Jueces 13:1-25
Jueces 13:1-25 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)
Una vez más los israelitas hicieron lo malo ante los ojos del SEÑOR. Por eso él los entregó en manos de los filisteos durante cuarenta años. Cierto hombre de Zora, llamado Manoa, de la tribu de Dan, tenía una esposa que no le había dado hijos porque era estéril. El ángel del SEÑOR se apareció a ella y le dijo: «Eres estéril y no tienes hijos, pero vas a concebir y tendrás un hijo. Cuídate de no beber vino ni ninguna otra bebida fermentada, y tampoco comas nada impuro, pues concebirás y darás a luz un hijo. No pasará la navaja sobre su cabeza porque el niño va a ser nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer. Él comenzará a librar a Israel del poder de los filisteos». La mujer fue adonde estaba su esposo y dijo: «Un hombre de Dios vino adonde yo estaba. Por su aspecto imponente, parecía un ángel de Dios. Ni yo le pregunté de dónde venía ni él me dijo cómo se llamaba. Pero me dijo: “Concebirás y darás a luz un hijo. Ahora bien, cuídate de beber vino u otra bebida fermentada, y no comas nada impuro, porque el niño será nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte”». Entonces Manoa oró al SEÑOR: «Oh Señor, te ruego que permitas el regreso del hombre de Dios que nos enviaste, para que nos enseñe cómo criar al niño que va a nacer». Dios escuchó a Manoa y el ángel de Dios volvió a aparecerse a la mujer mientras esta se hallaba en el campo; pero Manoa, su esposo, no estaba con ella. La mujer corrió de inmediato a avisarle a su esposo: «¡Está aquí! ¡El hombre que se me apareció el otro día!». Manoa se levantó y siguió a su esposa. Cuando llegó adonde estaba el hombre, dijo: —¿Eres tú el que habló con mi esposa? —Sí, soy yo —respondió él. Así que Manoa preguntó: —Cuando se cumplan tus palabras, ¿cómo debemos criar al niño? ¿Cómo deberá portarse? El ángel del SEÑOR contestó: —Tu esposa debe cumplir con todo lo que he dicho. Ella no debe probar nada que proceda de la vid, ni beber ningún vino ni ninguna otra bebida fermentada; tampoco debe comer nada impuro. En definitiva, debe cumplir con todo lo que he ordenado. Manoa dijo al ángel del SEÑOR: —Nos gustaría que te quedaras hasta que te preparemos un cabrito. Pero el ángel del SEÑOR respondió: —Aunque me detengan, no probaré nada de tu comida. Pero si preparas un holocausto, ofréceselo al SEÑOR. Manoa no se había dado cuenta de que aquel era el ángel del SEÑOR. Así que le preguntó: —¿Cómo te llamas?, para que podamos honrarte cuando se cumpla tu palabra. —¿Por qué me preguntas mi nombre? —respondió el ángel del SEÑOR—. Es un misterio maravilloso. Entonces Manoa tomó un cabrito, junto con la ofrenda de cereales, y lo sacrificó sobre una roca al SEÑOR. Y mientras Manoa y su esposa observaban, el SEÑOR hizo algo maravilloso: Mientras la llama subía desde el altar hacia el cielo, el ángel del SEÑOR ascendía en la llama. Al ver eso, Manoa y su esposa se postraron en tierra sobre sus rostros. Y el ángel del SEÑOR no se volvió a aparecer a Manoa y a su esposa. Entonces Manoa se dio cuenta de que aquel era el ángel del SEÑOR. —¡Estamos condenados a morir! —dijo a su esposa—. ¡Hemos visto a Dios! Pero su esposa respondió: —Si el SEÑOR hubiera querido matarnos, no nos habría aceptado el holocausto ni la ofrenda de cereales de nuestras manos; tampoco nos habría mostrado todas esas cosas ni anunciado todo esto. La mujer dio a luz un niño y lo llamó Sansón. El niño creció y el SEÑOR lo bendijo. Y el Espíritu del SEÑOR comenzó a manifestarse en él mientras estaba en Majané Dan, entre Zora y Estaol.
Jueces 13:1-25 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
Los israelitas volvieron a pecar contra Dios, así que él dejó que los filisteos los dominaran durante cuarenta años. En ese tiempo vivía en Sorá un hombre de la tribu de Dan, llamado Manoa. Su esposa no podía tener hijos, pero un día un ángel se le apareció y le dijo: «Aunque no has podido tener hijos, porque eres estéril, ahora vas a quedar embarazada y tendrás un varón. Desde su nacimiento dedicarás tu hijo a Dios como nazireo. Por eso no debes beber vino ni otras bebidas fuertes, ni comer comidas impuras, y al niño nunca se le debe cortar el cabello. Ahora los filisteos dominan a los israelitas, pero con este niño comenzará su liberación». La mujer fue a contárselo a su esposo: —Un hombre de Dios vino a donde yo estaba, y me impresionó tanto que no me atreví a preguntarle cómo se llamaba, ni él me dijo de dónde venía. Su cara era como la de un ángel. Lo que me dijo fue esto: “Vas a quedar embarazada, y tendrás un varón. Desde que nazca hasta que muera, será dedicado a Dios como nazireo. Por eso, no bebas vino ni otras bebidas fuertes, ni comas comida impura”. Entonces Manoa le rogó a Dios: «¡Dios mío, que venga otra vez ese hombre que mandaste! ¡Que nos enseñe lo que debemos hacer con el hijo que nacerá!» Dios hizo lo que Manoa le pidió, y mandó otra vez al ángel, el cual se le apareció a la mujer cuando ella estaba en el campo. Como Manoa no estaba allí, ella se fue corriendo a llamarlo: —¡Manoa! ¡Manoa! ¡Aquí está el hombre que vi el otro día! Manoa se levantó y acompañó a su esposa hasta donde estaba el hombre, y le preguntó: —¿Eres tú quien habló con mi esposa el otro día? El hombre le respondió que sí, y entonces Manoa le dijo: —Cuando se cumpla lo que dijiste, ¿cómo debemos criar al niño? ¿Qué debemos hacer? El ángel de Dios le dijo a Manoa: —Tu esposa debe cumplir con todo lo que le he dicho. Es decir, no debe comer nada que esté hecho de uvas, ni tomar vino ni otras bebidas alcohólicas, ni comer comida impura. Tiene que hacer todo esto, tal como se lo he mandado. Sin saber que ese hombre era un ángel de Dios, Manoa le dijo: —Quédate a comer con nosotros. Vamos a prepararte un cabrito. Pero el ángel le contestó: —Aunque me quedara, no podría comer la comida que preparen. Si quieren, pueden ofrecérsela a Dios como sacrificio. Entonces Manoa le preguntó al ángel: —¿Cómo te llamas? Dinos tu nombre, para poder darte las gracias cuando se cumpla lo que nos has dicho. El ángel le contestó: —Mi nombre es un secreto; ¿para qué me lo preguntas? Así que Manoa tomó el cabrito y la ofrenda de cereales, los colocó sobre una roca, y los ofreció en sacrificio a Dios. En ese momento sucedió algo maravilloso: Mientras Manoa y su esposa miraban cómo salían las llamas de la roca, vieron que el ángel subía al cielo entre las llamas. Comprendieron entonces que ese hombre era un ángel de Dios, y con respeto se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente. El ángel no se volvió a aparecer ni a Manoa ni a su esposa. Entonces Manoa le dijo a su esposa: —Vamos a morir, porque hemos visto a Dios. Pero ella le respondió: —Si Dios nos hubiera querido matar, no habría aceptado el sacrificio ni los cereales que le ofrecimos. Tampoco nos habría dejado ver este milagro ni nos habría anunciado todo esto, como lo ha hecho ahora. Y la mujer tuvo un hijo y lo llamó Sansón. El niño creció, y Dios lo bendijo. Un día, cuando estaba en el campamento de Dan, entre Sorá y Estaol, el espíritu de Dios comenzó a actuar en él.
Jueces 13:1-25 Reina Valera Contemporánea (RVC)
Los israelitas volvieron a hacer lo malo a los ojos del Señor, y durante cuarenta años el Señor los entregó al poder de los filisteos. En Sorá, poblado de la tribu de Dan, había un hombre llamado Manoa, que no tenía hijos porque su mujer era estéril. Cierto día, un ángel del Señor se le apareció a su mujer y le dijo: «Es un hecho que eres estéril, y que nunca has tenido hijos. Pero vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo. Solo que tú no debes beber vino ni sidra, ni comer nada que sea impuro. Al hijo que vas a concebir y dar a luz no debes cortarle nunca el cabello, porque desde antes de nacer el niño estará consagrado a Dios como nazareo, y él comenzará a salvar a Israel del poder de los filisteos.» La mujer fue y le contó a su marido lo sucedido. Le dijo: «Un varón de Dios vino a hablar conmigo. Su aspecto era tan impresionante y temible que parecía un ángel de Dios. Yo no le pregunté quién era, ni de dónde venía, ni tampoco él me reveló su nombre. Lo que sí me dijo, fue: “Vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo. Así que tú no debes beber vino ni sidra, ni comer nada que sea impuro, porque desde antes de nacer, y hasta que muera, este niño estará consagrado a Dios como nazareo.”» Manoa oró entonces al Señor, y dijo: «Mi Señor, yo te ruego que venga otra vez ese varón que enviaste, para que nos diga qué es lo que debemos hacer con el niño que va a nacer.» Dios escuchó los ruegos de Manoa, y su ángel volvió a ver a la esposa de Manoa mientras esta se hallaba en el campo. Manoa no estaba con ella. Entonces la esposa corrió a decirle a su marido: «¡Ven, que se me ha aparecido otra vez el varón que me habló el otro día!» Manoa se levantó y siguió a su mujer, y le preguntó al varón: «¿Eres tú quien habló con mi esposa?» Y el varón respondió: «Sí, yo soy.» Entonces Manoa dijo: «Cuando se cumpla tu promesa a mi esposa, ¿cómo debemos educar al niño, y qué tenemos que hacer con él?» Y el ángel del Señor le respondió: «Tu esposa debe abstenerse de todo lo que yo le dije. No tomará nada que provenga de la vid; no beberá vino ni sidra, ni comerá nada que sea impuro. Debe abstenerse de todo lo que le ordené.» Manoa le dijo al ángel del Señor: «Por favor, permítenos detenerte un poco. Queremos prepararte un cabrito.» Pero el ángel del Señor respondió: «Aun cuando me quedara, no comeré nada de lo que me ofrezcas. Si quieres ofrecer un holocausto, ofrécelo al Señor.» Como Manoa no sabía que estaba ante el ángel del Señor, le preguntó: «¿Cómo te llamas? Así podremos honrarte cuando se cumpla tu promesa.» Pero el ángel del Señor respondió: «¿Por qué me preguntas cómo me llamo? ¿No sabes que mi nombre es inefable?» Entonces Manoa tomó un cabrito y una ofrenda, y los ofreció al Señor sobre una peña; el ángel, por su parte, realizó un milagro frente a Manoa y su mujer. Y sucedió que, al elevarse al cielo la llama que ardía sobre el altar, el ángel se elevó junto con la llama. Entonces ellos se postraron en tierra, y el ángel del Señor no se les volvió a aparecer. Cuando Manoa se dio cuenta de que era el ángel del Señor, le dijo a su mujer: «Seguramente vamos a morir, porque hemos visto a Dios.» Pero su mujer le respondió: «Si el Señor quisiera matarnos, no hubiera aceptado el holocausto ni la ofrenda, ni nos hubiera mostrado todo esto, y tampoco nos hubiera anunciado esto.» Y la esposa de Manoa tuvo un hijo, y le puso por nombre Sansón. Y el niño crecía, y el Señor lo bendecía. Y fue en los campamentos de Dan, entre Sorá y Estaol, donde el espíritu del Señor comenzó a manifestarse en él.
Jueces 13:1-25 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)
Pero los israelitas volvieron a hacer lo malo a los ojos del Señor, y el Señor los entregó al poder de los filisteos durante cuarenta años. En Sorá, de la tribu de Dan, había un hombre que se llamaba Manoa. Su mujer nunca había tenido hijos, porque era estéril. Pero el ángel del Señor se le apareció a ella y le dijo: «Tú nunca has podido tener hijos, pero ahora vas a quedar embarazada y tendrás un niño. Pero no tomes vino ni ninguna otra bebida fuerte, ni comas nada impuro, pues vas a tener un hijo al que no se le deberá cortar el cabello, porque ese niño estará consagrado a Dios como nazareo desde antes de nacer, para que sea él quien comience a librar a los israelitas del poder de los filisteos.» La mujer fue a contárselo a su marido, y le dijo: «Un hombre de Dios vino a donde yo estaba, y me impresionó mucho, pues parecía el ángel mismo del Señor. Ni yo le pregunté quién era, ni tampoco él me lo dijo. Lo que sí me dijo fue que yo voy a tener un hijo, y que desde ahora no debo tomar vino ni ninguna otra bebida fuerte, ni comer nada impuro, porque el niño va a estar consagrado a Dios como nazareo desde antes de nacer y hasta su muerte.» Entonces Manoa dijo al Señor en oración: «Yo te ruego, Señor, que envíes otra vez ese hombre a nosotros, para que nos diga lo que debemos hacer con el niño que va a nacer.» Dios respondió a la petición de Manoa, y su ángel se le apareció otra vez a la mujer, cuando estaba en el campo. Como Manoa no estaba allí, ella fue corriendo a decirle: —¡Oye, el hombre que vi el otro día, se me ha vuelto a aparecer! Manoa se levantó y fue con ella a donde estaba el hombre, al cual le dijo: —¿Es usted el que habló con mi mujer el otro día? Y aquel hombre contestó: —Sí, yo soy. Entonces Manoa dijo: —Cuando se cumpla lo que usted nos ha dicho, ¿cómo debemos criar al niño? ¿Qué tendremos que hacer con él? El ángel del Señor respondió: —Que tu mujer haga todo lo que le he dicho: que no tome vino ni ningún otro producto de la uva, ni ninguna otra bebida fuerte, ni coma nada impuro. Simplemente, que haga lo que le he ordenado. Manoa, sin saber que aquel hombre era el ángel del Señor, le dijo: —Por favor, quédese usted con nosotros a comer un cabrito que vamos a prepararle. Pero el ángel le contestó: —Aun si me quedara, no podría yo compartir contigo tu comida. Pero puedes ofrecer el cabrito en holocausto al Señor. Entonces Manoa le dijo al ángel: —Díganos al menos cómo se llama usted, para que le estemos agradecidos cuando se cumpla lo que nos ha dicho. Pero el ángel respondió: —¿Para qué quieres saber mi nombre? Es un secreto maravilloso. Manoa tomó el cabrito y la ofrenda de cereales, los puso sobre una roca y los ofreció en holocausto al Señor. Entonces el Señor hizo algo maravilloso ante los ojos de Manoa y de su mujer: cuando el fuego subió del altar, Manoa y su mujer vieron al ángel del Señor subir al cielo en medio de las llamas. Entonces se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente. Manoa se dio cuenta de que aquel hombre era el ángel del Señor, pues no se les volvió a aparecer ni a él ni a su mujer; y le dijo a su mujer: —Con toda seguridad vamos a morir, porque hemos visto a Dios. Pero ella le contestó: —Si el Señor nos hubiera querido matar, no habría aceptado nuestro holocausto ni nuestra ofrenda, ni nos habría dejado ver estas cosas. Tampoco nos habría anunciado todo esto. A su tiempo, la mujer tuvo un hijo, y le puso por nombre Sansón. El niño crecía, y el Señor lo bendecía. Y un día en que Sansón estaba en el campamento de Dan, entre Sorá y Estaol, el espíritu del Señor comenzó a manifestarse en él.
Jueces 13:1-25 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)
Los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová; y Jehová los entregó en mano de los filisteos por cuarenta años. Y había un hombre de Zora, de la tribu de Dan, el cual se llamaba Manoa; y su mujer era estéril, y nunca había tenido hijos. A esta mujer apareció el ángel de Jehová, y le dijo: He aquí que tú eres estéril, y nunca has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda. Pues he aquí que concebirás y darás a luz un hijo; y navaja no pasará sobre su cabeza, porque el niño será nazareo a Dios desde su nacimiento, y él comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos. Y la mujer vino y se lo contó a su marido, diciendo: Un varón de Dios vino a mí, cuyo aspecto era como el aspecto de un ángel de Dios, temible en gran manera; y no le pregunté de dónde ni quién era, ni tampoco él me dijo su nombre. Y me dijo: He aquí que tú concebirás, y darás a luz un hijo; por tanto, ahora no bebas vino, ni sidra, ni comas cosa inmunda, porque este niño será nazareo a Dios desde su nacimiento hasta el día de su muerte. Entonces oró Manoa a Jehová, y dijo: Ah, Señor mío, yo te ruego que aquel varón de Dios que enviaste, vuelva ahora a venir a nosotros, y nos enseñe lo que hayamos de hacer con el niño que ha de nacer. Y Dios oyó la voz de Manoa; y el ángel de Dios volvió otra vez a la mujer, estando ella en el campo; mas su marido Manoa no estaba con ella. Y la mujer corrió prontamente a avisarle a su marido, diciéndole: Mira que se me ha aparecido aquel varón que vino a mí el otro día. Y se levantó Manoa, y siguió a su mujer; y vino al varón y le dijo: ¿Eres tú aquel varón que habló a la mujer? Y él dijo: Yo soy. Entonces Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él? Y el ángel de Jehová respondió a Manoa: La mujer se guardará de todas las cosas que yo le dije. No tomará nada que proceda de la vid; no beberá vino ni sidra, y no comerá cosa inmunda; guardará todo lo que le mandé. Entonces Manoa dijo al ángel de Jehová: Te ruego nos permitas detenerte, y te prepararemos un cabrito. Y el ángel de Jehová respondió a Manoa: Aunque me detengas, no comeré de tu pan; mas si quieres hacer holocausto, ofrécelo a Jehová. Y no sabía Manoa que aquel fuese ángel de Jehová. Entonces dijo Manoa al ángel de Jehová: ¿Cuál es tu nombre, para que cuando se cumpla tu palabra te honremos? Y el ángel de Jehová respondió: ¿Por qué preguntas por mi nombre, que es admirable? Y Manoa tomó un cabrito y una ofrenda, y los ofreció sobre una peña a Jehová; y el ángel hizo milagro ante los ojos de Manoa y de su mujer. Porque aconteció que cuando la llama subía del altar hacia el cielo, el ángel de Jehová subió en la llama del altar ante los ojos de Manoa y de su mujer, los cuales se postraron en tierra. Y el ángel de Jehová no volvió a aparecer a Manoa ni a su mujer. Entonces conoció Manoa que era el ángel de Jehová. Y dijo Manoa a su mujer: Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto. Y su mujer le respondió: Si Jehová nos quisiera matar, no aceptaría de nuestras manos el holocausto y la ofrenda, ni nos hubiera mostrado todas estas cosas, ni ahora nos habría anunciado esto. Y la mujer dio a luz un hijo, y le puso por nombre Sansón. Y el niño creció, y Jehová lo bendijo. Y el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él en los campamentos de Dan, entre Zora y Estaol.
Jueces 13:1-25 La Biblia de las Américas (LBLA)
Y los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos del SEÑOR, y el SEÑOR los entregó en manos de los filisteos por cuarenta años. Y había un hombre de Zora, de la familia de los danitas, el cual se llamaba Manoa; su mujer era estéril y no había tenido hijos. Entonces el ángel del SEÑOR se le apareció a la mujer, y le dijo: He aquí, tú eres estéril y no has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora pues, cuídate de no beber vino ni licor, y de no comer ninguna cosa inmunda. Pues he aquí, concebirás y darás a luz un hijo; no pasará navaja sobre su cabeza, porque el niño será nazareo para Dios desde el seno materno; y él comenzará a salvar a Israel de manos de los filisteos. Y la mujer fue y se lo dijo a su marido, diciendo: Un hombre de Dios vino a mí, y su aspecto era como el aspecto del ángel de Dios, muy imponente. Yo no le pregunté de dónde venía, ni él me hizo saber su nombre. Pero él me dijo: «He aquí, concebirás y darás a luz un hijo; desde ahora no beberás vino ni licor, ni comerás cosa inmunda, porque el niño será nazareo para Dios desde el seno materno hasta el día de su muerte». Entonces Manoa imploró al SEÑOR, y dijo: Te ruego Señor, que el hombre de Dios que tú enviaste venga otra vez a nosotros, para que nos enseñe lo que hemos de hacer con el niño que ha de nacer. Y Dios escuchó la voz de Manoa. Y el ángel de Dios vino otra vez a la mujer cuando estaba sentada en el campo; y Manoa su marido no estaba con ella. Y la mujer corrió rápidamente y avisó a su marido, y le dijo: He aquí, se me ha aparecido el hombre que vino el otro día. Manoa se levantó y siguió a su mujer, y cuando llegó al hombre, le dijo: ¿Eres el hombre que habló a la mujer? Y él respondió: Yo soy. Y Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser el modo de vivir del muchacho y cuál su vocación? Y el ángel del SEÑOR dijo a Manoa: Que la mujer atienda a todo lo que le dije. No comerá nada que venga de la vid, no beberá vino ni licor, ni comerá nada inmundo; que guarde ella todo lo que le he mandado. Entonces Manoa dijo al ángel del SEÑOR: Permítenos detenerte y prepararte un cabrito. Y el ángel del SEÑOR respondió a Manoa: Aunque me detengas, no comeré de tu alimento, mas si preparas un holocausto, ofrécelo al SEÑOR. Y Manoa no sabía que era el ángel del SEÑOR. Y Manoa dijo al ángel del SEÑOR: ¿Cuál es tu nombre, para que cuando se cumplan tus palabras, te honremos? Y el ángel del SEÑOR le respondió: ¿Por qué preguntas mi nombre, viendo que es maravilloso? Y Manoa tomó el cabrito con la ofrenda de cereal y los ofreció sobre una piedra al SEÑOR, y el ángel hizo maravillas mientras que Manoa y su mujer observaban. Pues sucedió que cuando la llama subía del altar hacia el cielo, el ángel del SEÑOR ascendió en la llama del altar. Al ver esto, Manoa y su mujer cayeron rostro en tierra. Y el ángel del SEÑOR no volvió a aparecer a Manoa ni a su mujer. Entonces Manoa supo que era el ángel del SEÑOR. Y Manoa dijo a su mujer: Ciertamente moriremos, porque hemos visto a Dios. Pero su mujer le dijo: Si el SEÑOR hubiera deseado matarnos, no habría aceptado el holocausto ni la ofrenda de cereal de nuestras manos; tampoco nos habría mostrado todas estas cosas, ni nos habría permitido ahora oír cosas como estas. Y la mujer dio a luz un hijo y le puso por nombre Sansón. Y el niño creció y el SEÑOR lo bendijo. Y el Espíritu del SEÑOR comenzó a manifestarse en él en Mahané-dan, entre Zora y Estaol.
Jueces 13:1-25 Nueva Traducción Viviente (NTV)
Una vez más, los israelitas hicieron lo malo a los ojos del SEÑOR, así que el SEÑOR los entregó en manos de los filisteos, quienes los oprimieron durante cuarenta años. En esos días, vivía en la ciudad de Zora un hombre llamado Manoa, de la tribu de Dan. Su esposa no podía quedar embarazada, y no tenían hijos. Entonces el ángel del SEÑOR se le apareció a la esposa de Manoa y le dijo: «Aunque no has podido tener hijos, pronto quedarás embarazada y darás a luz un hijo varón. Así que ten cuidado; no debes beber vino ni ninguna otra bebida alcohólica ni comer ninguno de los alimentos prohibidos. Quedarás embarazada y darás a luz un hijo, a quien jamás se le debe cortar el cabello. Pues él será consagrado a Dios como nazareo desde su nacimiento. Él comenzará a rescatar a Israel de manos de los filisteos». La mujer corrió a decirle a su esposo: «¡Se me apareció un hombre de Dios! Tenía el aspecto de uno de los ángeles de Dios, daba miedo verlo. No le pregunté de dónde era, y no me dijo su nombre. Pero me dijo: “Quedarás embarazada y darás a luz un hijo. No debes beber vino ni ninguna otra bebida alcohólica, ni comer ninguno de los alimentos prohibidos. Pues tu hijo será consagrado a Dios como nazareo desde el día de su nacimiento hasta el día de su muerte”». Entonces Manoa oró al SEÑOR diciendo: «Señor, te pido que el hombre de Dios vuelva a nosotros y nos dé más instrucciones acerca del hijo que nacerá». Dios respondió a la oración de Manoa, y el ángel de Dios se le apareció otra vez a la esposa mientras estaba sentada en el campo; pero Manoa, su esposo, no estaba con ella. Así que, enseguida ella fue corriendo a contarle a su esposo: «¡El hombre que se me apareció el otro día está aquí de nuevo!». Manoa regresó corriendo con su esposa y preguntó: —¿Eres el hombre que le habló a mi esposa el otro día? —Sí —contestó él—, soy yo. Entonces Manoa le preguntó: —Cuando tus palabras se hagan realidad, ¿qué reglas deben gobernar la vida y el trabajo del muchacho? El ángel del SEÑOR le contestó: —Asegúrate de que tu esposa siga las instrucciones que le di. No debe comer uvas ni pasas ni beber vino u otra bebida alcohólica, ni comer ningún alimento prohibido. Entonces Manoa le dijo al ángel del SEÑOR: —Por favor, quédate aquí hasta que preparemos un cabrito para que comas. —Me quedaré —le contestó el ángel del SEÑOR—, pero no comeré nada. En cambio, puedes preparar una ofrenda quemada como sacrificio al SEÑOR. (Manoa no se daba cuenta de que era el ángel del SEÑOR). Entonces Manoa le preguntó al ángel del SEÑOR: —¿Cómo te llamas? Pues queremos honrarte cuando todo esto se haga realidad. —¿Para qué preguntas mi nombre? —contestó el ángel del SEÑOR—. Es demasiado maravilloso para que tú lo comprendas. Después Manoa tomó un cabrito y una ofrenda de grano, y ofreció todo sobre una piedra como sacrificio al SEÑOR. Y mientras Manoa y su esposa observaban, el SEÑOR hizo algo asombroso: cuando las llamas del altar se elevaron hacia el cielo, el ángel del SEÑOR ascendió en medio del fuego. Al verlo, Manoa y su esposa se postraron rostro en tierra. El ángel no volvió a aparecerse a Manoa y a su esposa. Entonces Manoa finalmente se dio cuenta de que era el ángel del SEÑOR, y le dijo a su esposa: —¡Seguramente moriremos, porque hemos visto a Dios! Pero su esposa dijo: —Si el SEÑOR hubiera querido matarnos, no habría aceptado nuestra ofrenda quemada ni nuestra ofrenda de grano. No se nos hubiera aparecido, ni habría dicho algo tan maravilloso, ni hecho estos milagros. Así que cuando nació su hijo, ella lo llamó Sansón. Y el SEÑOR lo bendijo, y el niño creció. Y el Espíritu del SEÑOR comenzó a manifestarse en él mientras se encontraba viviendo en Mahne-dan, entre las ciudades de Zora y Estaol.