo, o por algo malo que hicieron sus padres? Jesús les respondió: —Ni él ni sus padres tienen la culpa. Nació así para que ustedes vean cómo el poder de Dios lo sana. Mientras yo esté con ustedes, hagamos el trabajo que Dios mi Padre me mandó hacer; vendrá el momento en que ya nadie podrá trabajar. Mientras yo estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Enseguida Jesús escupió en el suelo, hizo un poco de lodo con la saliva, y se lo puso al joven en los ojos. Entonces le dijo: «Ve a la piscina de Siloé, y lávate los ojos.» El ciego fue y se lavó, y cuando regresó ya podía ver. Sus vecinos y todos los que antes lo habían visto pedir limosna se preguntaban: «¿No es este el joven ciego que se sentaba a pedir dinero?» Unos decían: «Sí, es él.» Otros decían: «No, no es él, aunque se le parece mucho.» Pero él mismo decía: «¡Claro que soy yo!» Entonces le preguntaron: —¿Cómo es que ya puedes ver? Él respondió: —Un hombre llamado Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos, y me dijo que fuera a la piscina de Siloé y que me lavara. Yo fui, y en cuanto me lavé los ojos pude ver. —¿Y dónde está Jesús? —le preguntaron. —No lo sé —contestó él. Cuando Jesús hizo lodo y sanó al ciego era día de descanso obligatorio. Por eso, algunos llevaron ante los fariseos al joven que había sido sanado. Los fariseos le preguntaron: —¿Cómo es que ya puedes ver? El joven les respondió: —Jesús me puso lodo en los ojos, y ahora puedo ver. Algunos fariseos dijeron: «A ese hombre no lo ha enviado Dios, pues desobedece la ley que prohíbe trabajar en sábado.» Pero otros decían: «¿Cómo puede un pecador hacer milagros como este?» Y no se ponían de acuerdo. Entonces le preguntaron al que había sido ciego: —Ya que ese hombre te dio la vista, ¿qué opinas de él? —Yo creo que es un profeta —les contestó. Pero los jefes judíos no creían que ese joven hubiera sido ciego y que ahora pudiera ver. Entonces llamaron a los padres del joven y les preguntaron: —¿Es este su hijo? ¿Es cierto que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver? Los padres respondieron: —De que este es nuestro hijo, y de que nació ciego, no tenemos ninguna duda. Pero no sabemos cómo es que ya puede ver, ni quién lo sanó. Pregúntenselo a él, pues ya es mayor de edad y puede contestar por sí mismo. Los padres dijeron esto porque tenían miedo de los jefes judíos, ya que ellos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a todo el que creyera y dijera que Jesús era el Mesías. Los jefes judíos volvieron a llamar al que había sido ciego, y le dijeron: —Júranos por Dios que nos vas a decir la verdad. Nosotros sabemos que el hombre que te sanó es un pecador. Él les contestó: —Yo no sé si es pecador. ¡Lo que sí sé es que antes yo era ciego, y ahora veo! Volvieron a preguntarle: —¿Qué hizo? ¿Cómo fue que te sanó? Él les contestó: —Ya les dije lo que hizo, pero ustedes no me hacen caso. ¿Para qué quieren que les repita lo mismo? ¿Acaso también ustedes quieren ser sus seguidores? Los jefes judíos lo insultaron y le dijeron: —Seguidor de ese hombre lo serás tú. Nosotros somos seguidores de Moisés. Y sabemos que Dios le habló a Moisés; pero de ese Jesús no sabemos nada. El joven les respondió: —¡Qué extraño! Ustedes no saben de dónde viene y, sin embargo, a mí me ha sanado. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí escucha a los que lo adoran y lo obedecen. Nunca he sabido que alguien le haya dado la vista a uno que nació ciego. Si este hombre no fuera enviado por Dios, no podría hacer nada. Entonces le contestaron: —Ahora resulta que tú, siendo pecador desde que naciste, nos vas a enseñar. ¡Ya no te queremos en nuestra sinagoga! Jesús se enteró de esto, y cuando se encontró con el joven le preguntó: —¿Crees en el Hijo del hombre? El joven le respondió: —Señor, dígame usted quién es, para que yo crea en él. Jesús le dijo: —Lo estás viendo. Soy yo, el que habla contigo. Entonces el joven se arrodilló ante Jesús y le dijo
S. Juan 9:1-38 Reina Valera Contemporánea (RVC)
Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Rabí, ¿quién pecó, para que este haya nacido ciego? ¿Él, o sus padres?» Jesús respondió: «No pecó él, ni tampoco sus padres. Más bien, fue para que las obras de Dios se manifiesten en él. Mientras sea de día, nos es necesario hacer las obras del que me envió; viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras que estoy en el mundo, soy la luz del mundo.» Dicho esto, escupió en tierra, hizo lodo con la saliva, y untó el lodo en los ojos del ciego; entonces le dijo: «Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que significa “Enviado”).» El ciego fue, se lavó, y al volver ya veía. Entonces los vecinos, y los que antes habían visto que era ciego, decían: «¿No es este el que se sentaba a mendigar?» Unos decían: «Sí, es él»; otros decían: «Se le parece»; pero él decía: «Yo soy». Y le dijeron: «¿Y cómo es que se te han abierto los ojos?» Él les respondió: «Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: “Ve a Siloé, y lávate.” Y yo fui, me lavé, y recibí la vista.» Ellos le dijeron: «¿Y dónde está él?» Él dijo: «No lo sé.» El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Cuando Jesús hizo lodo y le abrió los ojos al ciego era día de reposo. También los fariseos volvieron a preguntarle cómo había recibido la vista. Y él les dijo: «Me puso lodo en los ojos, y yo me lavé, y ahora veo.» Algunos de los fariseos decían: «Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo.» Y otros decían: «¿Cómo puede un pecador hacer estas señales?» Y había disensión entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: «¿Tú qué opinas del que te abrió los ojos?» Y él respondió: «Creo que es un profeta.» Pero los judíos no creían que aquel hombre había sido ciego y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, de quien ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» Sus padres les respondieron: «Sabemos que este es nuestro hijo, y que nació ciego; lo que no sabemos es cómo es que ahora ve, y tampoco sabemos quién le abrió los ojos. Pero pregúntenle a él, que ya es mayor de edad y puede hablar por sí mismo.» Sus padres dijeron esto porque tenían miedo de los judíos, pues estos ya habían acordado expulsar de la sinagoga a quien confesara que Jesús era el Mesías. Por eso dijeron sus padres: «Ya es mayor de edad; pregúntenle a él.» Entonces volvieron a llamar al que había sido ciego, y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador.» Pero él respondió: «Si es pecador, no lo sé; lo que sí sé, es que yo era ciego y ahora veo.» Volvieron a decirle: «¿Pero qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?» Él les respondió: «Ya se lo he dicho, y ustedes no escuchan. ¿Por qué quieren oírlo otra vez? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?» Ellos lo insultaron, y le dijeron: «¡Discípulo suyo lo serás tú! ¡Nosotros somos discípulos de Moisés! Nosotros sabemos que Dios le habló a Moisés; pero de ese, no sabemos ni de dónde es.» El hombre les dijo: «Pues esto es lo asombroso, que ustedes no sepan de dónde es, pero a mí me abrió los ojos. Y sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero que si alguno es temeroso de Dios y hace su voluntad, a ese sí lo escucha. Nunca se ha oído decir que alguien le abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si este no viniera de Dios, nada podría hacer.» Ellos le dijeron: «Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos vas a enseñar?» Y lo expulsaron de allí. Jesús supo que lo habían expulsado, así que cuando lo halló le dijo: «¿Crees tú en el Hijo de Dios?» Él le respondió: «Señor, ¿y quién es, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Pues ya lo has visto, y es el que habla contigo.» Y él dijo: «Creo, Señor.» Y lo adoró.
S. Juan 9:1-38 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)
Al salir, Jesús vio a su paso a un hombre que había nacido ciego. Sus discípulos le preguntaron: —Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres, o por su propio pecado? Jesús les contestó: —Ni por su propio pecado ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer. Mientras es de día, tenemos que hacer el trabajo del que me envió; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo. Después de haber dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego le dijo: —Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: «Enviado»). El ciego fue y se lavó, y cuando regresó ya podía ver. Los vecinos y los que antes lo habían visto pedir limosna se preguntaban: —¿No es este el que se sentaba a pedir limosna? Unos decían: —Sí, es él. Otros decían: —No, no es él, aunque se le parece. Pero él mismo decía: —Sí, yo soy. Entonces le preguntaron: —¿Y cómo es que ahora puedes ver? Él les contestó: —Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: “Ve al estanque de Siloé, y lávate.” Yo fui, y en cuanto me lavé, pude ver. Entonces le preguntaron: —¿Dónde está ese hombre? Y él les dijo: —No lo sé. El día en que Jesús hizo el lodo y devolvió la vista al ciego era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego, y ellos le preguntaron cómo era que ya podía ver. Y él les contestó: —Me puso lodo en los ojos, me lavé, y ahora veo. Algunos fariseos dijeron: —El que hizo esto no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado. Pero otros decían: —¿Cómo puede hacer estas señales milagrosas, si es pecador? De manera que hubo división entre ellos, y volvieron a preguntarle al que antes era ciego: —Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices de él? Él contestó: —Yo digo que es un profeta. Pero los judíos no quisieron creer que había sido ciego y que ahora podía ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: —¿Es este su hijo? ¿Declaran ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver? Sus padres contestaron: —Sabemos que este es nuestro hijo, y que nació ciego; pero no sabemos cómo es que ahora puede ver, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Pregúntenselo a él; ya es mayor de edad, y él mismo puede darles razón. Sus padres dijeron esto por miedo, pues los judíos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a cualquiera que reconociera que Jesús era el Mesías. Por eso dijeron sus padres: «Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad.» Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego, y le dijeron: —Dinos la verdad delante de Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Él les contestó: —Si es pecador, no lo sé. Lo que sí sé es que yo era ciego y ahora veo. Volvieron a preguntarle: —¿Qué te hizo? ¿Qué hizo para darte la vista? Les contestó: —Ya se lo he dicho, pero no me hacen caso. ¿Por qué quieren que se lo repita? ¿Es que también ustedes quieren seguirlo? Entonces lo insultaron, y le dijeron: —Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Y sabemos que Dios le habló a Moisés, pero de ese no sabemos ni siquiera de dónde ha salido. El hombre les contestó: —¡Qué cosa tan rara! Ustedes no saben de dónde ha salido, y en cambio a mí me ha dado la vista. Bien sabemos que Dios no escucha a los pecadores; solamente escucha a los que lo adoran y hacen su voluntad. Nunca se ha oído decir de nadie que diera la vista a una persona que nació ciega. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada. Le dijeron entonces: —Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros? Y lo expulsaron de la sinagoga. Jesús oyó decir que habían expulsado al ciego; y cuando se encontró con él, le preguntó: —¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él le dijo: —Señor, dime quién es, para que yo crea en él. Jesús le contestó: —Ya lo has visto: soy yo, con quien estás hablando. Entonces el hombre se puso de rodillas delante de Jesús, y le dijo: —Creo, Señor.
S. Juan 9:1-38 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)
Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es este el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: Él es; y otros: A él se parece. Él decía: Yo soy. Y le dijeron: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿Dónde está él? Él dijo: No sé. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Y era día de reposo cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto los ojos. Volvieron, pues, a preguntarle también los fariseos cómo había recibido la vista. Él les dijo: Me puso lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo. Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había disensión entre ellos. Entonces volvieron a decirle al ciego: ¿Qué dices tú del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta. Pero los judíos no creían que él había sido ciego, y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron, diciendo: ¿Es este vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora? Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que este es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo. Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: Edad tiene, preguntadle a él. Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo. Le volvieron a decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Él les respondió: Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír; ¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos? Y le injuriaron, y dijeron: Tú eres su discípulo; pero nosotros, discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ese, no sabemos de dónde sea. Respondió el hombre, y les dijo: Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos. Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye. Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si este no viniera de Dios, nada podría hacer. Respondieron y le dijeron: Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros? Y le expulsaron. Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.
S. Juan 9:1-38 La Biblia de las Américas (LBLA)
Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego? Jesús respondió: Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él. Nosotros debemoshacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. Habiendo dicho esto, escupió en tierra, e hizo barro con la saliva y le untó el barro en los ojos, y le dijo: Ve y lávate en el estanque de Siloé (que quiere decir, Enviado). Él fue, pues, y se lavó y regresó viendo. Entonces los vecinos y los que antes le habían visto que era mendigo, decían: ¿No es este el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: Él es; y otros decían: No, pero se parece a él. Él decía: Yo soy. Entonces le decían: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? Él respondió: El hombre que se llama Jesús hizo barro, lo untó sobre mis ojos y me dijo: «Ve al Siloé y lávate». Así que fui, me lavé y recibí la vista. Y le dijeron: ¿Dónde está Él? Él dijo*: No sé. Llevaron* ante los fariseos al que antes había sido ciego. Y era día de reposo el día en que Jesús hizo el barro y le abrió los ojos. Entonces los fariseos volvieron también a preguntarle cómo había recibido la vista. Y él les dijo: Me puso barro sobre los ojos, y me lavé y veo. Por eso algunos de los fariseos decían: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el día de reposo. Pero otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales? Y había división entre ellos. Entonces dijeron* otra vez al ciego: ¿Qué dices tú de Él, ya que te abrió los ojos? Y él dijo: Es un profeta. Entonces los judíos no le creyeron que había sido ciego, y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron, diciendo: ¿Es este vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve? Sus padres entonces les respondieron, y dijeron: Sabemos que este es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; o quién le abrió los ojos, nosotros no lo sabemos. Preguntadle a él; edad tiene, él hablará por sí mismo. Sus padres dijeron esto porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya se habían puesto de acuerdo en que si alguno confesaba que Jesús era el Cristo, fuera expulsado de la sinagoga. Por eso sus padres dijeron: Edad tiene; preguntadle a él. Por segunda vez llamaron al hombre que había sido ciego y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que este hombre es un pecador. Entonces él les contestó: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo. Le dijeron entonces: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Él les contestó: Ya os lo dije y no escuchasteis; ¿por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos? Entonces lo insultaron, y le dijeron: Tú eres discípulo de ese hombre; pero nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero en cuanto a este, no sabemos de dónde es. Respondió el hombre y les dijo: Pues en esto hay algo asombroso, que vosotros no sepáis de dónde es, y sin embargo, a mí me abrió los ojos. Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguien teme a Dios y hace su voluntad, a este oye. Desde el principio jamás se ha oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si este no viniera de Dios, no podría hacer nada. Respondieron ellos y le dijeron: Tú naciste enteramente en pecados, ¿y tú nos enseñas a nosotros? Y lo echaron fuera. Jesús oyó decir que lo habían echado fuera, y hallándolo, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Él respondió y dijo: ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en Él? Jesús le dijo: Puestú le has visto, y el que está hablando contigo, ese es. Él entonces dijo: Creo, Señor. Y le adoró.
S. Juan 9:1-38 Nueva Traducción Viviente (NTV)
Mientras caminaba, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. —Rabí, ¿por qué nació ciego este hombre? —le preguntaron sus discípulos—. ¿Fue por sus propios pecados o por los de sus padres? —No fue por sus pecados ni tampoco por los de sus padres —contestó Jesús—. Nació ciego para que todos vieran el poder de Dios en él. Debemos llevar a cabo cuanto antes las tareas que nos encargó el que nos envió. Pronto viene la noche cuando nadie puede trabajar; pero mientras estoy aquí en el mundo, yo soy la luz del mundo. Luego escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva y lo untó en los ojos del ciego. Le dijo: «Ve a lavarte en el estanque de Siloé» (Siloé significa «enviado»). Entonces el hombre fue, se lavó, ¡y regresó viendo! Sus vecinos y otros que lo conocían como un pordiosero ciego se preguntaban: «¿No es ese el hombre que solía sentarse a mendigar?». Algunos decían que sí, y otros decían: «No, solo se le parece». Pero el mendigo seguía diciendo: «¡Sí, soy yo!». Le preguntaron: —¿Quién te sanó? ¿Cómo sucedió? Él les dijo: —El hombre al que llaman Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos y me dijo: “Ve al estanque de Siloé y lávate”. Entonces fui, me lavé, ¡y ahora puedo ver! —¿Dónde está él ahora? —le preguntaron. —No lo sé —contestó. Entonces llevaron ante los fariseos al hombre que había sido ciego, porque era día de descanso cuando Jesús hizo el lodo y lo sanó. Los fariseos interrogaron al hombre sobre todo lo que había sucedido y les respondió: «Él puso el lodo sobre mis ojos y, cuando me lavé, ¡pude ver!». Algunos de los fariseos decían: «Ese tal Jesús no viene de Dios porque trabaja en el día de descanso». Otros decían: «¿Pero cómo puede un simple pecador hacer semejantes señales milagrosas?». Así que había una profunda diferencia de opiniones entre ellos. Luego los fariseos volvieron a interrogar al hombre que había sido ciego: —¿Qué opinas del hombre que te sanó? —Creo que debe de ser un profeta —contestó el hombre. Aun así los líderes judíos se negaban a creer que el hombre había sido ciego y ahora podía ver, así que llamaron a sus padres. —¿Es este su hijo? —les preguntaron—. ¿Es verdad que nació ciego? Si es cierto, ¿cómo es que ahora ve? Sus padres contestaron: —Sabemos que él es nuestro hijo y que nació ciego, pero no sabemos cómo es que ahora puede ver ni quién lo sanó. Pregúntenselo a él; ya tiene edad para hablar por sí mismo. Los padres dijeron eso por miedo a los líderes judíos, quienes habían anunciado que cualquiera que dijera que Jesús era el Mesías sería expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron: «Ya tiene edad suficiente, entonces pregúntenle a él». Por segunda vez llamaron al hombre que había sido ciego y le dijeron: —Es Dios quien debería recibir la gloria por lo que ha pasado, porque sabemos que ese hombre, Jesús, es un pecador. —Yo no sé si es un pecador —respondió el hombre—, pero lo que sé es que yo antes era ciego, ¡y ahora puedo ver! —¿Pero qué fue lo que hizo? —le preguntaron—. ¿Cómo te sanó? —¡Miren! —exclamó el hombre—. Ya les dije una vez. ¿Acaso no me escucharon? ¿Para qué quieren oírlo de nuevo? ¿Ustedes también quieren ser sus discípulos? Entonces ellos lo insultaron y dijeron: —Tú eres su discípulo, ¡pero nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios le habló a Moisés, pero no sabemos ni siquiera de dónde proviene este hombre. —¡Qué cosa tan extraña! —respondió el hombre—. A mí me sanó los ojos, ¿y ustedes ni siquiera saben de dónde proviene? Sabemos que Dios no escucha a los pecadores pero está dispuesto a escuchar a los que lo adoran y hacen su voluntad. Desde el principio del mundo, nadie ha podido abrir los ojos de un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no habría podido hacerlo. —¡Tú naciste pecador hasta la médula! —le respondieron—. ¿Acaso tratas de enseñarnos a nosotros? Y lo echaron de la sinagoga. Cuando Jesús supo lo que había pasado, encontró al hombre y le preguntó: —¿Crees en el Hijo del Hombre? —¿Quién es, señor? —contestó el hombre—. Quiero creer en él. —Ya lo has visto —le dijo Jesús—, ¡y está hablando contigo! —¡Sí, Señor, creo! —dijo el hombre. Y adoró a Jesús.